PodrĆa pensarse que en los regĆmenes autocrĆ”ticos el peor castigo que puede esperar quien disienta es la cĆ”rcel o, peor aĆŗn, desde luego, la eliminación fĆsica. Sin embargo, la historia e incluso la literatura demuestran que puede haber algo peor que ambas cosas: ser objeto del fusilamiento simbólico.
En el campo de las realidades, regĆmenes como el soviĆ©tico propiciaron horrores inmensos. Durante su paso por el poder, los camaradas del Partido Comunista ordenaron masacres, invasiones, la imposición de hambrunas, entre otros despropósitos. Pero, en el fondo, hay algo tanto o mĆ”s grave que las torturas o los paredones de exterminio que tambiĆ©n tuvo lugar en aquella Europa del este: la instrumentalización de una polĆtica de aniquilamiento moral del contrario, donde quien se atreviese a adversar a la nomenklatura del Estado totalitario ya dejaba de ser humano, para convertirse en algo menos que un gusano.
La ficción distópica del Siglo XX -que en buena medida tomó a los regĆmenes totalitarios como asunto central de interĆ©s- tambiĆ©n arroja luces sobre el tema. George Orwell, por ejemplo, en su famoso ā1984ā deja entrever que el mayor triunfo de los regĆmenes del horror total no va tanto de matar fĆsicamente a sus contrarios, sino mĆ”s bien de apoderarse de la mente de los mismos, transformarlos en un guiƱapo y provocar allĆ un estado de alienación tal en el que, por poner un caso, si a una persona no le gusta en absoluto la mayonesa, Ć©sta puede terminar convirtiĆ©ndose en una devota consumidora de la misma y arremetiendo fanĆ”ticamente contra quienes tienen aversión a ella.
Esta aniquilación de las subjetividades bien puede darse en tiempos modernos por la vĆa de la eliminación del mĆ”s bĆ”sico de los derechos: el de la identificación. āSerā es, en parte, estar situado en el mundo. Tener un o unos nombres y unos apellidos, pero tambiĆ©n un gentilicio o al menos una comunidad a la cual se pertenece. Esa comunidad generalmente es el paĆs -la patria- dentro de la que se nace o a la que se abraza luego de vivir en ella por aƱos. De allĆ que quitarle a una persona su nacionalidad sea equivalente a decirle al individuo que no se pertenece a ninguna parte, que Ć©ste no existe, que es un cero a la izquierda.
Todo esto viene a cuento por el giro que ha tomado en los Ćŗltimos meses el rĆ©gimen de Ortega en Nicaragua. MĆ”s allĆ” de haber encarcelado a cientos de opositores despuĆ©s de las protestas de 2018 y de emprender una escalada sistemĆ”tica contra religiosos, al punto de que una de las caras mĆ”s visibles de la Iglesia católica, monseƱor Rolando Ćlvarez, ha sido sentenciado a 26 aƱos de cĆ”rcel recientemente, el sandinismo ha optado por la ruta de construir el escenario progresivo de eliminación simbólica de quienes se le oponen.
La semana pasada la gran noticia en muchos medios de comunicación del mundo fue que Ortega decidió inusitadamente excarcelar a 222 presos polĆticos, quienes abordaron un avión con rumbo a los Estados Unidos. Sin embargo, un aspecto relevante de la medida es que a los mismos se les retiró abruptamente la ciudadanĆa nicaragüense, sometiĆ©ndolos a la condición de desterrados. Para llegar a ese punto el orteguismo optó por reformar incluso la Constitución PolĆtica del paĆs a travĆ©s del Parlamento, de modo que fuese posible declarar ātraidores a la Patriaā a los disidentes y asĆ proceder a despojarles de su nacionalidad. Una suerte de muerte simbólica similar a la que derivaba de las sentencias de ostracismo en la Grecia antigua.
Pero todo no termina allĆ. El desaguisado del rĆ©gimen nicaragüense se asoma como un nuevo patrón de conducta que, en lo sucesivo, regirĆ” el modo en el que este se va a relacionar con lo poco o lo mucho que queda de oposición organizada en el paĆs. A inicios de esta semana se conoció un segundo listado de personas a las que se les quitó la nacionalidad por decisión de la dictadura.
AsĆ 92 individuos quedaron en el limbo que impone verse en una situación propia de un paria. Adicionalmente se decidió quitarles todo derecho al disfrute de sus propiedades, quedando sus bienes confiscados por el Estado. Sencillo: si no existes no tienes derecho a tener nadaā¦
«Nicaragua dejó de ser una sociedad en la que se respeta la ley y la Constitución, para imponer la ley de la venganza, el capricho y el odio contra los ciudadanos que aspiran a vivir en una sociedad libre», dijo el jueves sobre esta situación Carlos Fernando Chamorro, director del diario Confidencial. Chamorro es uno de las 92 personas a las que el régimen les quitó la nacionalidad de un plumazo.
Sobre las amenazas que se ciernen sobre el futuro inmediato de la nación centroamericana asociaciones civiles como Nicaragua Lucha ya alertan sobre prĆ”cticas de terrorismo de Estado en desarrollo, de las que solo puede esperarse mĆ”s represión. 9 integrantes de esta agrupación fueron afectados por el reciente atropello orquestado por la tiranĆa.
āLejos de cumplir con sus deberes internacionales, el Gobierno nicaragüense sigue practicando un terrorismo de Estado, sofisticando sus mĆ©todos represivos, dejando en situación de apatridia a personas defensores de derechos humanos, muchos de ellos con medidas cautelaresā, apunta un comunicado de la organización que circuló el jueves. Ā Ā
La mayorĆa de los anĆ”lisis que se han llevado a cabo en los Ćŗltimos dĆas apuntan justamente al asunto de que la supresión de la nacionalidad de una persona va un paso por delante de cualquier polĆtica represiva que pueda tomar un rĆ©gimen de esta naturaleza. Ortega, fiel a una tradición histórica que se ha esbozado mĆ”s arriba, lo que ha hecho es traer de vuelta el viejo sueƱo de todos los totalitarismos: despojar del āserā a quienes se le oponen.