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SIRVIENDO DE CANCILLER A MADURO

Petro lleva hasta la Casa Blanca su operación de blanqueo al régimen chavista

El presidente de Colombia, Gustavo Petro. Reuters

Gustavo Petro está en Estados Unidos supuestamente reforzando sus relaciones con la administración Biden. Sin embargo, lo que ha quedado claro es que lo que hay detrás de su viaje es un tremendo esfuerzo de cabildeo a favor de la dictadura de Nicolás Maduro.

En la primera parada de su visita a Estados Unidos, desde la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, lo confesó: hablará con Joe Biden en la Casa Blanca sobre la necesidad de levantar las sanciones contra la nomenklatura chavista.

En paralelo a sus esfuerzos por la East Coast, Petro tomó la iniciativa de coordinar un encuentro multinacional la próxima semana en Bogotá para hablar del caso de Venezuela y cómo «solucionarlo». Solucionarlo, por supuesto, para Maduro, no para los venezolanos, porque, en otra declaración, lo volvió a dejar claro: los quince países que se reunirán en unos días en la capital colombiana discutirán sobre cómo alivianar (o levantar) las sanciones.

Mientras que para los emisarios de Maduro aún no sea tan seguro viajar por el mundo —precisamente por las sanciones y por que sobre muchos de ellos pende la justicia internacional—, Petro hace el trabajo. Y es insólito, realmente. Gustavo Petro se ha convertido, no tan sutilmente, en el canciller de la tiranía más sanguinaria del continente.

Cada paso en cualquier organismo multilateral apunta en la misma dirección. Sus intereses no son los de Colombia, sino los de Miraflores. Petro no aboga por solventar, con cooperación, lo que padecen los colombianos —tampoco los venezolanos, siquiera—, sino lo que padece la mafia enquistada en Caracas.

Y el mayor interés de Maduro es, por supuesto, el levantamiento de sanciones. Fue así desde que se impuso la primera, desde que su cabeza tiene precio por narcotraficante, y desde que los niños mimados del chavismo no pueden disfrutar de sus vacaciones en Disney o Aspen. Porque, aunque sobra recalcarlo, aún toca: las sanciones no tienen nada que ver con la tragedia que viven los venezolanos, hambreados y sometidos. Primero, porque antes de sanciones ya había hambre; y segundo, porque aún sin sanciones, ni un centavo que le entrara a Venezuela terminaría en otro lugar que no sean los bolsillos de algún general obeso de Fuerte Tiuna.

Falta nada para que Petro se siente con Biden frente a la Pennsylvania Avenue para abogar por el levantamiento de sanciones. Ya Maduro aplaudió los esfuerzos del colombiano y expresó su apoyo a la cumbre que coordinan él y Álvaro Leyva —el canciller colombiano expuesto como canciller de las FARC. Lo inconcebible es que a la cómplice infamia de Petro se le sumen otros países, que deberían al menos esforzarse en mantener las formas de su política exterior.

Es de anteojitos que el serpenteo de Petro no producirá un solo beneficio para los venezolanos, sino para Maduro, que saliva, ansioso de que, de la mano de las labores colombianas, lo terminen invitando a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York a dar una conferencia sobre derechos humanos.

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