«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Se muestra favorable al «consenso liberal»

Petro mantiene la obsesión contra los combustibles fósiles mientras los colombianos están preocupados por sus problemas reales

El presidente de Colombia, Gustavo Petro. Europa Press

El panorama político colombiano presenta una falsa dicotomía entre la supuesta izquierda radical de Gustavo Petro y la así llamada «ultraderecha» de la oposición uribista. Se olvida que unos y otros hacen parte del mismo consenso de 1991, que comulgan plenamente con el régimen constitucional vigente y que en lo único en que ambos —tanto Petro como Uribe— están en desacuerdo con la Constitución actual, es en que los dos habrían preferido prolongar su mandato de gobierno.

Si en lo teórico las posturas fundamentales de Petro se han mostrado favorables al «consenso liberal» de 1991, en lo técnico y minucioso también. Incluso se evidencia una tendencia increíblemente alineada con los EEUU, lo que sorprendería tratándose de un gobernante que se presume antiyankee. Nadie recuerda que en el 2006 Gustavo Petro estuvo en Washington con varios parlamentarios estadounidenses, y tras su visita él mismo publicó, con bombos y platillos, que el Tratado de Libre Comercio —TLC— con los americanos solo necesitaba «ajustes secundarios», aceptando él mismo bajar los aranceles para productos importados, convertir la Caja Agraria en el Banco Agrario, desmontar el Idema y reducir el Ica (entidades de sustento agrario por excelencia), así como bajar los créditos proteccionistas al agro y subir las tasas de interés a los campesinos. Ya como jefe de Gobierno ninguna de esas reformas «neoliberales» se ha desmontado y en el 2023, ¡su ministro de Industria y Comercio anunció que no habría renegociación del TLC!

Su alineación con el libre mercado no se limita a mantener el legado aperturista abierto por Gaviria e intensificado por Uribe, también comprende su visión económica integral, que no supone una estatalización de las fuerzas de producción, ni mucho menos. La banca y el sector financiero no tienen en Petro una amenaza «a la cubana», y los esfuerzos de su gobierno por intervenir en la economía resultan una tímida imitación de Carlos Lleras Restrepo, no de Stalin.

Se dirá que la obsesión de Petro por acabar con la producción de combustibles fósiles —reemplazar la exportación de petróleo, gas y carbón por aguacates— es prueba de su izquierdismo radical. Eso es prueba de su estupidez radical, pero no de su izquierdismo. Ni Lula ni López Obrador —por citar a sus compañeros de causa en la región— han pretendido semejante suicidio, que resulta más un capricho infantil de Petro —en perfecta sintonía con la senadora norteamericana Sandy Ocasio-Cortez y su green new deal-— que una postura marxista seria.

Y pasando a Álvaro Uribe ¿cuál es su famosa extrema derecha? Al igual que Petro, el uribismo no se aleja del consenso liberal y democrático de 1991. Sus políticas de «mano dura» se limitan a ejercer la autoridad para garantizar la seguridad nacional y el orden público, lo que sólo en Colombia es extrañamente percibido como una posición de derecha, y no como una premisa básica para cualquier tipo de gobierno. Tanto Uribe como Duque impulsaron políticas de negociación con el terrorismo, menos generosas que las de Santos, pero en todo caso concordantes con lo que desde Belisario Betancur se volvió en Colombia una política de Estado bastante izquierdista: negociar con los grupos armados.

Se dirá que en torno a la agenda cultural si existen diferencias de fondo entre uribistas y petristas, y eso tampoco es cierto. Para empezar, dada la realidad colombiana, en donde las reivindicaciones sociales priorizan la lucha por el derecho al trabajo o a la salud sobre la batalla para poder cortarse los genitales o escoger pronombres, el tema woke aún no está latente en las bases populares. El electorado en Colombia está mucho más preocupado por sus problemas reales que por esos asuntos bizantinos que desvelan solamente a cuatro activistas en la prensa liberal capitalina.

Dicho eso, el uribismo es, con pocas excepciones, indiferente en cuanto al avance de la cultura woke. Al igual que el Partido Popular en España no considera que la causa de la tradición cristiana sea electoralmente rentable.

Son, como la canción, «dos liberales en plena ansiedad»; uno de centro derecha y el otro de centro izquierda a la Joe Biden, polarizando al electorado colombiano entre falsos antagonismos. Ambos se enmarcan perfectamente dentro del régimen constitucional actual, con aproximaciones diferentes, pero no contradictorias, frente al manejo de la economía dentro del mercado capitalista y el papel más o menos intervencionista del Estado dentro de la democracia moderna.

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