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EN AMBOS PAÍSES LA IZQUIERDA PACTA CON LO PEOR DEL ESPECTRO POLÍTICO

Semejanzas entre Argentina y España (I): pobreza, agenda ‘woke’ y una oposición que no ejerce como tal

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al presidente argentino, Alberto Fernández. Europa Press

Cuando en la República Argentina el Congreso Nacional sancionó la ley que establecía el voto universal, Roque Sáenz Peña, el presidente de la nación que la impulsó, hizo una convocatoria pública —«quiera el pueblo votar»—, atento a que aún no estaba incorporada la tradición de hacerlo como un derecho ni como un deber cívico. Con el correr de los años, esa suerte de arenga sufrió una modificación, tanto que se instaló en la memoria popular como «sepa el pueblo votar». Tal vez, ese llamado a la conciencia pueda caber por estos tiempos para concientizar a los españoles. 

Un horrible parecido con las penurias que transita la República Argentina se percibe en España. Es bien probable que la población local no lo registre con la claridad que sí tiene para cualquier persona oriunda de sudamérica. 

Los procesos de deterioro son lentos. El día a día consume las preocupaciones generales y es el principal motivo por el cual los cambios y retrocesos no sean identificados prematuramente. La coyuntura española, particularmente engorrosa de los últimos años, alimentó esa distracción sobre el futuro, en tanto crecían las dificultades cotidianas pero con consecuencias de largo plazo.

Por obra de la repetición de políticas económicas equivocadas, Argentina arrastra desde hace décadas un déficit habitacional que se agrava por la inacción oficial. La pobreza estructural, la falta de crecimiento económico y la imposibilidad de acceso al crédito para la adquisición de viviendas son algunos de los escollos que el ciudadano encuentra a la hora de dar solución a una cuestión tan básica como es tener un techo. Pero quizá el problema más grave y más difícil de resolver es la incertidumbre. La población no confía en la estabilidad política y no se atreve a endeudarse porque el futuro se presenta incierto. 

Los políticos se encargan de afirmar esta percepción y las medidas que toman no hacen sino consolidarla. 

En Argentina, tal y como pasa en España, una pésima legislación sobre alquileres está complicando a dueños y a inquilinos. El Congreso votó una ley horrible que perjudica a ambas partes. Las cláusulas introducidas produjeron una rápida retracción de la oferta ante la falta de garantías sobre la propiedad privada que contiene la norma. El resultado inmediato fue el agravamiento del problema: miles de personas no consiguen rentar una vivienda. Las autoridades reconocen que la ley es pésima, pero desde 2020, año en que fue sancionada, no han hecho nada. 

Este es sólo un ejemplo, pero los parecidos abundan. En ambos lados del Atlántico parecen fomentarse las mismas cuestiones: la inflación en aumento, que no desvela a las autoridades; el desvarío de la educación cooptada por la progresía LGTB que va por la destrucción de las tradiciones, la ruina del lenguaje, las costumbres y el avance del Estado sobre el derecho de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos; la inseguridad creciente que mantiene a la población amenazada por la debilidad frente al delito que practican tanto las autoridades españolas como las argentinas son otros temas no menos relevantes. 

Hace nueve meses, tuve la oportunidad de entrevistar al líder de VOX, Santiago Abascal, y ya entonces describió sin eufemismos los peligros inminentes que acechaban a España: la amenaza rusa y su sincronía con los chinos, que explica los acontecimientos de los últimos años: «El virus que salió de China hundió la economía internacional mientras China despegaba y el resto del mundo padecía la caída del empleo y el desmantelamiento industrial con la excusa del cambio climático. Sólo crece la producción de energía en esos países, que luego nos la venden y nos hacen más dependientes, con más desempleados y más pobres», dijo entonces el diputado.

Y la ruina no se detuvo allí. VOX viene denunciando situaciones calcadas de la realidad argentina: intentos por controlar el poder judicial, asalto a las instituciones y una decidida intención de acabar con la división de poderes. 

Como en Argentina, en la España de Pedro Sánchez se pacta con lo peor del espectro político; allá con el comunismo, el separatismo y el terrorismo, devenido falsamente democrático, y en Argentina con el narcoterrorismo y el indigenismo que ya controla vastas porciones de territorio. ¿Sería una suerte de separatismo ad hoc? Pues, como Cataluña, reclama territorio y controla una suerte de fronteras internas que son defendidas con extrema violencia por los pseudo pueblos originarios.

Estas gravísimas denuncias no fueron atendidas, ni en España ni en Argentina, por quienes se dicen en la vereda de enfrente del sanchismo o del kirchnerismo. ¿Cómo se explica tamaña negligencia?

Se explica observando la conducta de esos políticos, especuladores profesionales. A partir de esta descripción de los hechos, el panorama no luce alentador, con una derechita cobarde que sigue intentando, infructuosamente, obrar de oposición mientras hace equilibrio para no mostrarse ni muy de izquierdas ni muy de derechas, objetivo que siempre sale mal. Quien pretende gobernar sin definirse en temas cruciales es porque no tiene un plan de largo plazo sino que va resolviendo las cuestiones sobre la marcha y eso lo lleva a ser funcional y débil frente a la firmeza de los que sí lo tienen. 

La izquierda tiene un plan detalladamente diagramado que hasta ha hecho público y está expresado en la Agenda 2030 y es impulsado por la burocracia internacional que, desde Bélgica, empuja las políticas que España viene incorporando con rigurosa docilidad. Casi en espejo, América Latina transita las mismas sendas bajo la tutela del Grupo de Puebla. 

España y Argentina se asoman a elecciones este año y los partidos de oposición se muestran como pretendidas opciones al desquicio reinante pero, en verdad, no lo son. La larga administración del PSOE ha significado la perdición de España, pero el PP, aliado político del partido de Mauricio Macri en Argentina, no terminó de presentarle batalla como tampoco lo hizo Juntos por el Cambio al kirchnerismo. En los grandes temas terminan acordando. En Argentina votaron juntos la ley de alquileres, las moratorias que sólo benefician a los incumplidores seriales y habilitan el ingreso al sistema de dinero de procedencia incierta y la suba de impuestos. No se han opuesto a las leyes ESI (de educación sexual integral), han alentado la legalización del aborto y han abierto las puertas de la salud pública a los tratamientos de bloqueo hormonal para adolescentes y preadolescentes sin supervisión de un mayor y a las cirugías de cambio de sexo. 

El cambio climático y la economía sustentable también son banderas que comparten con el socialismo izquierdista del Siglo XXI. En síntesis, las diferencias entre ambas ofertas electorales hay que buscarlas con lupa. Claro está que con unos es más rápido el camino hacia el progresismo explícito en tanto que con los otros hay matices que sirven más para confundir al electorado que para evitar la concreción del proyecto de los burócratas de Bruselas. 

La larga amistad entre Mauricio Macri y las sucesivas autoridades del Partido Popular o los recientes elogios de Isabel Díaz Ayuso al alcalde de Buenos Aires y candidato presidencial Horacio Rodríguez Larreta confirman esas coincidencias. 

La muletilla de «Vamos camino a Venezuela» fue consumida en Argentina por años mientras el populismo se colaba por todos los rincones. Pero Argentina es Venezuela hace años. Es la Venezuela de Hugo Chávez a la que se llegó distraídamente. Tan Venezuela somos que hasta superamos su nivel de inflación y a diario despedimos a cientos de nuestros jóvenes que abandonan el país en busca de trabajo y futuro. 

España no va a ser Venezuela pero debe luchar para no ser Argentina; no permitir que el delito y la impunidad se transformen en costumbre, defender las instituciones y la tradición, reivindicar la nacionalidad con tanto orgullo como su pertenencia a Europa y, fundamentalmente, no debe permitirse dejar de luchar, que la política woke, el contubernio y el buenismo no les gane la batalla hasta hacerles bajar los brazos. No se entreguen. No desistan.

Por eso, en vísperas de elecciones cabe un llamado desesperado a nuestros mayores de Europa, a nuestra querida madre patria.

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