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RADICALIZACIÓN EN EL GOBIERNO COLOMBIANO

Un colectivo indigenista armado con palos sale en defensa de las reformas de Petro

Miembros de la Guardia Indígena protestan en Bogotá. Twitter

La radicalización de Gustavo Petro en el poder parece evidente. Y es que, luego de romper de facto la semana pasada el pacto político que le ligaba al Partido Liberal, Conservador y de la U, el mandatario colombiano ha apostado por una deriva en la que a esta altura solo le importa imponer sus polémicas reformas y, por consiguiente, su proyecto político.

El volumen del tono discursivo de Petro ha subido considerablemente desde que se dio la ruptura, en medio de la discusión por la reforma del sistema de Salud. Hace poco el Jefe de Estado asomó públicamente su intención de encabezar una «revolución» en el país sudamericano; esto aunque luego matizó dicho discurso eludiendo cualquier referencia a escenarios de violencia.

El primero de mayo, en un discurso pronunciado desde el balcón de la Casa de Nariño, el mandatario izquierdista instó a los grupos indigenistas a darle su respaldo a las reformas que se están promoviendo desde el Ejecutivo.

Así las cosas, el miércoles 3 de mayo arribaron a Bogotá aproximadamente 400 integrantes de la llamada «Guardia Indígena«, un colectivo indigenista que, armado con palos, llegó a las cercanías del Congreso colombiano para dar muestras de apoyo al Plan Nacional de Desarrollo (PND) que ha puesto sobre la mesa el Gobierno; el mismo que ha causado profunda división entre quienes hasta ayer, desde los partidos, le habían dado piso político a Petro.

Entre las muchas cosas dichas ese día por los manifestantes resalta lo recogido por el diario colombiano El Tiempo, que reseña que varios de los participantes dijeron estar dispuestos a «defender nuestros derechos, así nos toque morir».

Las mayores alarmas se encienden a propósito de cómo la «Guardia Indígena»asume que la lucha por el proyecto político de Petro está por encima de la propia Constitución y las instituciones colombianas, teniendo así sentido las advertencias que recientemente esbozó el excandidato presidencial colombiano Federico «Fico» Gutiérrez en la Revista Semana sobre la posibilidad de que Petro asuma el derrotero de la Asamblea Constituyente como método para concentrar poder y evitar tener que negociar en lo sucesivo con las otras formaciones que hacen vida en el Congreso del país.

«Pueblo indígena de Colombia, hoy nos encontramos aquí reunidos, ustedes que son la fuerza del movimiento indígena (…) Estamos aquí para aportar a las grandes transformaciones que están en el Senado, y que el Senado y la Cámara de Representantes no son más que el pueblo«, dijo un vocero del colectivo indigenista durante la manifestación.

Aunque las manifestaciones del miércoles no derivaron en actos concretos de violencia, no se tiene claridad sobre si estos colectivos dejarán la capital colombiana pronto o permanecerán por varios días allí. Incluso, sus miembros exigieron a la alcaldesa de la ciudad, Claudia López, que les garantice un sitio para hospedarse en Bogotá.

Ante ello el exministro de Defensa y exembajador de Colombia en Estados Unidos, Juan Carlos Pinzón, llamó la atención sobre la amenaza que demostraciones como esta pueden representar de cara a la estabilidad política del país:  «Una organización armada con evidente entrenamiento y mando, toma el Capitolio en Bogotá. La gente en total indefensión ante la guardia indígena».

Petro, por su parte, minimizó las aseveraciones de Pinzón, reivindicando el uso de los bastones del colectivo indigenista como un elemento que «existe desde antes de la conquista«. «Es el símbolo del poder ancestral, no es un arma de fuego», expresó el jefe de Estado colombiano.

En todo caso, Colombia está sentando un peligroso precedente en el que -aunque aún no se han producido actos violentos- no es posible pasar por alto las amenazas al funcionamiento de las instituciones que este tipo de grupos representan.

En la vecina Venezuela, por ejemplo, el chavismo instauró el uso de los llamados «círculos bolivarianos» tan temprano como a inicios del Gobierno del fallecido Hugo Chávez. Los «círculos» estaban conformados por simpatizantes del chavismo que terminaron convirtiéndose en bandas armadas al servicio del poder para evitar que parlamentarios de oposición pudiesen llegar a la sede del Legislativo y ejercer su función.

¿Le espera a Colombia un futuro con sus propios «círculos» del terror, bajo el pretexto de estar constituidos por colectivos que representan a los «pueblos originarios» del país? Conviene seguir el asunto muy de cerca, pues Petro parece determinado a azuzar la radicalización de su Gobierno en lo inmediato.   

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