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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Lecturas LX: El cardenal Rouco

José Francisco Serrano Oceja: Rouco Varela. El cardenal de la libertad. Planeta, Barcelona, 2014, 230 pgs.

Antes de nada creo que debo decir ante que tipo de libro nos encontramos para que los lectores sepan lo que van a hallar en él. No es una autobiografía ni unas memorias, aunque tengan no poco de ellas. Menos una biografía ajena en su redacción al biografiado. Tengo experiencia propia en en este tipo de libros. Cada libro es lo que es y no se le puede pedir otra cosa. Dan lo que tienen. Y este de Serrano Oceja da. Y mucho.

Ha sido fruto de unas largas conversaciones con el cardenal. En las que éste contó lo que le pareció bien y calló lo que creyó oportuno. Se tienen esas conversaciones con personas que se consideran honradísimas con la confianza y admiran al que cuenta su vida y la vida que cuenta. Claro que hacemos preguntas y opinamos pero desde una actitud reverencial. Y el que nos cuenta su vida lee después como hemos interpretado la narración y vuelve a corregir lo que no le parezca acertado o conveniente. Estamos pues ante una autobiografía en el que el entrevistado pone la letra e incluso parte de la música. Por lo que el lector puede tener la seguridad de que lo que aquí se dice lo aprueba el cardenal Rouco. Eso es lo que él quería que se dijera. Pero el hecho de escribirlo otra persona distinta del biografiado elimina notablemente el posible carácter hagiográfico porque posibles excesos admirativos del redactor los corrige inmediatamente el protagonista por propio pudor.

Estamos pues ante un libro sobre el cardenal Rouco, autorizado por él, favorable a su historia pero muy distante de la hagiografía, y muy interesante. Se lee de un tirón, está bien organizado y redactado, descubre cosas desconocidas y hace pensar que dentro de unos años José Francisco Serrano Oceja pueda ser el gran biógrafo del gran cardenal que entonces habrá sido Don Antonio María Rouco. Hoy todavía lo es. Y Dios quiera que por muchos años. Tiene una muy buena base Serrano para completar lo de ahora. Ciertamente con investigación propia pero también con mucho material que seguro que surgió en las conversaciones y que por los motivos que fueren el cardenal no consideró conveniente que ahora se publicara.

Con el arzobispo de Madrid, como con todas las grandes figuras del momento hay quienes simpatizan, quienes no y una inmensa mayoría que no sabe nada del personaje. O tiene de él una idea que no se corresponde en absoluto con la realidad. Yo en antipatías y simpatías viscerales no entro. Me traen sin cuidado. Sólo considero aquellas que parten de algo racional aunque sea equivocado. Al cardenal Rouco le odia la antiIglesia y lo peor de la Iglesia. Pues me parece una excelente recomendación. Tampoco le puede ver un grupúsculo extremista por el otro lado que rechaza todo lo que entienden que no corresponde a su idea de perfección. El cardenal es malísimo porque todavía no ha celebrado la misa tradicional, no ha excomulgado a quienes quieren cerrar el Valle de los Caídos o han votado la ley del aborto o no le ha negado una misa al rey y ha casado a su hijo. Y la mezcla de odio e insuficiencia neuronal lleva a auténticas estupideces. Y luego está una gran mayoría de españoles, católicos o no, que le tienen simpatía o antipatía por razones peregrinas y generalmente imaginadas. A todos estos les vendrá bien le lectura de un libro que pone a Rouco al alcance de todos. También de esos. Y por supuesto de todo aquel que quiera tener un mejor conocimiento del cardenal.

En el libro hay muchas cosas importantes. Y faltan otras también importantes. Tras su lectura ya digo que se conocerá bastante mejor al cardenal pero quedarán notables aspectos por saber. Me parece inútil indagar los motivos. Optó por eso y punto. Hay algo que desde luego oculta celosamente. Su alma. ¿Pudor? ¿Timidez? ¿Introversión? ¿Desconfianza galaica? El cuenta hechos. Las intimidades parece reservarlas para Dios.

Interesante, aunque referida someramente, la vocación sacerdotal de aquel niño de vila, que hay que conocer Galicia para saber lo que es eso. Y su infancia en Villalba, con su familia, pronto sin padre y sin madre, y el seminario. El niño era espabilado y le envían a Salamanca. Creo que está también descrito muy exactamente el ambiente de la pontificia. Y hasta el momento, progresismo cero. Más bien todo lo contrario. En aquellos años preconciliares en Salamanca nadie parecía echar de menos un concilio. El deseo de ir a Alemania le llevó de rebote al Derecho Canónico en el que ni había pensado. Sus días de Munich también al parecer sumamente conservadores. Y ya con el Concilio buyendo. En Alemania se sintió como pez en el agua y esa impronta la ha llevado siempre consigo. Y sigue manifestándose como notablemente conservador, como lo era su maestro Mörsdorf.

Sus años posteriores en la Pontificia salmantina para mí resultan confusos en la lectura. ¿Si era tan de comunión eclesial, y no tengo motivos para dudarlo, como se compagina con ello aquella purga revolucionaria de la Ponti que está en el origen de su decadencia y seguramente de la aparición de San Dámaso como el antiPonti? Porque en aquella movida en la que estaban Setién, Javierre el salesiano, Sebastián, Maximino Romero, con los estudiantes de teología en huelga y el triufo revolucionario, Rouco salió de vicerrector. Me hubiera gustado conocer más los entresijos de aquello. Tambien le encontramos muy cauto, más bien crítico, con la Asamblea Conjunta.

Respecto a la transición política de España Rouco no se alineó ciertamente con Don Marcelo y fue favorable a la misma. Muy breve, e interesante, el 23F que vivió la Conferencia Episcopal que estaba reunida y sin presidente pues estaba pendiente la sucesión del cardenal Tarancón. Me parece menos convincente el que la Constitución de 1978 sea compatible con la fe cristiana. Y tampoco me convencen mucho su afirmación de que siempre habían intervenido permanentemente contra el terrorismo. El mismo cardenal afirma que «es verdad que no hicimos una declaración general y global sobre este fenómeno hasta el año 2002». Cuando los muertos eran ya muchos centenares.

Sus episcopados en Santiago, como auxiliar y residencial, con una inteligente y cauta consideración del galleguismo,  y Madrid, dos Jornadas Mundiales de la Juventud que es el único que las ha realizado con todo el esfuerzo que ello supuso y los logros alcanzados, su trato con los Papas con los que convivió, su preocupación por el Seminario, San Dámaso, que es uno de los florones de su corona…

De la Conferencia Episcopal y su presidencia, cuestión importantísima en la vida del cardenal Rouco apenas nada. Y de Entrevías ni el apenas. La Virgen de la Almudena en el centro de sus amores. Hoy todo católico madrileño conoce su himno. Cuando él llegó, ninguno. Tal vez ni existía el himno.

Libro sumamente recomendable que permitirá acercarse a este gran arzobispo y no a la caricatura que algunos hicieron de él. Mi felicitación pues a José Francisco Serrano por algo verdaderamente logrado aunque no será definitivo. Pero ya he dicho que si quiere, él podría ser el autor de la gran biografía que Antonio María Rouco Varela comienza a reclamar. 

 

 

 

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