Junto con los nuevos cardenales. Hermosísima homilía. Para leerla y meditarla. La misa como era normal, o como debería serlo, muy latina. El Papa la dice siempre con notable recogimiento. Da gusto verle celebrar. Cree en lo que hace. La voz, ciertamente cálida, es escasa. Seguramente sigue sin cantar, pero el Credo lo seguía con sus labios. Y parecía que en la música. En esta ocasión, y creo que también ayer, me pareció verle en su dedo el anillo pontificio. Como aquello del alirondo, me lo quito y me lo pongo. No es una crítica. Sólo un perplejidad. Y el Papa es el Papa con ese anillo o sin él. Me parece también observar que el Papa lleva amito. Podrían imitarle otros obispos. Me parece muy bien la blanca doble o el cuello romano. Que deberían llevar siempre. Pero en misa no es necesaria su exhibición.
Hermosa ceremonia y ya digo que bellísimas palabras. Yo me sentí interpelado por ellas. Y es que lo de la otra mejilla creo que no está nada bien entendido. Porque casi nadie la pone. Simplemente te dan en ambas. Y en más que tuvieras. Sin el menor mérito por presentar la otra. Que no has puesto. Ni ganas tienes. Esas palabras deben ponerse en correspondencia con las que después dijo el Papa en el Ángelus, con bastante más voz. Los cardenales, y los demás cargos eclesiales, no son «padroni» sino servidores. De los demás. Y se sirve con amor. Y hasta con felicidad porque te hayan golpeado en la mejilla. Pues, ¿qué queréis que os diga? Yo en muchos no lo he notado. En la gran mayoría. Sí en algunos, que me han mostrado ser verdaderos seguidores de las enseñanzas de Jesús. Y que olvidado cualquier resentimiento hasta me han brindado su amistad. En la que hoy me gozo. Pero no exageremos, poquitos.
Yo soy un mal cristiano. Jamás he presumido de lo contrario. Y tan malo que en algunas cosas tengo escasísimo propósito de enmienda. Confío mucho más en la infinita misericordia de Dios que en mis escasísimos méritos, caso de que tenga alguno. Me he encontrado hasta obispos que me han mostrado que lo que hubiera golpeado en su mejilla, que golpeé. como si no huiera existido. Bendito sea Dios en ello. Y mis dos mejillas, y más que tuviere, están prestas a recibir todos los golpes que a ellos quieran darles los enemigos de la Iglesia. Aunque en mi caso, de tan mal cristiano, seguro que habría respuesta. Lo más contundente que pudiere.
Pero en la mayoría de los casos los agredidos por mí no pusieron otra mejilla. Aunque yo se la hubiera encontrado. Y no sé si es la misma o la otra. No voy a decir que abrazos agradecidos o al menos una sonrisa. En casos odio semejante al que jurara Aníbal a los romanos. Y algunos, mi querido obispo a quien no nombro nunca, incluso antes de ser golpeados.
Yo soy un cristiano de filas, lleno de pecados, pero que sólo represento a la Iglesia desde esa ínfima condición. Casi la nada. También yo debería apropiarme las palabras del Papa. Y seguirlas. Cierto. Pero cuando al general en jefe, generales, coroneles, capitanes, le hacen tan escaso caso no se lo van a reclamar a un vulgar soldado o como mucho a un cabo furriel.