Enviado para el número del 16 de noviembre de Siempre p’Alante
He leído en alguien a quien respeto, asegurar que ni un «neocón sectario» se atrevería a negar que la misa tradicional tiene muchos más asistentes jóvenes que la celebrada según el novus ordo. Pues el menda. posiblemente siendo un neocón sectario, se atreve. Y lo niega.
En mi parroquia, donde se dice la misa nueva exclusivamente, hay muchísimos jovenes. Y me consta que en otras parroquias de Madrid también. Por lo menos, bastantes. Yo no entro en gustos, ni siquiera en disquisiciones sobre si la misa antigua es más respetuosa con el sublime misterio. No creo tampoco que la misa nuevao se presta más a cachupinadas celebrativas. Si estas ocurren, que ocurren, es mucho más por el celebrante que por la misa.
Cierto que hay jóvenes a quienes les gusta más la tradicional que la nueva. En Francia muchos, en España también, aunque poquísimos. Todos los que van a todas las misas m.e. que se celebran en España son menos que los que acuden un domingo a Caná. Y seguramente menos que los que van a la misa de nueve de la noche a Caná.
La defensa de la misa tradicional me parece absurdo hacerla menospreciando la nueva y no digo ya declarándola herética, sacrílega… Ambas tienen un valor infinito pues renuevan incruentamente el sacrificio de Cristo en la Cruz para el perdón de nuestros pecados. Y no existe un infinito mayor y otro menor. Y eso es un dogma de fe. Vaya católicos los que sostienen que la Iglesia lleva casi cincuenta años sin celebrar el santo sacrificio. Salvo en mínimos reductos que suponen el cero coma cero, cero, cero y más ceros por ciento de las misas que se celebran en el mundo. No sé cuantas misas se celebran un domingo en España. Posiblemente más de diez mil. Y por el modo extraordinario tal vez no lleguen a una docena. Y no la oyen ni mil personas.
Me parece de una autosuficiencia rayana en la paranoia sostener que esa pusilla grex es lo único católico que queda en España. Y si tenemos en cuenta que la mayoría de ese millar, aun prefiriendo el modo extraordinario, en lo que están en todo su derecho, asiste también al modo ordinario, los días en que no tienen el extraordinario o en celebraciones de otro tipo, bodas, funerales, primeras comuniones, confirmaciones de familiares.., y comulgan en ellas convencidos de que reciben el mismo Cristo que cuando lo hacen en la misa tradicional, pues nos quedamos con un minúsculo grupo, sigo hablando de España, que se creen los Atanasios del siglo XXI. Ya es presunción. Incluso me consta de afectos a la Fraternidad de San Pío X que tampoco tienen reparo en asistir al n.o. si no tienen a su alcance el vetus. Aunque también he conocido a algunos que se quedaban sin oír misa los domingos antes que acudir a la de Pablo VI.
Creo que también debo reconocer que la misa tradicional se oye por la mayoría de los asistentes con mucho más recogimiento y piedad que los que muestran la gran mayoría de los asistentes al novus ordo. Y siguen la misa, oída en su mayor parte en silencio, con una devoción notable. Pero eso, en mi opinión, no tiene nada que ver con una u otra misa, siempre que la moderna se celebre correctamente. De trapalladas no hablamos. Se debe, sobre todo, a que los asistentes al m.e. son, en general, personas de más nivel de conocimiento eclesial que la mayoría de los que asisten al novus y muy concientizados de lo que allí se celebra. Lo que no cabe decir de muchos de los que asisten a la misa nueva. Pero, repito, eso no es cosa de la misa sino de los asistentes a ella.
Me referiré, también, a las negativas, zancadillas, puñeterías y demás que obispos y sacerdotes, eso es cosa de ellos y no de los seglares, dedican a la misa tradicional que reflejan un odio incomprensible al sacramento con el que durante siglos se santificó la Iglesia. Cuesta trabajo entenderlo sin llegar a la conclusión de que se trata de mala gente. Sean cardenales, obispos o simples sacerdotes. Soy el primero en entender que si una persona en Villacarrillo reclama la misa tradicional, el párroco o el obispo no le hagan el menor caso. Aunque la educación, y la explicación, en la negativa no deberían faltar. Pero hemos asistido a verdaderos atropellos a fieles que reclamaban con toda urbanidad la misa tradicional. Y en algunos sitios en los que la han conseguido fue tras una carrera de obstáculos.
He defendido siempre el derecho de los fieles a la misa tradicional pero con una condición, que haya fieles. Ellos tienen que ser los primeros y la misa la segunda. No tiene ningún sentido una misa sin fieles. Ni tampoco pedir gollerías. Parroquias personales para cuarenta fieles, si llegan, misas en cinco iglesias cuando no llenan ni una… También me parece impropio que haya obispos que desanimen e incluso amenacen a sacerdotes que serían favorables a celebrar permanentemente o en alguna ocasión por el modo extraordinario. Deberían tener en cuenta que hoy todo se sabe y cualquier día aparecen en los papeles como los dictadorzuelos que son. Y también que el respeto sólo lo merece lo respetable. No las cacicadas o los caprichos.
Quienes desean la extensión de la misa celebrada según el modo extraordinario del rito latino tienen ante sí algo que sólo pueden hacer ellos pues nadie lo va a hacer en su lugar. Tienen que reclutar adeptos para que eso crezca y no se muera. Hacer propaganda de esa misa, llevar a ella amigos a quienes les pueda gustar. Animar y sostener a quien llevaron hasta que se identifiquen con esa misa. Apoyar a grupos que se estén formando para pedir su celebración. Asistir luego con asiduidad a ella…
Y como colofón denunciar de nuevo una actitud miserable de dos personas que castigan faltas o pecados que nadie conocemos con la prohibición de celebrar la misa por el modo extraordinario. Dando la impresión de que lo que odian es el modo y que han buscado un pretexto, desconocido por otra parte, para verter su bilis contra unos pobres frailes mientras no se demuestre lo contrario. Y quienes tienen actitudes miserables es que son miserables en su corazón. No necesito dar sus nombres porque todos los conocéis. Uno es cardenal y se llama Braz de Avís, el otro arzobispo y se llama Rodríguez Carballo, Pepe para los amigos.