Aunque la mona… Ha sucedido con la señora Díaz, vestir en boutiques francesas, ir a la peluquería, a buenos restaurantes y cumplir todo eso que llaman costumbres pequeñoburguesas tiene su qué en ciencia política. Aunque la acción gubernamental sea tremebunda en sentido comunistoide, el caso Yolanda es exitoso. Prologuista de El manifiesto de Marx y Engels, la imagen pública de lady paro subyuga a propios y extraños. El envoltorio encandila, consigue enredar al gran público. Al fin y al cabo estamos en una idiocracia, en un régimen general infantilizado.
…se vista de seda… Ocurre parecido hecho con Ana Pontón, candidata por el BNG a la presidencia de la Xunta. La operación de maquillaje público incluye el aseo e, incluso, la visita a grandes empresarios. Sin embargo, sólo hace falta tomarse la molestia de leer el programa de su formación. Aparece el monolingüismo o cancelación del español en las aulas, la independencia (un referéndum al uso) o la expulsión de la Guardia Civil y la Policía Nacional (infiero que creando un cuerpo policial o militar puro, gallego). Eso está escrito, insisto, en los papeles electorales del Bloque, o pedrusco nacionalista. Claro que, a estas alturas, imaginar que alguien va a leer algo es mucho imaginar.
De los flashes… Mientras los subvencionados del cine (¿no es corrupción dar dinero público a proyectos que registran pérdidas ordinarias o, incluso, no llegan a estrenarse en salas?) lucían palmito y chapa pro-Hamas, eran asesinados dos guardias civiles en acto de servicio contra el narcotráfico. Un tercero se encuentra en estado grave. Se vio en la gala a una Ana Belén largar el obligado speach feminista, unos cuantos looks que pretendían, quizás, llamar la atención, las acostumbradas peticiones de parné (qué poco decoro tiene esta gente) y al jefe supremo y sus andares portuarios. Anecdótico, emocionante, fue presenciar a una microfonera de RTVE, nerviosa cual fan, gritándole «¡Eres un icono, presi, te queremos!». Hasta ahí los ruidos cacofónicos del evento, sobre el que siempre me asalta una duda: ¿qué tiene que ver un pintor de Corte nacido a finales del dieciocho con el cine? Ah, mención a José Coronado, un señor, cuando contestó acerca de la presencia de VOX en la fiesta: «A mí me da exactamente igual. Me parece muy bien. Creo que todo el mundo debe estar, los de Vox, del PP, los del PCE, los de todos lados». Parecía que, durante un instante, habíamos vuelto a ser un país normal.
…al silencio. Hondo, de olor fétido el mutismo de la farándula sobre los guardias civiles asesinados. Como, también, la súbita amnesia respecto a los agricultores, quienes arrastran ya la etiqueta de fascistas y todo eso. Y, en otra órbita moral, el silencio grave, honroso, el minuto mudo, bandera de España y en pie, que Iker Jiménez dedicó a los caídos en su programa televisivo Horizonte.
La gran crisis. España es una nación que se descompone. Sólo hay que escuchar la matraca socialista, en especial la del PSC que el PSOE zapaterista y su mejor alumno ha hecho suya, «España no se rompe», para sospechar que sí. Porque, digamos, la flexibilidad de un régimen puede ser extraordinaria, pero limitada. En el recuerdo el viejo Imperio Austrohúngaro, habitado por tantos enemigos en tarea destructora, boicot institucional, revueltas en remotas provincias. Todos esos tumores balcánicos, metástasis y fin de una experiencia, sí, multicultural, riquísima. Hugues incide en otro asunto que no es menor, pero al que nadie parece importar. «En 1977 empieza un destrozo demográfico. Como diría La Bombi: ¿por qué será? Justo en 1977 caen intensamente la tasa de natalidad y los matrimonios. Sobre ese desplome llega la legislación de las dos glaciaciones socialistas (el PSOE hace las leyes, el opositor pepero se las estudia): divorcios a gogó (pero sin las gogós), 2×1 en abortos, y el honor de convertirnos en potencia feminista mundial».
