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Del abandono de los otros catalanes al lío con el trans Samantha Hudson

Doritos cancela el contrato con el activista trans Iván González (Samantha Hudson) tras el boicot promovido en las redes
El activista trans Iván González (Samantha Hudson). Europa Press

Felices. El nacionalismo catalán tiene razones para sentirse encantado con eso que llama España. Por hacer memoria del idilio, incluyo al franquismo y, por supuesto, al periodo democrático. En un momento reciente y febril de su atribulada historia (esos cólicos puntuales de burguesía provinciana, el procés) fue derrotado. Vencida pretensión de independizarse, intimidad que lleva arrastrando desde su nacimiento, a comienzos del siglo pasado. Se ha escrito mucho sobre la aplicación de aquel 155, blanda para algunos y severa para otros. Si bien los líderes de la rebelión acabaron entre rejas o huyeron al extranjero. Juzgada la violación de la legalidad y el uso alegre de parné público, ahora la malvada España pide perdón y recompensa así tanta arbitrariedad y mano dura contra los buenos catalanes. Ellos, claro. Incluso serán salvados de castigo los vástagos del clan Pujol, coches italianos y tantos viajes a Andorra con las alforjas rebosantes.

Los otros catalanes. Robo el título de un viejo libro de Francisco Candel sobre los venidos, en los 50 y 60, a estas tierras desde Extremadura, Andalucía y Murcia, principalmente. No los llamo inmigrantes porque, que yo sepa, eran tan españoles como uno de Reus o de Sabadell. El discurso de la «reconciliación«, artefacto demagógico, no dice nada de los catalanes no nacionalistas. Los ignora, ciudadanos de segunda que no deben molestar. Es más, nos pone (me incluyo) a idéntico nivel de quienes, vecinos de comunidad autónoma, trataron de encerrarnos en su Cataluña pequeña, corrupta y totalitaria, usurpando libertades. Oigan, en el procés, como en los western, hubo buenos y malos. Y cualquier mocoso medio alfabetizado podría identificar quiénes eran qué. 

Juego de mentiras. Tanto el Gobierno como las autoridades independentistas llevan meses interpretando una farsa. El primero, como es notable, sólo pretende seguir en el poder. Los segundos, calcular los gestos y poner el contador a cero, como si volviéramos a 2012. Parece que esto último lo van a conseguir, que no quede por el rampante Sánchez y su ministro Bolaños, campeones del embuste. 

¿Y ahora? Es una incógnita saber qué hará el nacionalismo, una vez liberado de penas y condenas. Yo he mantenido a veces que los discursos van por una senda, digamos, fantástica y las acciones por otra, más pegada a la realidad. Y que la pretensión final es el dominio total de Cataluña, no sólo ideológicamente sino, sobre todo, presupuestariamente. La superioridad del catalán sobre sus vecinos mesetarios debe así traducirse en privilegios. La aspiración de la independencia, creación de un Estado, no ha podido cumplirse, aunque aparecerá pronto el hueso de un referéndum pactado (y de resultado incierto). Quizás una España federalísima, escuchimizada y vacía de competencias, con una Cataluña con control fiscal propio sea una cosa más que aceptable para los jerifaltes catalanistas. Me pareció adivinar un reflejo de esta idea en unas palabras recientes de Puigdemont, cuando habló de una nueva fase. Claro que el personaje es siempre misterioso. 

Día de la mujer. El pensamiento único se renueva en cada celebración del día de la mujer, del orgullo gay, del planeta o del oso panda. Hay hasta un día del orgullo zombie, pero no del déjennos en paz. Un coñazo periódico que los medios de comunicación se encargan de cumplir para sufrimiento de la libertad de pensamiento y la higiene mental. Así que esta semana ha habido reparto extraordinario de medias verdades y de gordas mentiras en torno a eso que llaman, con desparpajo, la mujer. Como si sólo hubiera un tipo de fémina. Como si esas diferencias naturales que también se reproducen en los hombres no tuvieran lógicas consecuencias. Las hay más inteligentes y menos, más esforzadas y menos, más talentosas y menos, y así todo. Por eso algunas triunfan en la vida y otras, menos. Lo advertía la siempre fina Esperanza Ruiz: «Algún día abriremos el melón del feminismo como filón para la falta de talento». Luego está la cosa perversa y acientífica de la identidad sexual. Resulta que se reivindica a la mujer mientras un machote con nuez y rabo es considerado hembra porque él lo dice. 

Doritos. Estas galletas saladas, hechas de trigo y alguna cosa adictiva, van a ser publicitadas por una tal Samantha, de nombre bautismal Iván. Persona iletrada, más basta que un arao, cautiva de la fealdad y autodenominada «anticapitalista» al servicio de una multinacional americana. Representa bien la estafa de la nueva izquierda. Informa María Durán que, además, «Irene Montero la galardonó con el premio ‘Orgullo de País’ por su «esfuerzo y dedicación» para «hacer normal lo que es normal»».

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