Todo sobre Begoña. Esta semana, por razones de todos conocidas, la protagonista ha sido nuestra «Presidenta«. Hay ya un coleccionable en fascículos sólo para adultos sobre sus quehaceres empresariales. Cumplidamente, la prensa todavía libre se empeña en informar de las cosas del poder. Mientras, el ministro de Interior montaba el viernes un dispositivo que, de haberlo tenido Kennedy, no habría sido asesinado. Y Bolaños salía a acosar públicamente al juez instructor. Huele francamente mal, y no nos referimos sólo a la presunta actividad de la señora, sino a esos ministros, fiscales, presidente del Constitucional y, cómo no, al hermanísimo con doble identidad. Bueno, no debemos extrañarnos mucho del pedigrí: Pedro puso una urna falsa para tomar el partido y, después, montó una moción de censura fraudulenta (en su argumento principal) con partidos de zarrapastrosos para tomar el Gobierno del Estado. La piel dura.
La obra. España es un país que se ha quedado sin imaginario. El socialismo consigue así, finalmente, difuminar cualquier elemento de dicha esfera común, fundamental para la vida de toda nación. La podredumbre de lo público que ese partido infecto ha provocado abarca el sentido mismo del país, su tránsito histórico. Sánchez Castejón, siniestro narcisista que en otro lugar no hubiera pasado de comercial, culmina aquel pronóstico de Alfonso Guerra: «A España no la va a reconocer ni la madre que la parió». Todo viene de la idea sociata de pertenencia, de caudillismo clásico. La nación es mía y nadie me la va a arrebatar. Entiéndase por nación el parné; entiéndase el Estado mismo, sus resortes; y también el relato de las cosas, la opinión fraudulenta que reina. Sobre la talla de esa gente ya tuvimos noticias, pueblo inocentón con ínfulas barrocas de playa y tinto de verano, en tiempos de Felipe, refiero el sevillano. ¡Un estadista! Claro que a su vera rondaban el mismo Vera, Roldán, Juan Guerra. Figuras que hoy nos pueden recordar a estos Koldos, Puentes, Ábalos. En la época de implantación socialista, de asalto a la nación, aparecieron también otros gruesos asuntos, Filesa, GAL, Rumasa, los ERE que debían ir a los pobres andaluces explotados por señoritos. La obra política del puño y la rosa ha consistido en regalar los oídos del español medio con la fábula de los derechos y la abundancia mientras imprimían el sello de la corrupción hasta en la Fiscalía. En fin, tenemos ahora a la esposa del Presidente, nombrada Presidenta por la prensa felatriz, imputada por presunta corrupción. Pedro, decíamos, ha culminado la okupación del Estado, aunque quede algún juez resistente cual galo de tebeo. Y se ha apropiado de ese imaginario, sueño del PSOE desde la muerte del anterior autócrata.
Por bulerías. El Tribunal Constitucional comienza a absolver a condenados por el mayor robo de dinero público de la historia española, quizás también la europea. Los ERE. Conde-Pumpido ejerce de sirviente en ese órgano a la manera de Tezanos en su CIS. Ambos en franca competición por salvarle el culo al gobierno de la gente.
Lleve un mena a su casa. Resulta enternecedora la posición de políticos y periodistas amancebados respecto a los menas. Discurre entre el buenismo y la hipocresía victoriana. Pero sabemos que la solidaridad es un mito que busca satisfacer a quien ofrece, no a quien recibe. «¿Y si Lamine Yamal fuera un mena?», se preguntaba, retórica al viento, el comentarista Amón. Parecido afirmaba Rufián, el xenófobo respecto a sus propios orígenes andaluces: «Si se aplicaran las leyes que quieren PP y VOX, los dos mejores de la selección española no estarían jugando». Por su parte, Silvia Intxaurrondo, vocera con estratosférico sueldo público (TVE), soltaba emocionada en dicho ente: «Los menas vienen a aportar su talento para hacer brillar esta sociedad, van a ser un motor». Hay un magnífico postureo en estos tres opinantes. Yo les propongo que acojan a alguno en sus casas; o, no sé, que les paguen una academia de fútbol, deporte integrador. Aunque mucho más ético sería devolverlos con sus familias. ¿Qué hace un niño solo en un país extranjero? El título de este párrafo rememora aquella campaña franquista recreada por Berlanga en Plácido, cuando en Navidad se animaba a los españoles de bien con el eslogan Siente un pobre en su mesa.
El miedo a la ultraderecha. El fango zurdo ha logrado convertir la opinión política dominante en un conjunto de aventuras mentales y miedos palurdos. Sin pizca de conocimiento (¿no vivíamos en la sociedad del conocimiento?, cantaban las sirenas), ni ganas de tenerlo, qué pereza además. Permítanme una anécdota, un botón. Fui testigo de una charleta entre mujeres, edad media 50 tacos, sobre el franquismo eterno, la extrema derecha y tal. Decían las señoras que en aquel régimen no se podía hacer topless, ni ver películas con desnudos, y en Semana Santa nada de poner música en casa. Como esto sucedía en Barcelona, no faltó el detalle charnego agradecido: «¡Uy, en Palencia son fachas totales, yo es que voy en verano al pueblo y es como si te fueras a lo más profundo!». Me preguntaba en qué país habían vivido estas señoras. Gracia de los tiempos, triunfo cultural del socialismo. Tiro de García-Máiquez, quien publicaba aquí una pieza sobre el espantajo de la ultraderecha: «Hay una serie de problemas planteados en las sociedades europeas que ya no se pueden negar y que crecen. […] Si el auge de “la ultraderecha” preocupase de verdad a los partidos clásicos y a los medios mainstream, el remedio sería sencillísimo. Bastaría con solucionar esos problemas».
El Rey del Pollo Frito. ¿Alguien recuerda cuándo fue la última vez que sacó disco? Su carrera musical devino, hace lustros, un cadáver de esos que a falta de talento se pasean por los platós de varietés políticas. Quizá perdió la inspiración, o tuvo problemas, «no tengo problemas de amor, lo que me pasa es que estoy loco por privar», aclaraba cuando la cresta. Esta semana, con luz de demócrata fetén, se refería así a los votantes de VOX: «Son homófobos, xenófobos, racistas, fascistas…». No le cabían más etiquetas en la boca, al pollo.