«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del ‘machirulo’ Baldoví a los pucheros del diputado Jorge Pueyo

El diputado de Compromís en las Cortes valencianas Joan Baldoví, se encara a la diputada de VOX Ana Vega. Europa Press

Baldoví, marichulesco. A este personaje nacido del valencianismo de izquierdas (fenómeno paranormal del bello levante) ya le habíamos visto aptitudes teatrales. Por ejemplo, el verano del año pasado, cuando se echó unos bailoteos en apoyo festivo a su colega, la entonces vicepresidenta Mónica Oltra. Aquel sarao lo montó el partido (Compromís) tras la imputación de la señora por encubrimiento de abusos sexuales de su exmarido a una menor tutelada. Allí cantaron y lucieron gorritos naranjas al son de melodías locales y entre el clamor de sus fieles seguidores. ¿Abusos a una menor? Montemos una fiesta, que no se diga que los valencianos no sabemos divertirnos, debieron pensar nuestros servidores públicos. Luego la cosa decayó y la pobre Oltra tuvo que dimitir, no hay derecho. Esta semana, el diputado Baldoví ha vuelto a la actualidad cuando, en el Parlamento valenciano, se ha encarado desafiante a la diputada de VOX Ana Vega. No le van bien las cosas a la izquierda y el hombre, descamisao, a cara de perro y pose chulesca ha increpado a la diputada, a quien miraba cual marichulo ante una hembra que se resiste a sus encantos. Y eso que Baldoví es muy feminista, o sea, campeón del feminismo. Pero ese antiguo movimiento que reclamaba la igualdad de los sexos, en manos de esta izquierda, es sólo una herramienta más del totalitarismo. Ana Vega, perteneciendo a VOX, ha dejado de ser mujer, es decir, mujer víctima y reaccionaria. Así que se la puede tratar con todas las hechuras del buen macho.

Memorias de la represión. Seguimos con la flor y nata de la política nacional. Un tal Jorge Pueyo, militante de la Chunta, ha reivindicado en sala de prensa el uso del aragonés. No olviden su apellido, promete darnos días de entretenimiento simpar. Esta semana ha tomado la alternativa (el matador sería Sánchez en su faena de llenar el Congreso de pinganillos) con un relato del todo sensible y conmovedor. Afirma el de Sumar que su vida escolar fue represiva, pues no le dejaban expresarse en la lengua materna. Y recordaba a «todos los reprimidos» maños usando una especie de jerga local que los más alucinados denominan «aragonés». Tantos años leyendo el Heraldo de Aragón y no me he enterado de esto. Bueno, ya saben, en realidad sería una nueva trinchera para el guerracivilismo que interesa a esa gente. La portavoz de VOX, Pepa Millán, estuvo bien en el comentario al lacrimógeno Pueyo: «¿Usted se cree que estamos aquí para darle apoyo porque un profesor le tenía manía en el colegio? No se preocupe, luego le damos un abrazo si quiere».

¿Libertad, para qué? La pregunta se atribuye a Lenin y, aunque fuera apócrifa, le va al pelo, a tenor de su biografía política. El caso es que este tipo de veneno vuelve una y otra vez a la historia de nosotros, los humanos empedernidos. Los leninitos y las leninitas se reproducen como setas, salen aquí y allá de los inmundos barros para extender de nuevo el mal rollo. Esta semana, Jacinda Ardern, ex primera ministra de Nueva Zelanda, afirmaba que «no podemos permitir que la libertad de expresión se interponga en la lucha contra «amenazas» como el cambio climático». No es suficiente haber secuestrado la ciencia, pues la libertad, ese monstruo ingobernable, amenaza con desbaratar el enorme negocio del clima. Los ciudadanos ejemplares, según esta demócrata inmaculada, debemos vivir creyendo a pies juntillas la versión ortodoxa y catastrofista del asunto. «La solución es silenciar a quienes tienen opiniones contrarias. Y punto», escribía Carlos Esteban en este medio.

Media Italia disparó al policía. Trata Marín-Blázquez la ejemplarizante historia del comisario Luigi Calabresi, asesinado en Italia durante los años de plomo. La historia pueden leerla, de la pluma de su hijo Mario, en un libro recién publicado aquí. Resume nuestro columnista: «Lo que ocurrió fue lo siguiente: mientras en el despacho del comisario Calabresi varios funcionarios interrogaban al sospechoso de un atentado terrorista, éste acabó precipitándose por la ventana del edificio y murió a consecuencia de la caída. Aunque la investigación posterior determinó que en el momento del suceso Calabresi se hallaba fuera de su despacho, de inmediato se puso en marcha una feroz campaña de prensa que señalaba al comisario como culpable directo de la muerte del detenido». A pesar de la realidad, hechos lo llaman, corría inabarcable otra realidad más potente, mejor articulada. En efecto, algunos elementos muy influyentes fabricaron un estado de opinión que había declarado culpable al policía. Eso ocurría bajo un ambiente de agria ideologización, de continua agitación revolucionaria de las izquierdas italianas, fueran comunistas o ácratas. El que fuera premio Nobel, Dario Fo, contribuyó con una inmunda obrita de teatro (Muerte accidental de un anarquista) a que Calabresi, asesinado, siguiera siendo para todo el mundo culpable.

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