Tratándose de Canadá, uno casi esperaría que cambiaran el ‘señor’ por ‘camarada’ o ‘ciudadano’, pero el progresismo ha avanzado mucho y esos viejos tratamientos de la izquierda resultan ya intolerablemente irrespetuosos con la teoría de género.
Ni ‘señor’, ni ‘señora’. Ambos tratamientos han quedado proscritos de la burocracia canadiense, por orden del Gobierno del más progresista de los líderes occidentales, su primer ministro Justin Trudeau.
Según informaba este miércoles Radio-Canada, «se trata de una cuestión de respeto» lo que ha llevado a la Administración Trudeau -que recientemente provocaba la hilaridad de medio mundo al vestir más a la india que los indios en su visita de Estado a aquel país- a instruir a sus funcionarios para que no empleen estos tratamientos definidores del sexo en su trato con los ciudadanos. ‘Señorita’ desapareció ya hace algún tiempo.
Las directrices permiten aún el uso de estos tratamientos «después de haber preguntado al interlocutor su preferiencia. O, para abreviar, llamarlo por su nombre y apellido».
Tratándose de Canadá, uno casi esperaría que cambiaran el ‘señor’ por ‘camarada’ o ‘ciudadano’, pero el progresismo ha avanzado mucho y esos viejos tratamientos de la izquierda resultan ya intolerablemente irrespetuosos con la teoría de género.
El ministro para las Familias (sí, ese es el nombre), Jean-Yves Duclos, se ha visto obligado a defender la medida en medio de las burlas generalizadas de la oposición. Se trata, dice, de evitar «reflejar un sesgo percibido hacia un sexo o género en particular», de los cientos de ellos que, al parecer, existen.
La Teoría de Género -que estipula que el género es un ‘constructo social’ que cada cual debe definir según sus deseos y ser legalmente reconocido por la comunidad- es, junto a los más radicales planteamientos de los grupos LGTBI, la causa obsesiva de Trudeau, a falta de alguna con más relevancia para los canadienses.
Trudeau, que recientemente corrigió a una oyente que hablaba de la ‘humanidad’ diciendo que era mejor decir ‘genticidad’ y que no hace mucho dijo en el Parlamento que oponerse al aborto no era ya una opinión lícita en Canadá, es desde hace tiempo el ‘poster boy’ de la modernidad ridícula, solo posible en un país tan rico y extenso como escasamente habitado.