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La cumbre llega mientras el Primer Mundo sufre las consecuencias de la fantasía verde

COP27: Europa no quiere ser la única que pase frío por hacer los deberes «verdes»

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la COP27. Europa Press

Situado en la costa de la desértica Península del Sinaí, Sharm el Sheikh, que alberga la vigésimo séptima Cumbre del Clima, es un «resort» de lujo, pensado por un país del Tercer Mundo para atraer turistas del Primer Mundo, lo que proporciona una metáfora perfecta para lo que son estas ocasiones. Incluso tiene un fastuoso de campo de golf donde podrán solazarse los delegados de la cumbre, aunque ya imaginarán que el césped no es exactamente endémico en el desierto. Eso dice ya bastante, ¿verdad?

La Cumbre del Clima (COP27) que se ha inaugurado en Sharm el Sheikh, en Egipto, es como todas las cumbres anteriores. Pero también es completamente distinta de todas las otras cumbres. Es como todas las cumbres en el sentido de que atrae delegados y activistas de todas partes del mundo, muchos de los cuales llegan en aviones privados contaminando como usted, lector del montón, no podrá hacerlo; en que se pronunciarán advertencias apocalípticas, se comprobará que no se cumplieron los objetivos de la cumbre anterior y se harán solemnes promesas de que ahora sí que sí, que de verdad van a recortar las emisiones lo que sea necesario para que el planeta no arda ni llore Greta.

Casi 100 jefes de Estado y de gobierno rivalizarán en discursos sobre lo muy verdes que son y lo preocupadísimos que están por el clima, mientras el líder del país que más gases invernadero emite, Xi Jinping, se queda en su país, ignorando esta jaula de grillos.

Biden, presidente del segundo país en emisiones, asistirá, que lo verde abunda en la dieta de su programa, pero no lo hará hasta después del probable batacazo que se pegue su partido en las elecciones de medio mandato de hoy mismo. Si se cumplen las expectativas, podrá dar discursos muy bonitos (en el caso de que no se le vuelva a ir la cabeza), pero no podrá estar seguro de cumplirlos con un Congreso de uñas.

Y es completamente distinta porque los ánimos son muy otros a escala mundial. Sobre todo, al Primer Mundo le está llegando en forma de desabastecimiento e inflación galopante las consecuencias de la fantasía verde que hasta ahora, mal que bien, han podido permitirse los líderes occidentales aplicar en sus países e imponer a los más pobres. Pero el invierno que se aproxima, frío y con los precios por las nubes, ha abierto muchos ojos y enfriado, nunca mejor dicho, el fervor ecológico de los habitantes de los países ricos.

Basta poner «COP27» en el buscador de la red social Twitter. Cuando lo he hecho en cumbres anteriores, la abrumadora mayoría de los mensajes, y los primeros en aparecer, eran de «gretinos» o asimilados recordándonos que esta es nuestra última oportunidad para salvar el planeta (nunca una «última oportunidad» se había repetido tantas veces en la historia). Hoy, en cambio, dominan los mensajes escépticos e incluso los indignados, siendo la hipocresía el rasgo que más destacan los tuiteros. El campo de golf en el desierto, por decirlo así.

El tema del momento en Sharm el Sheikh es si los ricos deben compensar económicamente a los pobres por cumplir los objetivos de la(s) cumbre(s). Al final, todo esto no deja de ser decirle a los países en desarrollo que nosotros ya hemos contaminado bastante para hacernos ricos y ahora que les toca a ellos, está prohibido. Eso hay que pagarlo de alguna forma.

Pero como todo esto no deja de ser un circo, la inauguración ha empezado con el número de los payasos, es decir, con una ovación cerrada a los «activistas» a su llegada a la cumbre. Ya saben, a los camaradas de esos que tiran sopa a obras maestras del arte o se pegan a ellas para que no quememos ese «combustible fósil» tan demonizado que, sin embargo, sostiene las necesidades energéticas de nuestra economía en más de un 80%.

Pero la nota del día la ha dado el presidente francés, Emmanuel Macron, de vuelta de abrazarse con Maduro, a quien ha llamado «presidente» pese a que oficialmente Francia no le reconoce como tal. Su intervención ha eclipsado incluso a la profeta Greta, muy ocupada en hacerse de oro con el libro que acaba de publicar sobre cómo hay que desmantelar todo el sistema capitalista que la ha ensalzado.

En pocas palabras, Macron ha instado Estados Unidos, China y otras naciones ricas no europeas a pagar su parte justa para ayudar a los países más pobres a lidiar con el cambio climático. Y es que a Europa se le está quedando cara de tonta, dispuesta a pasar hambre y frío por ser la primera de la clase en esto y negarse a traerse el gas barato de Rusia mientras su «protector» americano se lo revende a un precio mucho más alto.

«Necesitamos que Estados Unidos y China den un paso adelante» en los recortes de emisiones y la ayuda financiera, dijo Macron este lunes a activistas climáticos franceses y africanos al margen de la cumbre COP27. «Los europeos están pagando», dijo. «Somos los únicos que pagamos». Y estamos hartos, podría haber añadido.

Mientras, los líderes de las naciones en desarrollo se marcaron un punto al lograr que los delegados incluyeran en la agenda el espinoso asunto de las compensaciones económicas por renunciar a su desarrollo industrial. Pero el fervor verde se ha entibiado, y un nuevo realismo, aprendido a tortas, es probable que acabe siendo la tónica de estas cumbres.

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