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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

'Esto no es un artículo', o por qué el bombardeo sobre Siria es un error

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

¿De verdad vale la pena poner en peligro el futuro del planeta, arriesgarnos a una Tercera Guerra Mundial? 

Repito: esto NO es un artículo, no es una noticia. Es un ruego desesperado para que recuperemos la cordura y no volvamos a repetir el ciclo de propaganda – guerra – desastre y caos que ya hemos vivido demasiadas veces en la historia reciente. 
No es una noticia, porque la información la conocemos de sobra, o deberíamos conocerla. No es la primera vez que vivimos esto, aunque ahora es quizá más burdo y descarado. 
Estados Unidos, apoyado por algunos de sus aliados -Alemania ya ha anunciado que no se suma al ataque, al contrario que Gran Bretaña y Francia-, se dispone a atacar la Siria protegida por la Rusia de Putin después de que un grupo absolutamente parcial, los Cascos Blancos, anunciara que el Ejército gubernamental de Bashar al Assad ha bombardeado con sustancias químicas -prohibidas por la legislación internacional- la población civil de Duma, uno de los últimos bastiones de los rebeldes. ¿Tiene algún sentido?  
Hagamos memoria. La última vez que Donald Trump anunció que el derrocamiento de Assad ya no era una condición indispensable para un acuerdo de paz en Siria, estos mismos Cascos Blancos denunciaron una ataque con gas sarín por parte del Ejército sirio, lo que provocó un fulminante bombardeo americano sobre una base aérea siria. 
Todavía hoy, el Departamento de Defensa norteamericano ha tenido que reconocer que no existe ninguna prueba de tal ataque o de su autoría. 
Y, pese a todo, sin esperar la investigación más somera, el ataque ahora se da por cosa hecha y Trump anuncia la ofensiva en medio de un griterío por parte de casi toda la clase política, demócratas y republicanos, y casi todos los medios de comunicación convencionales, exigiendo al presidente la cabeza de Assad. 
No es que no se espere a la menor investigación; es que ni siquiera se deja espacio para preguntarse qué razón podría tener Assad, victorioso depués de siete años y tras el anuncio por Trump de que va a retirar las tropas americanas del país, para tomar prácticamente la única decisión que podría darle por completo la vuelta a tan halagüeña situación. 
¿Por sadismo? Ni siquiera es que las armas químicas maten más o sean realmente más eficaces que un bombardeo convencional; no: hoy por hoy solo son verdaderamente eficaces para poner en contra de quien las usa a toda la comunidad internacional. 
E incluso si se nos obligase a tragar con tan intragables ruedas de molino y concediésemos que Assad ha bombardeado a su propio pueblo con absurdas armas químicas en un arranque de locura suicida. ¿Es por los niños, por todos esos niños muertos? 
Es difícil de creer, sabiendo que Arabia Saudí lleva una guerra contra el paupérrimo Yemen con la colaboración y la entusiasta aquiescencia americana que ya ha provocado una terrible hambrunas e incontables víctimas civiles. 
Y muchos, muchísimos más cadáveres de población civil, niños, mujeres, ancianos, habrán de amontonarse en Siria en caso de que la guerra pase a mayores con la entrada de Estados Unidos en ella abiertamente y con todas las de la ley. 
Porque, en el caos sentimental de las llamadas al ataque, falta responder una pregunta esencial, primaria, antes de librar cualquier conflicto bélico: ¿cuál es el objetivo? 
Es decir, vale, acabamos con el régimen de Assad. ¿Y qué viene después? Si los antecedentes en Irak, Afganistán, Libia o Egipto no son demasiado animantes, podrían quedar en casos de perfecta armonía comparados con una Siria envuelta en el caos. En Siria hay tantas facciones, tantos tribus, tantos grupos étnicos, tantas confesiones religiosas que la idea de abrir ese melón hace que la cabeza dé vueltas.  
Hay cristianos, y ni siquiera de una misma confesión, las comunidades cristianas más antiguas de la tierra que ya han sufrido el cuasi exterminio y la diáspora en el vecino Irak y que podrían ser directamente masacradas en caso de hacerse con el poder algunos de los grupos rebeldes. 
Hay suníes, hay chiíes, hay alawíes, hay drusos, hay kurdos. Cada uno de estos grupos tiene sus propias milicias, sus propios intereses, sus viejos rencores y cuentas que saldar con todos los demás. 
¿O quieren los americanos venirnos otra vez con el viejo cuento de imponer la democracia? ¿Con esos mimbres, de verdad? 
Pero esta vez no es una de esas ‘magníficas guerritas’, como llamaban los oficiales británicos a sus conflictos coloniales cuando en el Imperio Británico no se ponía el sol, que tenga como peor resultado -inevitable- un nuevo Estado fallido y en el caos, no. Porque esta vez lo que tienen en frente es Rusia, una Rusia que ha prometido devolver golpe por golpe en caso de ataque. Y, entre bastidores, una China, también potencia nuclear, advirtiendo a Estados Unidos contra este ataque. 
¿De verdad vale la pena poner en peligro el futuro del planeta, arriesgarnos a una Tercera Guerra Mundial? 

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