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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La verdad en la guerra de Siria (y en otras guerras)

Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra con enorme diferencia, ha sido públicamente humillado por la continuidad de Assad.


Esta mañana nos hemos despertado con la ‘matanza’ de civiles, sobre todo niños, por el Ejército sirio de Bashar al Assad en el distrito de Guta Oriental abriendo nuestras cabeceras, y me pregunto si aún queda alguien que no vea extraño la repetida y curiosa correlación.
Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra con enorme diferencia, ha sido públicamente humillado por la continuidad de Assad, no digamos por su victoria en la atroz guerra civil iniciada hace años como falsa ‘primavera árabe’. Busca una excusa para darle la vuelta, como se desprende de todas las declaraciones de los comentaristas de Washington o el propio Departamento de Estado.
Y en cada momento en que se necesita, Assad complace a Washington protagonizando una matanza innecesaria a estas alturas e ideal para proporcionar a Estados Unidos la excusa humanitaria que necesita, incluida la foto conmovedora de los niños. No sé, quizá un poco de escepticismo sería lo indicado, al menos para los profesionales de la prensa.
Más de una vez he indicado lo desesperante que resulta cubrir noticias internacionales. Las apuestas son altísimas y los agentes, además de un poderosísimo incentivo para mentir, tienen medios sobrados para hacerlo.
A uno le encantaría pensar que el mundo tiene unos líderes que se conmueven con el sufrimiento de los niños y actúan pensando principalmente en su bienestar. Pero quien haya logrado eludir el boicot sistemático de los medios de masas y haya seguido la guerra de Arabia Saudí contra Yemen, con la bendición y la colaboración de los americanos, sabe que en ese escenario se están perpetrando, en medio de la indiferencia internacional, masacres atroces de las que podría inundarse televisiones y periódicos con fotos de niños destrozados. Con lo que parece difícil creer que sea esa motivación suficiente para la acción bélica americana, incluso contando con la más ingenua visión de la geopolítica.
Lo curioso es que muchos de los comentaristas más endurecidos, muchos que mantienen para todo lo demás una visión fría y pragmática de la acción política de las potencias, parecen, por omisión al menos, aplicar una distinta vara de medir a Estados Unidos, así como una absoluta falta de lógica a sus enemigos.
En el maquiavelismo ruso, por ejemplo. Cualquiera con dos dedos de frente cuenta con que Rusia actuará conforme a sus intereses, como todos los países del mundo. Es raro, en cambio, que no se complete el silogismo, se entienda que Estados Unidos hace exactamente lo mismo y se concluya que, teniendo muchos más medios -recurran a tablas comparativas, es instructivo-, lo hagan de modo mucho más eficaz.
De hecho, el esquema se repite con tan admirable precisión y regularidad que el escepticismo se está instalando entre muchos observadores ajenos a los grandes medios. Y entonces es el momento de avergonzar a los escépticos gritando «¡conspiranoicos!», que es lo que hace Eliot Higgins en Newsweek («¿Cuál es la verdad sobre los ataques químicos sobre civiles sirios?»).
Es el siguiente paso obvio: si dudas de la versión oficial, eres un paranoico sacado de Expediente X. Y, además, peligroso. “Esto es peligroso, es una inversión orwelliana de la realidad», escribe Higgins. «Esto es lo que Rusia quiere, esto es lo que Assad quiere, porque permite que los autores escapen de la justicia y deja pudrirse a las víctimas».
Estremecedor. ¿Y qué es lo que Higgins quiere? Para eso, tendremos que saber un poco más sobre quién es. Higgins tiene un servicio informativo online que actúa como hoja de propaganda neoconservadora, Bellingcat, un portal en el que se dedicó un artículo al ridículo intento de demostrar que la niña de 7 años que informaba en Twitter desde la Siria rebelde bombardeada en perfecto inglés y con una conexión literalmente a prueba de bombas, Bana Alabed, no era una grotesca operación de la CIA.
Higgins es miembro del Atlantic Council, un ‘think tank’ neoconservador con conexiones con Soros, los oligarcas ucranianos y los sospechosos habituales del Pentágono, nada que ver aquí. Higgins se limita a hacer su papel.
Higgins, por lo demás, parece no haber leído a Orwell. Porque lo ‘orwelliano’ se refiere a propaganda y mentiras diseminadas por el poder. Y no creo que haya lector tan ingenuo que ignore cuál es poder en este caso. Las noticias que consumimos los occidentales no las decide precisamente Putin, no digamos Assad.
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