«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La imposición de la Agenda 2030

Ley de Restauración de la Naturaleza: que comiencen los juegos del hambre

«Badlands Cow Skull 1086 B» por jim.choate59 con licencia CC BY-NC 2.0.

Todo lo que somos comienza con la agricultura y toda nuestra ciencia, historia, arte, riqueza y trascendencia surge de esa colosal capacidad de domesticar a la naturaleza para obtener alimentos. Hace unos 12.000 años desarrollamos la agricultura en varios lugares del planeta. Se comenzaron a cultivar plantas, por ejemplo en el Creciente Fértil; hoy Irán, Irak, Siria, Israel, Egipto, Líbano, en China, en Nueva Guinea y en Mesoamérica hoy México y Centroamérica. Con la domesticación de animales ocurrió algo similar, se criaban cabras, cerdos y ovejas en Asia y África y hace 8.000 años ya había crianza de gallinas. Los humanos andábamos por este valle de lágrimas desde unos 200.000 años antes, pero hasta la creación de la agricultura comíamos lo que juntábamos por ahí o lo que lográbamos atrapar, cosa que nos demandaba todo el bendito día y que no alcanzaba para muchas bocas. 

De modo que a esa inmensa obra colectiva llamada agricultura le debemos nuestra civilización y gracias a ella conseguimos tener más comida de la que íbamos a comer lo que permitió el intercambio y en consecuencia el comercio, y ahí nomás se hizo cotidiana la división del trabajo que permitió la especialización en nuevas y diversas actividades. La agricultura cambió la alimentación y prolongó la vida, siendo la causa del desarrollo de la ciencia y la tecnología, de los albores de la medicina y del perfeccionamiento de herramientas. Fue el inicio y la condición necesaria de todos los procesos evolutivos de los distintos pueblos y de su crecimiento. Y sobre todo, por supuesto, cambió los ecosistemas y los hábitats. Sin la agricultura, la especie humana difícilmente habría sobrevivido y la extinción hubiera sido su destino más probable. Pero lo de extinción hay que decirlo bajito porque existe la posibilidad de que la palabra resulte demasiado seductora y haya más de un burócrata al que se le mojen las comisuras.

Cuestión que el Parlamento Europeo acaba de aprobar el suicidio de la agricultura, pero lo llamaron: «Ley de Restauración de la Naturaleza», porque se sabe que a esta gente le van mucho los nombres bellos y que son capaces de nombrar al exterminio poblacional: «Ley de la Bondad para el Bien» y con eso salir a repartir grageas de cicuta tan campantes. Con el atajo semántico de la Restauración van a imponer objetivos de decrecimiento radical jurídicamente vinculantes en temas como las tierras de cultivo, las ciudades, los bosques, los fertilizantes, los ríos y los mares que comprometerán, sólo para empezar, a más del 20% de su superficie terrestre y marina para la llegada del año mágico: el 2030.

Esto, en primera instancia, afectará a los agricultores a los que se privará de su propiedad y modo de vida, conduciendo a la liquidación de millones de hectáreas de tierras agrícolas con la ilusoria propaganda de convertir a Europa en un especie de vergel originario para el disfrute de vaya uno a saber quiénes. Respecto de la obsesión del «net zero» global, la ley no hará mella en las emisiones mundiales porque al ladito tanto en África como en Asia, y ni que hablar de EEUU van a seguir produciendo y creciendo como si no hubiera un mañana y hasta donde se sabe lo de global viene de globo, así que toda Europa puede contener la respiración durante los próximos siete años que eso no va a cambiar lo que a la atmósfera lance el resto del mundo. Por cierto que además de dejar de respirar pueden probar con dejar de comer, pero en caso de que lo último les parezca extremo van a tener que transportar la comida que no produzcan de alguna forma que también dejará huella y si seguimos tirando del piolín esto se pone cada vez más absurdo, lo que nos muestra que no viene por acá el sentido de la ley.

Mucho se ha explicado en estos días sobre las consecuencias de esta alocada normativa que además será financiada con fondos públicos, ¿cuándo no?, en este caso de la PAC (Política Agrícola Común) cuyo presupuesto no goza de excelente salud. Pero lo que subyace es la hostilidad hacia la agricultura que expone un giro ideológico contra el desarrollo mismo. La Ley de Restauración de la Naturaleza, además, reclama que los países deban «rendir cuentas» de la aplicación de todas las medidas acordadas mediante un mecanismo de control para evaluar los progresos en esta materia, lo que habla a las claras de un trasfondo mucho más pedestre aunque putrefacto: el sostenimiento de la estructura institucional de Bruselas, para ampliar las redes de poder más allá de los vaivenes eleccionarios de los países miembros de la UE.

Esta frenética búsqueda de cambios radicales y definitivos o irreversibles no es ajena a los giros electorales y de humor social que hunden sus raíces en la desastrosa gestión de la burocracia multilateral que en el pasado reciente acumula descalabros inconmensurables. 

Sólo así se explica que promuevan leyes no sólo catastróficas para el sector primario, sino para la economía y la seguridad de la totalidad de sus ciudadanos. En este sentido, el conjunto de los organismos supraestatales en yunta con la hidra de las ONG dispersas por el mundo implementan mecanismos de ficcional participación ciudadana que simulan consultas a la sociedad civil y extraen, de estas farsas, conclusiones que legitiman las regulaciones y políticas públicas más desquiciadas que los ciudadanos ni piden, ni necesitan, ni entienden y que los perjudican sistemáticamente. Y son cuatro gatos locos los que protagonizan estos mecanismos de seteo de agendas políticas en todo el mundo, que terminan casualmente apoyando la base ideológica del decrecimiento, de social scoring y el control autocrático que finalmente se impone contra natura. 

A pesar de las súplicas por parte del mundo rural, de que las comisiones de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente de la Unión Europea votaron en contra, y de que importantes informes describen las desventajas y peligros de la ley, la norma avanzó viento en popa. Diversas asociaciones y parlamentarios acusan a Bruselas y al Vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, el más verde entre los verdes, de haber ocultado las alertas sobre pérdidas descomunales en la producción de alimentos para impulsar la Agenda 2030. Concretamente refieren a un estudio titulado «Modelización de la ambición medioambiental y climática en el sector agrícola con el modelo CAPRI. Exploración de los efectos potenciales de determinados objetivos de las estrategias de la granja a la mesa» donde se señala que «la disminución del rendimiento asociada al aumento de la agricultura ecológica y a la reducción de los pesticidas agrava la reducción de la superficie, provocando mayores caídas de la producción» y que «los cambios en la producción conducirán a una disminución de las posiciones exportadoras netas de cereales, carne de cerdo y aves de corral, y a un empeoramiento del déficit comercial de la UE en semillas oleaginosas, frutas y hortalizas, carne de vacuno y carne de ovino y caprino»

Pero sorda a todo lo que no sea de su agrado, la Comisión Europea mantiene, sin datos respaldatorios, la teoría de que «la restauración consiste en vivir y producir en armonía con la naturaleza, recuperando más biodiversidad en todas partes, incluso en las zonas en las que se desarrolla la actividad económica, como las tierras agrícolas y las ciudades», bien inclusiva la cosa ¡es que no se salva nada!. La nueva ley abarca todos los ecosistemas, no sólo las zonas comprendidas por la Red Natura 2000 que ya era de temer, por lo cual si un animal protegido se asienta en un área durante unos meses y da a luz cachorros, Bruselas puede declararla área Natura 2000 incluso si se trata de tierra de cultivo obteniendo, el bicho en cuestión y su nueva casita, estatus de una reserva natural. 

Pero esa férrea defensa de los animales no se extiende a las vacas que morirán sacrificadas en el altar ecologista, por millones, para satisfacer los caprichos verdes de la tecnocracia inútil. Resulta notable que en la historia de nuestra evolución como especie, muchas civilizaciones sacrificaran animales para pedir abundancia a las deidades mientras que en nuestra tan inclusiva, sustentable y resiliente actualidad se sacrifican animales para que la Madre Tierra deje de darnos comida. Y resulta más extraño que quienes producen nuestros alimentos deban luchar por el derecho a cultivar la tierra, criar ganado y producir todo aquello que alguna vez agradecimos, y que para colmo ahora esa sea una actividad más indeseable que mutilar niños o venderles drogas. No deja de ser un testimonio de la sinrazón en la que nos convertimos.

En este sentido existe un esclarecedor artículo llamado Racionamiento y Mitigación del Cambio Climático escrito por investigadores de la Universidad de Leeds que sostiene que la escasez de comida podría desempeñar un papel clave en la aceptación de la agenda climática. Afirma que, para imponer dicha agenda, el Estado deberá tener que racionar los recursos y usan como ejemplo lo actuado por Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. El documento entiende que la gente no acepta el decrecimiento cuando hay abundancia de recursos, sugiriendo que la regulación ecológica crea la escasez necesaria para que la reducción sea aceptada desde la demanda e incluso exigida, de modo que racionar sería una elección política. Ahora bien, considerando los delirios sin pies ni cabeza como la Ley de Restauración de la Naturaleza, implantados por el fanatismo climático de las élites occidentales, este ejercicio teórico no parece un planteo ni lejano ni inocente. Cabe tener en cuenta que los fondos para investigaciones académicas relacionadas con la alarma climática recibieron en los últimos años cuatro veces más presupuesto que las que abogan por el uso de combustibles baratos.

Y hablando de sinrazones, los principales objetivos de esta ley recaen en la protección de los hábitats y ecosistemas, ¿pero acaso no son los campos y mares sembrados de sistemas de «energía renovable» los que están destruyendo los ecosistemas en primer lugar? La pantomima es evidente y queda claro que son los mecanismos de control, ingeniería social y expansión de poder a como dé lugar, lo que mueve a nuestros amos. Y por cierto, considerando los enroques de puestos que van de las primeras magistraturas de los Estados a los altos mandos de los Supraestados, y los favores e hilos que hay que mover para que todo este endémico circuito de poder se mantenga, no sería inteligente descartar también profundas pulsiones de corrupción. Cuando el sinsentido es muy grande, es astuto desconfiar, no es ni la primera ni la última vez que los europarlamentarios han sido pillados nadando en los sumideros de la coima. 

Es bien sospechoso que en paralelo a este adanismo productivo se esté promocionando una sustitución alimentaria basada en el consumo de insectos o de alimentos sintéticos cuyos costes y distribución provocarán una mayor control burocrático sobre lo que comemos. Hay resonados informes presionando a los gobiernos para que exista un sistema de seguridad nutricional más integrado que sugieren acciones políticas del tipo: «Expand Food is Medicine». Cabe sospechar incluso que quienes están en posición de controlar la producción de este neomenú sean los mismos que hacen lobby por este sector de negocios buscando introducir los «cambios de comportamiento necesarios» para desarrollar dicha industria. La presión para introducir cambios en la vida de los ciudadanos no es nueva, pero es creciente y brutal. Las zonas rurales retroceden junto con las clases medias y la independencia de los ciudadanos del poder político. Convertir al sector primario en un esclavo de la dádiva estatal va a provocar inexorablemente desabastecimiento, cosa que pasa siempre que se planifica centralizadamente la producción; el hambre, en tal caso, será una política pública

Ahora, ya con la flamante Ley de Restauración aprobada cabe preguntarse hasta dónde habrá que restaurar la cosa. La agricultura moderna surge con la primera revolución industrial que los historiadores suelen situar en 1760, para redondear podríamos tomar la población mundial del año 1800 que era de 1.000 millones de almas. Si decrecemos hasta ese punto estarían sobrando unas 6.000 millones de personas. Aunque si el problema es el sistema capitalista y decrecemos hasta antes de su desarrollo tal vez tendríamos que irnos al siglo XVI, en cuyo caso los recursos alcanzarían para mantener sólo a unos 500 millones y tendríamos que dar de baja más de 6500 millones de vidas humanas. Pero cumpliríamos con el objetivo de no tener fitosanitarios y los pececitos no sufrirían el stress que representa que les cambien la dirección de los cauces, digamos todo. ¿Alcanzará con esa Restauración o deberíamos ir aún más atrás?

Si no adaptamos la naturaleza, si no modificamos los ecosistemas gran parte de la humanidad desaparece. Es primordial dejar esto en claro para terminar con las medias tintas a la hora de enfrentar la fanática corruptela verde. Resulta necesario entender que hay grupos ideológicos que piensan que esto es lo deseable, son quienes presionan para implementar, drásticamente, fuentes de energía que no pueden abastecer la demanda de la industria, la necesidad de calefacción y movilidad de bienes y personas a nivel mundial. Son quienes promueven formas de agricultura ineficientes e incapaces de suministrar los alimentos necesarios para todos los que estamos en la Tierra.

Paradójicamente, hablan de sostenibilidad y quieren imponer el modelo más insostenible porque conduce a la muerte de hambre de miles de millones de personas. Resta preguntarle a los «restauradores de la naturaleza» si ya tienen la lista del selecto grupo de personas a las que le permitirán acceder a la comida, si han pensado cómo van a hacer para que el resto, varios miles de millones, dejen de alimentarse; y cómo van borrar de la faz del planeta la superabundancia conseguida por la agricultura en el proceso más revolucionario de la historia de la humanidad. Que comiencen, pues, los juegos del hambre.

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