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LA INGENIERÍA SOCIAL DE LA AGENDA 2030

Influencers degustando cucarachas o el turno de la distopía alimentaria

Presentación de varios insectos para consumo humano durante una clase (uropa Press / Contacto / Adolphe Pierre-Louis / Journal)

De todos los temas en los que los ingenieros sociales meten la cuchara posiblemente el tema alimentario sea el más escandaloso. Esto no es por despreciar las calamidades cometidas en políticas ambientales, sanitarias, sexuales, urbanísticas, energéticas y tantas otras, dado que en todas hacen sus profundos estropicios, pero ocurre que cuando se meten con la comida los desastres son más notorios y convulsionados.

En Sri Lanka aún están pagando con una hambruna descomunal la imposición de las políticas agrícolas «sustentables e inclusivas» recomendadas por foros y organismos internacionales que, entre otras cosas, destrozaron al país e hicieron caer un gobierno. Los pobres granjeros holandeses siguen luchando por defender sus propiedades de las garras del totalitarismo ecoloco que no duda en robar y lanzar enormes sectores de la población a la miseria también siguiendo las directrices de los sacerdotes del buenismo supranacional. Estas son postales poco auspiciosas para quienes quieren promover reseteos y agendas de «un mundo feliz», y es por eso que los esfuerzos para rediseñar la narrativa del nuevo paradigma alimentario mundial se han redoblado.

No se trata de una conspiración secreta sino de una planificación centralizada y coordinada, que se expone al alcance de cualquier persona con internet. De hecho existen cientos de documentos que muestran las propuestas de ONU para conseguir la «agricultura sostenible» que es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que conforman su Agenda 2030 para los que es necesario modificar la producción agrícola demonizando la agricultura moderna, reducir la ganadería y el consumo de carne, promover el consumo de sustitutos «sostenibles» cultivados en laboratorio, y normalizar el consumo de insectos. De estos objetivos surgen la catarata de acciones de comunicación, leyes y normas cuyo fin es cambiar la forma en la que comemos y hacerlo, además, de manera vertiginosa.

No es casual que de pronto se llenen la televisión y las redes de cocineros haciendo puré de grillos, influencers degustando cucarachas, informes alarmistas en las noticias sobre los peligros de comer carne, una intervención política simultánea a nivel mundial en los envases de los alimentos, festivales de veganismo auspiciados por los gobiernos y un sinfín de acciones de adoctrinamiento más. Esta completa difuminación de la frontera entre lo público y lo corporativo para la imposición de una agenda totalitaria, bizarra, oscura y ridícula ya la hemos visto en muchas ocasiones, ahora es el turno de la distopía alimentaria.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha dictaminado que el consumo mundial de carne y lácteos debe reducirse en un 50 % para 2050. Para lograr este tipo de objetivo debe comenzar a incrustar sus influyentes garfios en todo tipo de organizaciones internacionales, ONG, partidos políticos y campañas de comunicación que validen los planes para transformar el sistema alimentario mundial. El ataque es en todos los frentes.

La estrategia de la UE De la Granja a la Mesa es una de las iniciativas clave del Pacto Verde Europeo para lograr una cosa difícil de explicar a la que llaman «la neutralidad climática» que planean conseguir en 2050. Sí, los mismos que no pudieron prever la crisis energética dos meses antes, ahora están planeando el clima mundial para el 2050. Cuestión que la estrategia de marras tiene por objetivo «evolucionar el sistema alimentario actual de la UE hacia un modelo sostenible» y para eso van a «garantizar suficientes alimentos, y que sean asequibles y nutritivos, sin superar los límites del planeta(?)», «reducir a la mitad el uso de plaguicidas y fertilizantes y aumentar la cantidad de tierra dedicada a la agricultura ecológica», «promover dietas saludables más sostenibles», «luchar contra el fraude alimentario» y «mejorar el bienestar de los animales». Este brindis al Sol plagado de contradicciones e infantilismos no es inocuo ya que de aquí salen leyes y regulaciones que rompen sistemas de producción y cadenas de suministro, desastres que ponen de rodillas a millones de ciudadanos en todo el mundo.

El Banco Mundial se suma al concierto de los planificadores alimenticios en su plan contra el cambio climático 2021/2025, al destinar el 35% del financiamiento total a «transformar la agricultura y otros sistemas clave para enfrentar el cambio climático» y promueve el consumo masivo de insectos argumentando que tiene el «potencial de aumentar el acceso a nutrientes, crea millones de puestos de trabajo, mejora el clima y fortalece las economías nacionales».

El omnipresente Foro Económico Mundial, fanático promotor de todo tipo de reseteos, por supuesto que tiene entre sus anhelos «definir la agenda de la industria agrícola mundial» y se ha abocado a promover «alimentos imposibles, justos y más allá de la carne con productos que intentan imitar el perfil sensorial de la carne». Lo de imposibles no es un error de tipeo, se trata de uno de los emprendimientos de otro de los gladiadores del reseteo universal, el especialista en vacunas, meteorología, geopolítica, neurología, química, periodismo y gastronomía: Bill Gates. Impossible Foods es uno de sus emprendimientos y la empresa se dedica a desarrollar productos que imitan a la carne. La empresa obtuvo en 2018 el premio Campeones de la Tierra de ONU y ha recibido profusa difusión y financiación de todo el andamiaje ecologista que ha logrado instalarla como el futuro de la alimentación humana. Luego varias investigaciones dieron cuenta de que tenían niveles de glifosato superiores y que emitían más CO2 que la carne real, pero eso no es problema, porque cuando se trata de ingeniería social lo que vale es el relato y no los hechos.

En la misma línea la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación también destaca los beneficios de una alimentación basada en bichitos: «Los insectos contienen proteínas, vitaminas y aminoácidos de alta calidad para el ser humano. Los insectos tienen un alto índice de conversión alimentaria, por ejemplo, los grillos necesitan seis veces menos alimento que el ganado vacuno, cuatro veces menos que las ovejas y dos veces menos que los cerdos y los pollos de engorde para producir la misma cantidad de proteínas. Además, emiten menos gases de efecto invernadero y amoníaco que el ganado convencional. Los insectos pueden cultivarse con residuos orgánicos. Por lo tanto, los insectos son una fuente potencial para la producción convencional (miniganadería) de proteínas, ya sea para el consumo humano directo, o indirectamente en alimentos recompuestos (con proteínas extraídas de los insectos); y como fuente de proteínas en mezclas de materias primas».

La organización más influyente «dedicada a transformar nuestro sistema alimentario mundial» es la Comisión EAT-Lancet que responde a la fundación EAT un aquelarre público-privado basado en los objetivos 2050 ya citados formado por «múltiples partes interesadas» de Davos. Cuenta con representantes de varios países, muchos «expertos», agencias de ONU, universidades y corporaciones como Google o Nestlé. La presidente de EAT, Gunhild Stordalen, la ha descrito como el «Davos de la comida». Fue apoyada por la OMS hasta que recientemente surgieron graves denuncias por la promoción de «una dieta estándar» que excluía todos los alimentos de origen animal y que ignoraba la edad, el sexo, la salud y los hábitos alimentarios de las comunidades, sin justificación científica alguna. Sin embargo, EAT sigue adelante acumulando apoyo financiero y político. Ha desarrollado la «la dieta de la salud planetaria», que el Foro Económico Mundial defiende como la «solución dietética sostenible del futuro» y cuyo objetivo es «reducir la ingesta de carne y lácteos de la población mundial hasta en un 90% en algunos casos y reemplazarla con alimentos, cereales y aceite elaborados en laboratorio».

Por otra parte la Plataforma Internacional de Insectos para la Alimentación es un modelo de presión corporativa de amplio espectro que cuenta con ochenta y tres miembros de veintitrés países que trabajan para «representar los intereses del sector de la producción de insectos ante los responsables políticos de la UE, las partes interesadas europeas y los ciudadanos». La organización promueve el uso de insectos para el consumo humano y de productos derivados de insectos como fuente de nutrientes de primer nivel y señala que mientras «se consumen más de 2.000 especies de insectos en todo el mundo, sólo una docena están permitidas en la Unión Europea», por tanto pretende aumentar la variedad y cantidad de insectos que se consumen en Europa y en todo el mundo.

En una reunión de 2019, el Foro Económico Mundial pidió coordinar esfuerzos entre el sector público y el privado y un compromiso intergubernamental para desarrollar y hacer propia una «narrativa global sobre la transición proteica con el fin de superar las barreras culturales y emocionales críticas que pueden interponerse en el camino de una transformación holística». Aparentemente los genios de Davos se han dado cuenta de que no es fácil convencer a la gente de comer bichos criados en basura, quién lo hubiera dicho.

La cuestión del reseteo alimentario es prioritario en la agenda mundial. En Egipto, la Cumbre Climática de la Agenda Verde anual COP27 lanzó su iniciativa destinada a promover «un cambio hacia dietas saludables, sostenibles y resistentes al clima» y su próximo paso es lanzar una hoja de ruta para reducir las emisiones de efecto invernadero en el sector agrícola. La agricultura moderna viene sufriendo un ataque coordinado y masivo con la doble excusa ambiente-salud. No importa que estas excusas no tengan el menor asidero real, este ataque disfruta de fondos infinitos para instalar su demonización. Después del sector energético, le tocó el turno a la agricultura de estar en la mira de los perpetradores del delirio del Net Zero, esto significa que se ha convertido en la enemiga de todas las organizaciones internacionales globales y, en consecuencia, de todos sus burócratas y políticos súbditos.

Si aquellos que han puesto a nuestra alimentación en la lista de «los más buscados» consiguen aunque sea un mínimo porcentaje de éxito la humanidad estará condenada, como siglos atrás, al hambre. Y es importante recordar que el hambre es una estrategia de guerra muy conocida y practicada. La cuestión de la alimentación, el crecimiento de la producción de comida, es la constatación empírica de que todos los pronósticos catastrofistas en relación a la demografía estaban equivocados. La humanidad produce hoy más comida de la que se necesita a pesar del crecimiento poblacional, entonces, esta búsqueda irracional de una transformación alimentaria no obedece a ninguna finalidad buenista, obedece sencillamente a la búsqueda de control.

El hambre en Sri Lanka es una muestra del futuro que nos espera si se implementan los planes de reseteo de la industria alimentaria. Sumado a la escasez que provocará, implicará además una intervención política sin precedentes en prácticas culturales y tradicionales distintivas de grupos sociales, de comunidades y de tradiciones. Toda la diversidad, que tanto promueven los políticos de la boca para afuera, se verá aplastada por una «dieta sostenible mundial» que imponga alternativas humillantes y desagradables. La comida es un aspecto vital del patrimonio cultural que incluye celebraciones, rituales, fiestas familiares y comunitarias, no es posible ser ingenuo en lo que implica la imposición de un sistema alimentario global pensado por un enjambre de expertos a sueldo de la corrupción multilateral.

La lucha de los granjeros de los Países Bajos debería ser una enorme bandera roja, una señal de alarma ante un proceso mucho más grande. Christianne van der Wal, ministra del gobierno neerlandés, aseguró en el Congreso respecto de las expropiaciones a las que los sometieron que: «No hay ninguna oferta mejor que la del Gobierno» y afirmó que las «compras obligatorias se harían con todo el dolor en el corazón», si fuera necesario. Se trata del mayor exportador de carne de Europa y uno de los mayores exportadores agrícolas del mundo, la saña con estos granjeros no es casual. Al mismo tiempo la UE impone su agenda a países de América inventando restricciones a la compra de alimentos disimulando, detrás de una mascarada verde, un proteccionismo obsoleto y un colonialismo regulatorio. Las mismas o similares medidas se están implementando en otros países europeos, donde los gobiernos están alentando a los agricultores a abandonar sus propiedades y medios de vida en favor de industrias sustentables. Es claro el colapso que se provocará en el rubro de alimentos en un momento en que el mundo enfrenta los problemas, en el sector, provocados por los cierres, las cuarentenas y la actual guerra ruso-ucraniana.

Resulta ridículo y procaz que justo en el momento en que nuestro desarrollo como especie consigue el hito de poder producir todo el alimento necesario para los miles de millones que somos, un puñado de obsesos nos quiere convencer de que renunciemos a eso para comer gusanos y cucarachas. El turno de la distopía alimentaria es eso, un intento ridículo y procaz, uno más para controlar tantos aspectos de nuestra vida como sea posible, desde nuestros datos de salud, pasando por nuestros ahorros y compras, siguiendo por nuestra movilidad, nuestra privacidad hasta llegar a la comida que comemos.

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