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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Por qué los medios han atacado las medidas de Polonia y Hungría contra el de coronavirus

¿Algún gobierno ha tomado medidas que vayan más allá de lo que ha hecho Europa occidental?

El coronavirus es la pandemia más mortal desde que la gripe española arrasó el mundo entero y, como tal, los medios de comunicación se han centrado -comprensiblemente- en el virus y en las formas de detenerlo. Entonces lo más sorprendente es que los gobiernos de centro derecha en Europa Central, especialmente Polonia y Hungría, hayan sido atacados gratuitamente, no por no abordar la crisis sanitaria, sino por haber ejercido la misma autoridad de emergencia que otros líderes elegidos democráticamente en todo el mundo.

¿Y qué están haciendo precisamente los dos gobiernos con todos los nuevos poderes de lucha al coronavirus? Tanto Polonia como Hungría diagnosticaron sus primeros casos el 4 de marzo. Hungría cerró las escuelas siete días después, y Polonia hizo lo mismo al día siguiente; el distanciamiento social se introdujo seis días después del primer caso en Polonia y siete en Hungría. Polonia cerró sus fronteras once días después de la pandemia, antes de registrar fallecidos; Hungría hizo lo mismo un día después. El confinamiento empezó en Polonia 21 días después del diagnóstico del primer caso, y en Hungría dos días después. Para poner estos números en perspectiva, Italia tardó 35 días en cerrar las escuelas; Francia necesitó 53 para imponer el confinamiento; España estableció el distanciamiento social solo 44 días después; y Alemania esperó 48 días para cerrar sus fronteras. Parece que los gobiernos polaco y húngaro han estado hasta ahora utilizando su autoridad para salvar vidas.

Y sin embargo, no encontramos en ninguna parte la historia de la rápida y efectiva respuesta al coronavirus de Polonia y Hungría: “Los aspirantes autócratas aman la pandemia”, dice un columnista de Bloomberg; “Los populistas aman la pandemia”, dice un izquierdista polaco. Los editores más creativos añaden “Golpe de estado de la pandemia”, “Golpe del coronavirus” y “Coronavirus y el comienzo de la Europa post-democrática”.

Y esta es solo una pequeña muestra de la línea editorial del conjunto de los medios de comunicación a nivel mundial, sorprendentemente escueta en detalles, pero muy sesgada e inexacta.

Los artículos que proclaman el fin de la democracia en Europa Central parecen multiplicarse más rápido que el propio coronavirus, dificultando una información seria sobre la pandemia. Según el universo creado por medios como Bloomberg, CNN, The Washington Post o The New York Times, el coronavirus no es más que un pretexto para una apropiación dictatorial por parte de los gobiernos de centro-derecha, cuyo único interés por las pandemias sería el de tomar los poderes extraordinarios como “movimiento autoritario normalizado”, según afirma un profesor de Rutgers en el Post. No hay evidencia de ello -aún-, pero el afán de Polonia y Hungría por el poder ya es un género periodístico.

Estas historias de “noticias” estereotipadas son altamente contagiosas: los ataques de los medios encontraron una respuesta legal en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, cuyo sentencia firme contra la negativa de Polonia y Hungría a mantener las fronteras abiertas y las cuotas de inmigrantes marcó un patrón de acoso institucional de refuerzo mutuo y cobertura negativa de los medios. Mientras tanto, los tribunales de la UE están bajo escrutinio por conflictos de intereses entre jueces y ONG notoriamente hostiles a Hungría y Polonia.

Los medios de comunicación asumen que no se puede confiar en los gobiernos conservadores de Hungría y Polonia: suponen que incluso frente a la mayor pandemia de los últimos cien años, los líderes de centro-derecha seguramente usarían la autoridad de emergencia, no para el bien público, sino para hacerse con el poder, al que nunca renunciarían. ¿Por qué? Porque son conservadores. Los periodistas no ven este peligro, por ejemplo, en Francia o Alemania, a pesar de que el gobierno francés adoptó recientemente una impopular reforma de pensiones sin pasar por la legislatura, celebró elecciones a pesar de la pandemia y canceló la segunda vuelta ya que el partido de Macron estaba perdiendo. ¿Dónde está el ultraje?

No importa que los gobiernos de Polonia y Hungría hayan utilizado hasta ahora sus poderes del estado de emergencia para combatir la pandemia. Su número de contagiados y fallecidos de COVID-19 es más bajo -por orden de magnitud- que el de Europa Occidental. Según los datos de Johns Hopkins, España, con una población similar a la de Polonia, tiene 30 veces más infecciones y 108 veces más muertes; Portugal, similar en tamaño a Hungría, tiene 15 veces más casos y siete veces más muertes. Sin embargo, para Bloomberg, Orbán y Kaczyński son simplemente “aspirantes  autócratas” que “aman la pandemia”.

Todos los países democráticos están implementando medidas similares, con líderes que utilizan los poderes del estado de emergencia para combatir el virus. Sin embargo es solo Victor Orbán, al mando del estado de emergencia de su país, el que provoca el síndrome de Casandra. Y los esfuerzos por parte de Jarosław Kaczyński, del partido Ley y Justicia, de mantener las elecciones son tachados por The Economist como “epidemocracia” autocrática y por The Financial Times como “locuras” de las “elecciones Covid-19” – mientras que Corea del Sur obtiene los elogios del The New York Times por  organizar las suyas.

Parece que los líderes de Hungría y Polonia no deberían tener una autoridad de crisis comparable a la de un alcalde o gobernador estadounidense, o, peor aún, a la de cualquier jefe de estado progresista, fiable y occidental. De alguna manera, el poder en manos de funcionarios electos polacos o húngaros es implícitamente sospechoso, no por lo que hacen, sino por quiénes son: políticos conservadores que creen en la independencia nacional y en un estado-nación soberano. Por estas razones, a pesar de las diferencias fundamentales entre sus estados de emergencia, Hungría y Polonia son los villanos de la pandemia.

Esto no es solo un doble rasero – es un universo paralelo.

Y así, el gobierno de Polonia es calificado de “antidemocrático” por imponer un “estado de epidemia”, y no un más grave “estado de alarma”. Este último cancelaría las elecciones presidenciales programadas para el 10 de mayo, evento que la oposición progresista apoya con fuerza. ¿Por qué? Porque el popular presidente conservador, Andrzej Duda, es el candidato favorecido. El gobierno argumenta que imponer un estado de alarma solo para evitar unas elecciones nacionales es profundamente antidemocrático y claramente inconstitucional, y propone la votación por correo. Rechazando esta solución por considerarla “fraude electoral”, los medios occidentales la llaman dictatorial, sin explicar cuál sería la “manipulación” o cómo se supone que se realizaría. Imaginen las protestas si la oposición ganara y el gobierno cancelara las elecciones bajo el estado de alarma.

En el caso de Hungría, se considera autocrático a su gobierno precisamente por la razón opuesta: imponer un “estado de peligro”, análogo al de Polonia, que otorga los mismos poderes que tienen otros líderes europeos. Esto no impide que Vox tache de “dictador” a Orbán, a pesar de que los tribunales y el parlamento sigan conservando su autoridad: los poderes de emergencia autorizados por una mayoría parlamentaria absoluta pueden ser revocados con una mayoría simple, y el calendario electoral no se ve amenazado, al contrario de lo que algunos periodistas occidentales informan faltando a la verdad.

Así, mientras Polonia es criticada por lo que el FT denomina “la locura de las elecciones nacionales” y por no imponer un estado de emergencia, The Washington Post arremete contra Hungría por lo contrario, por imponer uno y, como afirman los críticos incorrectamente, por poner en peligro futuras elecciones.

En ningún lugar esta perspectiva esquizofrénica es más visible que en la Unión Europea. Donald Tusk, líder progresista de la oposición polaca, utiliza su púlpito de abusón de la UE para arreglar las cuentas políticas internas con el gobierno polaco que derrotó a su partido -dos veces- en las elecciones. Antes presidente de la UE y ahora jefe del Partido Popular Europeo, Tusk a menudo pontifica sobre la unidad a pesar de la pandemia y, sin embargo, amenaza al húngaro Fidesz, aliado del gobierno polaco, con la expulsión del PPE por aprobar los decretos del coronavirus. Ese es el poder que Víctor Orbán tiene en común con, por ejemplo, el canciller alemán y el presidente francés, ambos miembros del PPE de Tusk, que todos ejercen a través de su propia legislación de la pandemia.

La mayor parte de la histeria se basa en un “qué pasaría si” – qué pasaría si “ellos” ganaran mientras el virus está aquí o no renunciaran al poder una vez que la pandemia haya desaparecido. La única forma de resolver estas dudas es esperar. Veremos si Hungría, miembro democrático de la Unión Europea y la OTAN, vinculado a tratados, sujeto al escrutinio despiadado de las ONG y los medios hostiles, querrá efectivamente quemar todos los puentes políticos y arriesgarse a la alienación internacional por querer mantener poderes diseñados específicamente para combatir una emergencia sanitaria.

Los medios de comunicación -y sus lectores- deberían preguntarse: ¿por qué querría un líder popular hacer eso dos años antes de las elecciones nacionales? Y buena suerte para The Economist y otros que pintan a Polonia con el pincel de la dictadura por tratar de mantener las elecciones nacionales, a pesar de una pandemia. Solo porque la oposición no se esté abriendo camino en las encuestas de opinión o en las urnas, no significa que la democracia polaca no esté funcionando. Los líderes elegidos en Polonia y en Hungría pueden no ser del gusto alemán o francés, pero tienen un mandato democrático y escuchan la voz de su pueblo.

En lugar de apoyar la que, de hecho, es una operación evidente de remplazo de los gobiernos, elegidos democráticamente, más claramente de centro-derecha de Europa, los medios de comunicación podrían abandonar su supuesta narrativa de destrucción democrática y mirar con curiosidad a la historia de Europa oriental. Tal vez descubrirían la parte de Europa que está orgullosa de sus tradiciones nacionales, que recuerda con total nitidez su cautiverio soviético y su lucha por la libertad y que nunca más quiere perder su independencia. Por nadie.

 

Anna Wellisz es directora general de White House Writers Group, firma de strategic consulting en Washington, D.C., entre cuyos clientes figura la Fundación Nacional de Polonia de 2017-2019.

Publicado por Anna Wellisz en The American Conservative.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta.

 

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