«Ellos no hablan con nosotros. Solo levantan ese basurero», dijo uno de los vecinos de esta barriada pobre en la zona oeste de Río de Janeiro.
Los habitantes de Coreia, una favela de Río de Janeiro que recibió refuerzos militares este martes, tienen miedo. «La ley de silencio» que impera en sus calles les ordena tácitamente callar, por lo que se limitan a mirar por las rendijas de las puertas o asomarse sigilosamente a las ventanas.
Un operativo del Ejército, puesto en marcha este martes en las favelas de Vila Aliança y Coreia para retirar los obstáculos instalados por los narcotraficantes con el fin de restringir la movilidad de los vehículos y solo permitir el paso en zig zag de motocicletas, terminó de cerrar las bocas de sus moradores.
Este dispositivo, que movilizó a unos 500 soldados, se lleva a cabo después de que el presidente brasileño, Michel Temer, firmara el pasado 16 de febrero un decreto a través del cual cedió al Ejército el control de la seguridad del estado de Río, que afronta una grave ola de violencia desde hace meses.
Y es que encontrarse de un momento a otro con los soldados armados que comenzaron a invadir las calles con tanquetas, palas mecánicas y camiones del Ejército, intimida.
«Ellos no hablan con nosotros. Solo levantan ese basurero», dijo uno de los vecinos de esta barriada pobre en la zona oeste de Río de Janeiro que desde hace años es controlada por pistoleros.
En esta comunidad, donde bandas criminales y del narcotráfico imponen su ley y generan violencia e inseguridad, la gente se mueve en una tensa calma.
Hablan poco, observan mucho y los diálogos más frecuentes son los de sus miradas que llaman al resguardo y la prudencia.
En las calles de la favela ignoradas por los miembros de las Fuerzas Armadas en sus tareas de remoción la vida sigue como si no pasara nada, y las miradas apenas se espabilan cuando las autoridades pasan.
Es novedad pero «con o sin ellos la vida sigue igual», dijo a EFE un joven que no quiso identificarse con mirada incrédula.
Esa tranquilidad desaparece en los sitios donde el Ejército adelantó sus tareas; en esas calles se respira miedo y cautela.
«Es bueno que las autoridades vengan por acá», aseguró una moradora que inmediatamente se excusó porque es mejor «no comentar nada por la ley del silencio».
Minutos antes, integrantes de bandas criminales de la zona habían visitado esa calle en sus motos y con radios de comunicación para inspeccionar discretamente el trabajo de los soldados, que, además de estar armados con fusiles, permanecieron todo el tiempo con los pasamontañas sobre su rostro para evitar ser identificados.
Es a esos pistoleros a los que temen los moradores de esta comunidad porque no les tiembla la mano para «sacar del camino» a los que consideran «soplones».
Por eso, para algunos de los habitantes de la favela de Coreia «lo mejor es permanecer en casa y no hablar con nadie», para que luego no les pasen «cuenta de factura» y les «cobren» lo dicho.
Unos pocos, no esconden su alegría por la presencia del Ejército.
«Es bueno que estén (los militares) por acá». «Se siente uno más seguro». «Ojalá acaben con tanta delincuencia», señalaron varios vecinos que con paciencia acompañaron la remoción de los escombros que fueron depositados por delincuentes en su calle.
Durante el operativo, un helicóptero militar sobrevoló la favela en medio de un barullo que advertía vigilancia permanente desde el cielo.
Esta vez los militares se limitaron a su tarea. No hablaron con la comunidad, no pidieron documentos y dejaron a la prensa circular sin problema. Incluso, abrieron paso a los civiles que intentaban movilizarse entre los camiones y las palas mecánicas.
Parece que escucharon la advertencia que hizo la Defensoría Pública dos días atrás cuando en otro operativo, que también se realizó en esta favela y en otras dos vecinas (Vila Kennedy y Vila Aliança), los soldados hasta tomaron fotografías de los moradores y sus documentos para verificar antecedentes judiciales.
Un hecho que para el Ministerio Público es «una grave violación de los derechos a la intimidad y la libertad de movimiento.»
Después de una mañana entera de trabajo y tras dejar sin obstáculos a varias de las calles de esta comunidad, los miembros del Ejército abandonaron la comunidad.
Tras recoger barriles de casi un metro de altura llenos de cemento y arena, llantas y escombros usados para obstaculizar las vías, soldados, camiones, tanquetas y palas mecánicas dieron media vuelta. Se llevaron hasta un par de rieles de tren.
Atrás, las puertas volvieron a cerrarse para los habitantes de Coreia. Era hora de quedarse en casa, era el momento de decir adiós a otro día más.