Hola, Claudia. Dulce mañana tengas y arriba la revolución y el trinque.
Quiero disculparme por la Conquista y reconocer «los agravios» que te causaron mis antepasados españoles y los tuyos, con la inestimable cooperación de los pueblos indígenas de México, a los que supongo tendrás en tu larga lista negra de traidores. Ciertamente, tu vida sería hoy mucho mejor desayunando esos manjares de carne humana de niño a la plancha, espetando en un palo la jeta de inocentes decapitados a la hora del aperitivo o arrancándole el corazón a cualquier pobre hombre en lo alto de un teocali, para ver si los temidos dioses aztecas os son propicios y al menos Maná deja de cantar un rato.
Sería estupendo ahora, qué sé yo, verte jurar el cargo en francés, o con suerte en náhuatl, que dentro de todos los idiomas indígenas es el que parece menos endemoniado de aprender, y no en ese español tan dulce y refinado que hablas, que es puro fascismo, si me permites.
Si los de la diosa razón hubieran ocupado el lugar de los españoles —no hay quien entienda la francofobia de vuestra independencia— quizá hoy podría seguir practicándose la antropofagia y demás crímenes bárbaros del racionalismo ilustrado, que siempre acaba, con permiso de los poetas, con alguien colgado. Si así fuera, habríais pasado del tzompantli y su exhibición de cráneos a la logia y su exhibición de mandiles, con un breve paréntesis de inhumano y tedioso cristianismo; tampoco mucho tiempo, sería como el ayuno intermitente, que luego se coge con más ganas la pierna de esclavo al pil-pil.
Comprendo que sientas tan en tu piel mexicana la gravísima ofensa de Hernán Cortés y el empeño de los españoles en que los pueblos hermanos abandonaran la ley de la sangre y abrazaran la misericordia cristiana. Todo se hereda menos la verdad y, a fin de cuentas, pese a que los orígenes europeos de tu familia estaban bastante más lejos de México de lo que estaba Cortés y los conquistadores españoles, ahora has puesto toda la carne en el asador para conquistar tú la bella tierra mexicana, porque es tu turno, según tus estándares y, sobre todo, según los estándares de tu padre político, AMLO, el conquistador conquistado.
Que no olvidamos tampoco que el circo de la carta al Rey lo inició López Obrador pidiendo a España unas disculpas por la Conquista que, en tal caso, debería ofrecer él mismo primero, porque siendo español de purísima genealogía, la única razón por la que nació en Tepetitán es porque su abuelo, polizón con documentación falsa, huyó de Ampuero, en el corazón de la Cantabria oriental, a hacer las Américas; que también es, Claudia, supongo, una forma terrible del robar el oro y la plata a los del lugar, pero que no merece explicaciones por parte de AMLO porque en el comunismo, lo primero es el trinque, lo segundo, el trinque, y lo tercero, el crimen.
El hecho de que los propios pueblos sometidos a la violencia, los que se encontraron los españoles, abrazaran con entusiasmo a los conquistadores, pudo, Claudia, ser fruto de algún extraño conjuro cristiano, porque no se entiende que aquellos hombres no vivieran felices bajo la tiranía, y con la simpática y divertida costumbre de emplear a las mujeres como producto en venta o como obsequio a granel, como la propia Malinche, nacida en una noble familia azteca y vendida por sus padres a los mayas antes que a Nacho Cano, para acabar después liberada en los brazos del conquistador, pudiendo huir por fin de esas esclavitudes autóctonas que fascinan a tu padrino político, no quiero ni pensar por qué.
Ya ves, Claudia, que hay dos formas de ver la historia. Una, la tuya, hoy disfraz socialista de nueva hornada, mamoneo identitario y rollo queer, ayer de larga tradición familiar de activismo comunista, no sólo por la tontería hippie sesentera de papá y mamá, que estuvo tan de moda como los extraños mecheros de marihuana y Che Guevara, sino por tus antepasados de los que tanto aprendiste, los que emigraron de Lituania a Cuba para expandir su Internacional Comunista hacia América Latina.
Y hay otra forma, mujer, la mía, sangre conquistadora, cristiana y libérrima que todavía hoy aborrece la esclavitud, incluida la esclavitud comunista, y que sólo ve, en bonitas palabras de José Javier Esparza, una tierra, la mexicana, en la que «indios y españoles crearon un mundo que ya no era indio pero tampoco era español».
Nada más. Bellísima mañana tengas, y viva el Rey, Claudia, viva el Rey.