«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

A mis queridas Irene y Pam

28 de agosto de 2022

No lo creeréis, mis queridas Irene y Pam, pero la ignorancia puede ser una ventaja en determinadas ocasiones. Para mí, haber vivido en el total desconocimiento de la dificultad que implica ser mujer ha sido una gran ayuda para mi desarrollo vital. Sí, mi estupidez supina, mi pertinaz —como la sequía— inconsciencia a la hora de afrontar la vida me ha permitido hacer de mi capa un sayo durante los taitantos años que llevo en este mundo, con todas las dificultades que la vida tiene y con mis errores y aciertos.

Os quedaréis de piedra al leer —porque sé que lo haréis— que las mujeres de mi edad creímos ser seres humanos normales, algo así como lo que cantaba Ana Torroja en nuestra época: “no soy ni hombre ni mujer, sólo soy una persona”. Aclaro que sabíamos que lo éramos, incluso sin clases en la guardería que nos lo explicaran. La diferencia es que no nos levantábamos por las mañanas pensando que éramos mujeres y, por ende, ese día íbamos a afrontar una cantidad de dificultades inauditas para un hombre y que nuestra vida sería una tortura. No. Tuvimos épocas buenas y épocas malas, ¡igual que nuestros amigos, enemigos, compañeros de trabajo y maridos! Es más, en mi juventud, allá por el pleistoceno, los hombres hacían la mili y nosotras, no.

Para vuestro pasmo, os contaré que estudiábamos las mismas matemáticas que los varones

Nuestra etapa escolar, no la de vuestro amigo Nacho, me refiero a la del colegio, transcurrió igual de feliz e infeliz que la de nuestros compañeros machos. Mi uniforme constaba de falda y jamás me impidió correr, jugar a todo tipo de cosas, incluido al famoso entre los de mi quinta ‘churromediamangamangotera’, el mejor juego del mundo. En clase, lo normal es que las niñas fuéramos más listas y empollonas que los niños. Se ve que ya apuntábamos maneras porque nos siguió pasando en la facultad. Eso sí, en ese mundo loco e inconsciente nadie nos decía si teníamos que ser científicas o no. Os doy mi palabra, queridas Irene y Pam, de que no conozco ningún caso de una joven que quisiera ser ingeniera aeronáutica y sus padres se lo prohibieran por no ser una carrera para mujeres. Tampoco en el colegio nos indujeron a una cosa o la otra. In Spain we called it libertad.

Para vuestro pasmo, os contaré que estudiábamos las mismas matemáticas que los varones. Así, sin anestesia ni nada. Ya os decía al principio de la carta que la ignorancia a veces es una ventaja, y el no saber que éramos medio tontas para las ciencias se ve que provocó que nos creciéramos y aprobáramos como los demás. Matemáticas en crudo, sin perspectiva de género ni nada. Qué loco todo.

Lo que habéis hecho ha sido introducir en la sociedad en estos últimos años un clima de total desconfianza entre el hombre y la mujer

Respecto a ir a la universidad, fue una opción tan normal para un hombre como para una mujer. No me creeréis si os digo que la universidad era pública y a ella acudían seres humanos de ambos sexos —no teníamos ni repajolera idea del tema del género, perdonad— y de distintas clases sociales. Así todo mezclado. ¡Y nos parecía normal! 

En todo este periplo vital, queridas amigas, llegó el tema del sexo. Tengo la fortuna de poder decir, y aquí no hay ironía ninguna por la gravedad del asunto, que jamás me forzaron a hacer nada que yo no quisiera hacer. La violación existe desde que el mundo es mundo igual que otros delitos, pero, a Dios gracias, España no es un país donde exista la cultura de la violación. Mentís cada vez que repetís esto. Eso sucede en otros lugares donde se trata a la mujer como un trapo; lo que necesitamos son políticas que impidan importar esa cultura.

Pensáis, Irene y Pam, que habéis inventado y legislado la existencia de la rueda, cuando lo que habéis hecho ha sido introducir en la sociedad en estos últimos años un clima de total desconfianza entre el hombre y la mujer. Sobre el hombre ha caído una sombra de sospecha como si su maldad fuera congénita y sólo vuestra salvífica acción fuera capaz de reeducarlo y contener su violencia. 

Por otro lado, supongo que estaréis al tanto de que en los últimos tiempos se multiplican los casos de violencia sexual, ¿dónde está vuestro éxito entonces? En una ley de pésima calidad que rebaja la pena por violación, que ignora algo básico en el Derecho Penal como es el principio de proporcionalidad y que ahonda aún más en la inseguridad jurídica para el hombre. La verdad es que como mujer no tengo nada que agradecer.

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