«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Alicante, 1987. Escribe noticias desde que tiene uso de razón. Ha trabajado en radio, prensa escrita y televisión en medios como Radio Intereconomía, El Toro TV y Okdiario. Siempre en los últimos reductos de la libertad de expresión.
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A relaxing cup of café con leche in Air Europa 

14 de marzo de 2024

Amparo Illana era madre de familia y del Opus. De Pilar Ibáñez-Martín no tenía ni noticia hasta que he buscado su nombre hace un momento y he leído que hizo muchas tortillas francesas el 23F. Carmen Romero siguió ejerciendo de profesora de instituto hasta que tuvo que dejarlo por problemas de seguridad y luego sí, se metió en política. De forma oficial porque había militado desde mucho antes. Decía «jóvenes y jóvenas», también es verdad. Ana Botella fue alcaldesa tras dejar su marido la Moncloa y pasó a la historia por su relaxing cup, pero había ido en una lista electoral que corrió con la dimisión de Alberto Ruiz-Gallardón. Y aunque me resulta tirando a antipática —más por no tener una cara muy sonriente que porque realmente lo sea, que no lo sé—, fue injustísimamente tratada, como si sólo hubiera sido mujer de Aznar, cuando era funcionaria. Sobre todo por aquel que luego colocó a una novia cajera de ministra. Sonsoles Espinosa tampoco nos dio nunca ningún problema además de ir por ahí peinada como el señor Spock. Y a Elvira Fernández, ‘Viri’, la mayoría de los españoles ni le ponemos cara a día de hoy.

No necesitábamos ninguna regulación para la primera dama porque simplemente no la teníamos ni la queríamos. Ninguna de estas mujeres tenía negocios. Ninguna de estas mujeres tenía afán de aparecer en viajes y actos en los que no les correspondía estar. Pero entonces apareció Begoña Gómez. Y con ella llegó el escándalo. Primero aceptó un puesto en el Instituto de Empresa, que ahora tendrá que lidiar con el merecido descrédito que le proporciona haber contado con la mujer de Pedro Sánchez en su Africa Center. Luego se puso a impartir un máster creado ad hoc para ella en la Complutense pagado por Correos, dirigido —oh, qué inesperado— por el mejor amigo de Sánchez. Y ahora sabemos que mientras hacía esas cosas se pasaba de vez en cuando por Air Europa mientras el Gobierno de su marido rescataba a la aerolínea. ¿A tomarse a relaxing cup of café con leche? Pues probablemente no. O también, pero no como objetivo principal. La compañía de Javier Hidalgo le patrocinó unos cuantos eventos. Qué bonitas casualidades.

¿Por qué ha pasado todo esto? Pues en primer lugar porque Begoña Gómez tiene una moral más laxa que sus antecesoras. No sabemos si por contagio marital —aquello de «dos que duermen en el mismo colchón»—, o por estar criada en un ambiente de aficionados a las saunas y no precisamente finlandesas. Lo segundo puede incluso no ser su responsabilidad, pero el caso es que con ella hace falta algún tope que antes no habíamos necesitado imponer por ley. Así que hagámoslo. Y ya.

A nadie que haya visto un vídeo de Begoña Gómez hablando en esos actos que a Air Europa le resultaron tan interesantes de pagar, se le pasa por la cabeza que a la mujer del presidente del Gobierno la pudieran fichar por alguna otra condición aparte de esa. Y quizá no es ilegal, pero sí muy inmoral. La mujer del César tiene que serlo y parecerlo. Y esta señora sólo es y parece mujer de un tramposo y actúa en consecuencia.

Así que la oposición, además de denunciarla ante la Oficina de Conflicto de Intereses, cosa que está muy bien, tiene que marcarse como objetivo cercano lograr algún tipo de normativa que impida a las mujeres de nuestros presidentes hacernos pasar otro bochorno como este en el futuro. Con el PSOE no podemos contar para esto, claro. Para que encontraran algo reprobable en el comportamiento de Begoña Gómez, tendría que dejar a Sánchez y hacerse novia de Isabel Díaz Ayuso.

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