«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
Colaborador de La Gaceta, estudia Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribe habitualmente en medios como Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.

Abascal, Sánchez y la genialidad

26 de abril de 2024

El día que Santiago Abascal anunció en el Congreso de los Diputados una moción de censura, la segunda, algunos nos miramos con algo de estupefacción. Hacía poco tiempo que VOX se había quedado solo en el hemiciclo, diseminado entre las bancadas, rodeando desde el gallinero a todas las demás formaciones. Una atalaya que se les regaló, por otro lado. Abascal anunció la moción de censura y aún tuvimos que esperar semanas hasta que el partido la presentara formalmente en el registro del Congreso. Aquel anuncio llegó a convertirse en una fábula.

Aquellos días muchos de este lado y la totalidad de los del otro compartimos una impresión: las mociones de censura, además de anunciarse, se presentan. Las dimisiones, en cambio, ni siquiera se anuncian, sólo se presentan, y la carta a la ciudadanía —qué palabra— de Sánchez carece de valor porque si el lunes anuncia su dimisión tan sólo habrá servido para arrebatar unas vacaciones de cinco días pagadas por todos los españoles. Si fueran cinco días de retiro espiritual aún lo celebraría, pero pienso ahora que en Moncloa hay pista de pádel y no capilla. Y viceversa: si Sánchez no dimite, la carta sólo habrá servido para declarar en redes su amor por Begoña, cuando bien podría haberlo hecho en el viscoelástico de Moncloa, comprado a imagen y semejanza de la pareja tras la salida de Rajoy.

Este apocamiento, sin embargo, me deja inquieto, porque Abascal guardó un as bajo la manga que muchos no supimos ver. Flanqueado por el mejor de sus jinetes, que ese fue Sánchez Dragó hasta su muerte, el líder de VOX llevó al Congreso de los Diputados a Ramón Tamames. Aquel día me la envainé porque los meses de espera tras el pírrico anuncio tuvieron por consecuencia acaso la mayor genialidad política del parlamentarismo de nuestro siglo. El discurso de Tamames, que ya había leído toda España antes de la moción, alcanzó un punto de genialidad pronunciado a viva voz desde uno de los sillones granates de sus señorías. Ninguno hubiésemos imaginado esa escena de autoridad —que en Tamames viene dada por la edad, amén de su prestigio académico— cuando Abascal anunció, meses antes, la moción de censura.

Mi intranquilidad, ya lo veis, viene justificada. Es cierto que el presidente del Gobierno no tiene un Sánchez Dragó a su lado y dudo que cualquier cosa que le pueda susurrar María Jesús Montero alcance aquella genialidad de Tamames —a Marisú yo no la entiendo ni cuando deletrea despacito—. Pero un runrún habita dentro de mí y pienso que el lunes podríamos sorprendernos los mismos que nos miramos extrañados con la moción de censura que anticipó Abascal. La genialidad de aquella maniobra no resultó en un éxito numérico, pero sí legitimidad parlamentaria. La carta de Sánchez, que anuncia que anunciará un anuncio, hoy la recibimos con una mueca. Pero yo no descarto un último golpe de aquel que está dispuesto a morir matando.

.
Fondo newsletter