«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.

Abracen su nostalgia

8 de julio de 2022

“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero, si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento”. Camus sintetiza, en “El hombre rebelde”, su célebre ensayo de 1951, un estado de ánimo que aleteaba entre las ruinas de una Europa arrasada por la guerra. “Un esclavo que ha recibido órdenes toda su vida de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato”. Ahí estalla la rebelión. ¿Y después qué?

Después hay que decir “sí”. Es preciso construir, afirmar, sostener lo que se va levantando. Hace falta recordar de dónde se viene para no perder el rumbo. Hace unas semanas, Kiko Méndez Monasterio exclamaba en la revista Centinela que “¡la nostalgia es algo maravilloso!”. La memoria, en efecto, tiene la fuerza de proyectarnos como un trampolín y orientarnos como una brújula. No resulta sorprendente que el gobierno de Pedro Sánchez quiera eliminarla del sistema educativo, de las oposiciones y, en general, de la vida pública. El recuerdo supone un peligro porque moviliza las mismas fuerzas que la épica: nos permite evocar un mundo mejor. La rebeldía, pues, se nutre, entre otras cosas, de conmemoraciones y reminiscencias.

En cuanto uno se descuida, le vuelven a engañar con la “gestión” y los fuegos de artificio.

En España, siempre hubo quienes estaban, de algún modo, descontentos con la deriva social. A medida que el PP fue rindiéndose en todas las batallas culturales y el PSOE fue abandonando la idea de España, la insatisfacción crecía. No era sólo un problema de gestión, sino de principios. El modelo de sociedad, so pretexto del “liberalismo” -esa bandera disputada por tantos- se iba escorando hacia el progresismo gobernase quien gobernase. Cuando Mariano Rajoy llegó al poder en 2011 con una mayoría formidable, se consumó la traición a los votantes de derecha: cambios en la “gestión” -incompletos, imperfectos, tímidos- pero no en el modelo social, que se mantuvo en sus aspectos esenciales. Desde la tibieza con los nacionalistas en Cataluña –“»nos van a obligar a lo que no queremos llegar»- hasta el mantenimiento de la Ley de Memoria Histórica o los cambios cosméticos en el marco jurídico del aborto, apenas cambió nada. Ya sé que se invocará la aplicación del 155 de la Constitución, pero omitiendo que fue tardía, temerosa e insuficiente. Se dejó a los nacionalistas el control de los medios de comunicación. No haré más preguntas, señoría.

Conviene recordar todas estas cosas para comprender la situación actual de la derecha. Ante ella, se abre un camino que conduce a lo que ya conoce: la “moderación”, la “responsabilidad”, que en realidad son distintas formas de explotar el miedo y neutralizar mayores ambiciones. Se trata de pretextos para seguir transigiendo ante la izquierda en el modelo de sociedad al tiempo que se refuerza el mito de la “gestión”. Hace poco editorializaba La Gaceta sobre “La mala salud de España”. Es un buen ejemplo: precariedad laboral, salarios bajos, desigualdades entre las comunidades autónomas y mucha, mucha propaganda. Luego se cierran las urgencias de los centros de salud o se prolongan las listas de espera y vienen las sorpresas. Al final, detrás de la “gestión” late la ideología, ese campo donde la Agenda 2030 acerca al PP y al PSOE.

En aquella España de mi memoria, los jóvenes deseaban hacerse hombres y mujeres en lugar de vivir una adolescencia hasta los cuarenta y tantos

El otro camino es más lento y requiere paciencia porque aspira a un modelo social distinto y mejor. Tiene algo de travesía del desierto, pero también logros que no deben minusvalorarse. Frente al mal menor —ese pobre motivo que tantas veces explotó Rajoy— uno puede aspirar al bien posible. La memoria nos recuerda que esa posibilidad es real. Yo, por ejemplo, recuerdo una España en que uno se podía marchar de vacaciones sin temor de que le “okupasen” la casa. Recuerdo que bastaba un salario para que una familia pudiese vivir dignamente. Recuerdo que a un médico se le abría un futuro prometedor entre nosotros. Permítanme confesarles que a veces siento nostalgia, sí. En aquella España de mi memoria, los jóvenes deseaban hacerse hombres y mujeres en lugar de vivir una adolescencia hasta los cuarenta y tantos. En el metro y el autobús, se cedía el asiento a los mayores sin necesidad de que lo pidiesen. Siempre hubo maleducados y gañanes, por supuesto, pero no eran modelos sociales ni se los excusaba. Eran, en realidad, contraejemplos. Al “okupa” no se lo premiaba con una vivienda de protección pública. El autónomo no vivía asfixiado por impuestos, tasas, contribuciones, cánones y un cuerpo normativo que hoy lo ahoga. Era una España más austera, pero también más digna y humana.

Ese segundo camino que puede tomar el votante de derecha exige valor y constancia. Aquí las prisas son malas consejeras. En cuanto uno se descuida, le vuelven a engañar con la “gestión” y los fuegos de artificio. Les dicen que no hay vuelta atrás, que los cambios producidos son irreversibles, pero no es cierto. Recuerden el modelo de sociedad al que aspiran, ese que les han ido hurtando poco a poco.

No se queden sólo en el descontento y la indignación.

Tengan la constancia para decir “sí” y mantener el rumbo.

Abracen su nostalgia y proyéctenla hacia el futuro. 

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