«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Amnistía de cómic

15 de noviembre de 2013

Te sientas un momento a escuchar las noticias y te da la sensación de que vivimos en la ciudad de Gotham, donde los villanos siempre encontraban una excusa o una treta para vaciar las cárceles, para que en masa salieran a la calle asesinos y violadores –como un ejército de las tinieblas–, y donde el hampa termina apoderándose de la ciudad porque los burócratas y los políticos están corruptos, y son demasiado débiles para enfrentarse al crimen. En ese mundo imaginario de las viñetas, cuando todo era injusticia y caos, llegaba Batman y la liaba parda, normalmente con métodos muy poco garantistas –que no habrían pasado el examen de ningún tribunal europeo– pero bastante más eficaces que la extravagante estrategia policial en el Faisán.

No parece que Jorge Fernández Díaz vaya a dedicar sus noches a vestirse de murciélago para salvar honras y vidas, ni es probable que Alfonso Alonso –que sería el Robin perfecto– se ponga la capa de justiciero. Así que a partir de ahora más vale no subir en ascensor, mirar para atrás cuando regresamos a casa, procurar no salir mucho después de anochecido, y atrancar bien las puertas a la hora de dormir. Luego también podemos rezar para que esta lotería del horror que nos ha regalado Estrasburgo no nos toque, porque lo único que sabemos es que muchos de los criminales que ahora salen amnistiados ya están pensando en su próxima presa, que puede ser cualquiera, exceptuando a los que van en coche oficial, que disfrutan de una escolta para la que nunca hay recortes. Lo cierto es que resulta desagradable la visión de Gotham, contemplarse como los ciudadanos inermes de un cómic tenebroso, esos personajes que sólo sirven como víctimas, utilizadas por el dibujante para mostrar la maldad del villano y la piedad del superhéroe.

Pues en la vida real todavía es peor, porque después de desencadenar a las bestias, el poder civil y sus voceros se sienten molestos por las críticas de las asociaciones de víctimas. Es como cuándo se inició la beatificación civil de El Lute, que a todos les incordiaba que la familia del hombre que había muerto en el transcurso de uno de sus atracos no participase de la fiesta. Lo mismo le echan en cara a la AVT o a Alcaraz, o la madre de Sandra Palo. La realidad es una historieta tan macabra que nadie escribiría. Nicolás Gómez-Dávila redujo todo este sin Dios en un escolio brillante: a los progresistas les indigna que sus víctimas se indignen.

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