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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Apocalípticos e integrados

30 de marzo de 2022

Fue Umberto Eco quien hace ya muchas lunas estableció esa distinción con pretensiones y hechuras de clasificación. Supongo que ya casi nadie lo recuerda. Él no lo explicaba así, pero yo tiendo a pensar que el fiel de la balanza de esa taxonomía de la especie humana es la diferente manera de concebir la historia. Ésta es, para medio mundo ‒el judeocristiano‒, una flecha que avanza al hilo del tiempo y que recorre, por lo tanto, la trayectoria que va desde la supuesta creación ex nihilo hasta la no menos supuesta batalla de Armagedón. Para la otra mitad del mundo ‒la pagana, la platónica, la epicúrea, la estoica, la del hinduismo y, en líneas generales, la del pensamiento oriental‒ la historia es cíclica, no termina nunca, se muerde la cola y siempre se repite.

Lo que se deriva de la primera interpretación es el concepto del progreso indefinido, lo que no obsta a que éste se acomode a veces al zigzagueo y oleaje de una especie de coitus interruptus. Sobra añadir que de ahí viene la buena prensa que adorna el cambio, como panacea esgrimida por la práctica totalidad de los partidos políticos, y el ingenuo optimismo panglossiano de la ideología progresista. O, diciéndolo de otro modo, la del contrato social del siniestro Rousseau que conduce fatalmente al totalitarismo, aunque se disfrace y pretenda lo contrario.

Un país no es rico por los datos de su economía, sino por el nivel de sus índices de educación

La segunda interpretación ‒nihil novum sub solem‒ es la del Cándido de Voltaire y la matriz del pensamiento conservador y de la sophia perennis, que nunca modifica su paradigma.

 Por cierto… Ayer leí en la prensa que quedan definitivamente expulsados de los planes de estudio vigentes en España a partir de ahora la filosofía y la cronología de los hechos de la historia. Doble barbarie que sanciona y consagra la metamorfosis de la educación en adoctrinamiento. Decía el filósofo Antonio Escohotado recientemente fallecido, y subrayo lo de filósofo, que un país no es rico por los datos de su economía, sino por el nivel de sus índices de educación. Sólo un imbécil rematado se atrevería a llevarle la contraria, pero en la España sometida al Gobierno Frankestein, a juzgar por la medida a la que acabo de referirme, esos imbéciles abundan

La palabra filosofía significa literalmente amor a la sabiduría y devoción por ella. Eliminar esa asignatura de los planes de estudio es algo que condena a nuestros jóvenes a ser estúpidos. Lo pagarán caro. Lo pagaremos caro.

En cuanto a la mutilación cronológica de la historia… ¡Señor, Señor! Ya en el primer curso del bachillerato que yo estudié me explicaron que el aprendizaje de esa asignatura tenía dos ojos. Así los llamaban. Y que esos dos ojos eran la geografía y la cronología. Eliminado el segundo, es previsible que pronto se cegará el primero. Así andamos.

En Patmos, el evangelista Juan describió con portentosa exactitud ni más ni menos que lo que hoy, casi dos mil años después, está sucediendo en el mundo

Vuelvo a la terminología de Umberto Eco, mediocre novelista, pero espléndido ensayista… Ser un integrado ‒o sea: alguien que cree en el progreso‒ o ser, como yo, un apocalíptico convencido de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es también una cuestión de carácter. 

 Perdónenme los lectores de La Gaceta si hoy me he puesto estupendo, por no decir filosófico. La verdad es que me encuentro en Patmos, la minúscula isla del Egeo en la que el evangelista Juan escribió la pieza más importante del Nuevo Testamento, también llamada Libro de las Revelaciones, y que esta misma mañana he pasado un par de horas en la gruta donde el apóstol citado cayó en trance a muy avanzada edad ‒exactamente la mía‒ y describió con portentosa exactitud ni más ni menos que lo que hoy, casi dos mil años después, está sucediendo en el mundo. Enfermedad, guerra, hambre, muerte…

El Apocalipsis está servido y a mí, hoy, tras visitar la gruta, se me ha debido subir a la cabeza. Discúlpenlo.

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