Describir con crudeza la situación española se considera radicalismo. Decir que España se destruye y pedir un cambio radical y urgente (no solo echar a Sánchez) sitúa a quien lo diga en una posición «extrema».
Esto sucede así si se dice de España en su conjunto, porque no hay problema cuando la queja es sectorial. «Lo mío se hunde». Y es lo que estamos viendo: gremios o corporaciones ponen el grito en el cielo. Sucedió con la amnistía. El Estado no reaccionó, pero llovieron las protestas de sus muchísimas asociaciones profesionales. Lo vemos últimamente en los fiscales y ayer fue el caso de los inspectores de hacienda.
Se merecen todo lo que les suceda, pensarán algunos, pero conviene atender a su queja. Están describiendo el proceso catalán hacia la «financiación singular»: la cesión de los impuestos recaudados y el traspaso de las competencias de gestión.
Como esto no se puede hacer de una, se está adoptando la vía gradual más o menos discreta, otro procés en pequeño: el processet. Irán impuesto a impuesto, empezando por el IRPF. Los Inspectores de Hacienda avisan de que esta campaña la ATC (Agencia Tributaria Catalana) se refuerza, de 36 mostradores pasa a 87, lo que le permitirá avanzar en la gestión del impuesto, paso previo a la sustitución total de la Agencia Estatal (AEAT) el próximo año.
Con este panorama, a los inspectores de la AEAT no les quedaría otra que pasar a la ACT, gran quebranto personal y profesional, y razón por la que se quejan, aunque también, y se agradece el detalle, están denunciando un paso más hacia la ruptura del Estado y la independencia fiscal de Cataluña.
Los inspectores afirman que se hará «sin cobertura legal», ni siquiera un triste de la ley a la ley, y la denuncia llega mientras en España los cacúmenes discuten lo schmittiano que pudiera haber en un tuit de Trump.
Algo sucedió tras el discurso de Vance en Múnich. Una conmoción, un estremecimiento. ¡Había que escuchar a Vallés y Alsina! La respuesta de los medios de «centroderecha» españoles fue tremenda. La mezcla de virulencia y negación de la realidad con la que en España se discute el estado del mundo no tiene que ver solo con la necesidad muy comprensible de salvar al PP. El cambio que Vance sugiere resulta en España intolerable por otro asunto.
Y esto se entiende solo con ver quién es el «centro» en España, el centro del centro: Antena 3 y Onda Cero, propiedad de Planeta, el grupo editorial barcelonés que también moldea mucha opinión escrita (el mercado de la moderación o de la imprecación sin consecuencias). La élite política, mediática y corporativa no puede permitir un cambio político real en España porque podría implicar una interrupción del processet, un proceso que el PSOE acomete a las bravas, entre grandes quejas que duran unas horas y pronto se «institucionalizan». Sánchez es el maldito del 78, pero hace el trabajo sucio, como lo hizo ZP con ETA. Nada de lo que haga se cambiará. Desde el Rey hacia abajo, se frunce el ceño pero «hablando se entiende la gente» y callada y centristamente, muy moderadamente, se avanza hacia el Estado compuesto reconocido por Feijoo , el primero en rendir visita a los empresarios catalanes.
El absurdo antitrumpismo construido aquí es otra forma de proteger el inmovilismo español. Aunque no se habla apenas, la línea divisoria clave sigue siendo la de 2017: los que tras el golpe catalán quieren avanzar en autonomismo (los Bonillas) y los que exigen detenerlo.
Al moderantismo español Ucrania le importa un pito. Los intereses creados protegen el momio y la continuación federalizada del momio. La oligarquía española está defendiendo celosamente su posición en el instante muy concreto y delicado del giro federal, estropicio de Sánchez que tácitamente se aceptará como hecho consumado. Por eso en España la resistencia al cambio político-cultural internacional es mayor. Nos pilla este gran movimiento mundial, este nuevo realismo inmersos en un largo proceso de golpe de Estado que pasa precisamente por lo contrario: por mantener en el (auto)engaño al mayor número posible de españoles y por callar, desanimar o confundir a los pocos millones que sí son conscientes de lo que sucede. Si (a grandes rasgos) hay dos Occidentes ahora mismo, globalismo y soberanismo, lo que hace temible el globalismo aquí es que incluye autonomismo y federalismo.