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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Ayuso confunde, Sémper no

30 de julio de 2023

Para ir terminando con el 23J podríamos echar un último vistazo al tratamiento que el PP ha dispensado a Vox tras la noche electoral.

Hay dos corrientes. Una, la mayoritaria, representada por Moreno Bonilla, conocido activista gay que hace unas horas reprochaba a Vox su homofobia.

Moreno Bonilla, ya se ha dicho mucho, fue presidente con el apoyo de Vox. Así empezó también, usando el «turbo» voxero, la carismática Díaz Ayuso, que ha mantenido otra línea en las últimas horas. Ella prefirió alertar sobre los planes de fondo de la alianza sanchista: el modelo federal, o lo que ella llama la «república federal laica», expresión que busca conmover o calmar a su votante afecto a lo monárquico, la unidad nacional y el catolicismo. Ayuso suele hacer guiños populistas, pero también conservadores y hasta tradicionales. ¿Qué son estas salidas de zarzuela en la ortodoxia del partido de Margallo y González Pons?

Comparada con la falaz deslealtad de Moreno Bonilla, LGTBonilla, la postura de Ayuso parece correcta y noble. No hace sangre de Vox y procura el entendimiento en la derecha. Sin embargo, quizás el gran peligro externo para Vox sea precisamente ella.

El PP y el peperismo han formulado ya su opinión sin disimulos. Los tres millones de votantes de Vox son desviados de la Casa Grande de la Derecha de la Pulserita y esto es lo que provoca, a su vez, la desviación Michavila («Hemos detectado ya la desviación»), engordando el gran riesgo del Régimen: la polarización. El problema del 78 no sería la Constitución y el sistema de corrupción institucionalizada que ocupa el Estado, vende la Nación, malversa el Pasado e hipoteca el Futuro, no, el problema del 78 es de tipo psicológico: que los nacionalistas son malos, que hay socialistas también malos que incomprensiblemente no siguen a Redondo Terreros, y ahora, cosas del fake news y la Internet, tres millones de mentalidades débiles atraídas por la radicalidad extrema de derechas que ellos llaman trumpismo.

Como no es un problema político (el PP niega cualquier problema político y, por tanto, la política en sí), sino psicológico, esos tres millones van a recibir estopa moderantista y descargas informativas y opinativas en las radios y periódicos pepeiros (fue la diputada gallega Ana Vázquez y no Rajoy la que a mí me hizo comprender que el PP era, en realidad, un partido regional extendido por toda España, que el PP siempre nos ha estado hablando en gallego). En este punto, hemos de agradecer que se haya puesto en circulación, referida a Pedro Sánchez, la expresión «psicópata» o «psicopático», pues quizás sea la mejor forma de entender el carácter de algunos de los protagonistas del peperismo mediático, egos ya desprovistos de toda mesura, ¡egos sin check and balances! ¡egos sin verificación!

El PP quiere los tres millones de votos Vox y una forma de conseguirlos es esa tunda conceptual, digamos la línea Semper; y Ayuso, por comparación, puede ser presentada como la cara amigable, Voxfriendly. Esto, sin embargo, parece un error. El mayor peligro que encuentra Vox es que Ayuso vaya drenando votos y, sobre todo, que su política de verso suelto (ella de rojo entre los blancos cubanos del balcón de Génova) construya la impresión de que hay un PP eterno, invariable, españolazo, conectado a la tradición de la derecha, como un Vox sin rarezas, sin sospecha: un PP leal a todo (patria, Rey, Cristo) pero con el sello de la modernidad y la gestión, sello que ponen los medios y el presupuesto, porteros de discoteca que flanquean la entrada a lo «votable».

Pareciendo lo contrario, el discurso de Ayuso es el gran peligro para Vox. Cuando todos culpaban estos días a Abascal y las «voxadas», ella salió a alertar sobre los planes federalistas tras Sánchez, pero ¿no es acaso Feijoo el que ha hablado de España como Estado compuesto? ¿No es Moreno Bonilla un andalucista que honra a Blas Infante? ¿No ha hablado ella misma del Madrid DF y ha explotado todas las formas del autonomismo, incluyendo la lengua y el «modo de ser»?

Andueza, del PSOE vasco, ha pedido ya federalismo. Por supuesto, lo explicitado ya no es el problema. El problema es el escenario posautonomista entre el 78 formal y las peticiones de máximos federalistas, y ese escenario intermedio, que será vendido como apaciguamiento institucional y justo medio moderado, es el que ya ronda el PP.

Hace unos días, un editorial de La Gaceta contaba que Ayuso habla bien de Vox, pero maniobra en su contra en las instituciones. Habría que añadir los medios. Los grandes ayusistas, los grandes y mayores entusiastas de Ayuso en radios, periódicos y medios digitales se han sumado a la crítica a Vox con similar ardor y parecida propensión al embuste. Ha sido una beligerancia indirecta.

Ayuso calma la conciencia del votante 78 que le pone collar con bandera de España al perrito; tranquiliza al votante del PP que es de Vox y no lo sabe. Le permite no afrontar esa contradicción.

Ayuso, que vive con los pies en el PP y medio cuerpo en el populismo declarativo de derecha un poquito alternativa, podría absorber votos de Vox si fuera líder nacional, muchos más «votos útiles», pero ya es, ahora mismo, un obstáculo innegable para que muchos votos del PP cambien de bando. Para que el PP centrado se quede con esos tres millones de votos no sólo necesita el vapuleo informativo, también presentar una estructura o discurso que se extienda hasta las lindes de Vox. Eso lo hace Ayuso.

El 23J deja la impresión, o más bien la refuerza, de que la batalla político-cultural tiene su primer escenario en la derecha. La primera función sistémica del PP ha sido bloquear y confundir a la derecha sociológica. Para esta tarea (y ya acabo, perdonen), Ayuso es utilísima. Nadie confunde más que ella ahora mismo al votante del PP. Otro instrumento de confusión clásico ha sido la etiqueta liberal. La palabra o el concepto mágico con el que el PP mediático ha ido pastoreando a la derecha española hacia su redil actual. Y no se trata aquí de entrar a cuestionar algo tan inabarcable como el liberalismo. Es la etiqueta, la simple etiqueta. Los liberales-anticomunistas bajaimpuestos (bragueta arriba) y los socioliberales culturales (bragueta abajo) se han parapetado en Madrid y su ubre presupuestaria y honorífica.

El confusionismo de la derecha española no está ahora en Sémper o Bonilla, clarísimos y hasta valientes en sus apreciaciones, en su salir del huevo centrista, sino en el doble juego (¡pulseritas que votan globalismo!), en el mamporrerismo purgativo y credencialista de los sedicentes liberales y en Ayuso haciendo de Manuela Malasaña los días impares.  

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