En Miami todo el mundo odia a todo el mundo, que no hay mejor definición del paraíso multicultural que la de Tom Wolfe. En Bloody Miami el periodista y escritor reaccionario retrata una ciudad imposible en la que conviven —valga el oxímoron— un alcalde hispano, un jefe de policía afroamericano donde la mayoría de sus agentes son de origen cubano, un psiquiatra experto en adicciones sexuales, un oligarca ruso e incluso unos cuantos yanquis, aunque ni ellos sean ya capaces de identificar quiénes conforman la población autóctona.
Hasta allí ha ido Ayuso, de la que ya no estamos seguros de que haya visitado Getafe, Vallecas o Carabanchel más veces que Lima, México DF o Florida. No hace mucho la vimos en Londres. Y siempre surge la misma pregunta: ¿qué pinta un presidente autonómico en esos lares? Sus partidarios —jetas que luego critican las embajadas catalanas— responden que viaja en busca de inversiones para Madrid. Más compradores, grandes tenedores, para acabar de convertir el barrio de Salamanca en Little Caracas.
En esta ocasión la presidenta madrileña participa en un encuentro con universitarios americanos y deja varios titulares que, oh sorpresa, no han levantado la polvareda que merecen. «¿Por qué uno tiene que quedarse con una casa cuando puede tener dos o tres?», pregunta. Después explica que decir esto es lo mismo que preguntarse por qué hay que tener un origen cuando se pueden tener varios. He aquí la perfecta definición del ayusismo. La guinda llega con la matraca habitual de que Madrid es la casa de todos los acentos, que se es madrileño desde el primer día. Que hay madrileños de Cuba, de Andalucía y de Colombia. Y que cuando un americano o un hispanoamericano están en Madrid no son extranjeros ni turistas.
La derecha no repara en la gravedad de estas cuestiones porque suele comprar el atrezo de patrioterismo de Chamberí que no es más que un bolso rojigualda camino de los toros. La bandera de España, sobre todo en Madrid, se utiliza como el capote en la tauromaquia, puro arte del engaño, para que el morlaco acabe embistiendo y los olés desaten la locura en los tendidos. ¡Cumbre, Isabel!
Si, como dice Ayuso, ser madrileño, o sea, español, es cualquier cosa, entonces ser español no significa nada. El origen, la nacionalidad, se pervierte hasta convertirlo en pura mercancía al alcance del primero que pasa por allí. Todo es líquido y voluble, pues la identidad, al no anclarse en el arraigo ni en la cultura, queda diluida en el magma multicultural.
La derecha madrileña, aunque no lo crea, está incluso más perdida que Pablo Iglesias cuando dice que el patriotismo son las sábanas del hospital público. Para Ayuso es algo peor: la chequera si viene de fuera, el terraceo para el de dentro y una ridícula oficina del español que defiende la lengua de Cervantes en Leganés mientras los que «son-tan-españoles-como-Abascal» imponen sus costumbres a machetazo limpio en los barrios más desfavorecidos. Ayuso, sin embargo, regala los oídos a las élites y dice en Miami que el crimen no tiene que ver con la raza. Es una verdad a medias. Tiene que ver con otros rasgos como la religión o la cultura, pero ella juega al despiste.
El modelo de sociedad abierta de Ayuso no es, por supuesto, algo exclusivamente madrileño. El PNV ha cambiado la txapela por el hiyab y a Sabino Arana por Mahoma. Lo dice el propio Aitor Esteban, que da igual que en unos años el presidente de su partido se apellide García o Hassan porque lo importante es que su única patria será Euskadi. Lástima. Sería así excepto por un pequeño detalle: si el lehendakari se llamase Mohamed las provincias vascas se convertirían en un califato. No habría Aberri Eguna, sino Ramadán. Nada de aurreskus, más bien fiesta del cordero. Ni tampoco gudaris, sino yihadistas, pues la única guerra que valdría sería la guerra santa y no el Guernica.
Todos nuestros reinos de taifas, y cada uno a su manera, han sucumbido a la aldea global. Jordi Pujol, en su odio a España, prefirió inmigración magrebí que hispanoamericana. El resultado, décadas después, salta a la vista: Cataluña es la meca del yihadismo. Curioso fenómeno. Los separatismos antiespañoles sólo enarbolan la identidad propia —el hecho diferencial— si enfrente está la nación española. El RH sabiniano, la genuina raza vasca, no debe mezclarse con los maquetos, de los que Arana decía que eran el enemigo y traían «pestífera influencia». La película es otra si los que llegan lo hacen de abajo, de mucho más abajo, que sólo hay que ver el cambio en la pigmentación en la alineación del Athletic de Bilbao.
Con la lógica ayusil en la mano no caben lamentos. Si cualquiera en cinco minutos es español entonces no valen aspavientos cuando leemos que un musulmán socialista aspira a gobernar Nueva York. O que los británicos ya son minoría en 25 de los 32 distritos de Londres, apenas el 37% de autóctonos, un 43% en Birmingham y un 49% Manchester.
Como nos repiten a todas horas la máxima orteguiana de que España es el problema y Europa la solución, estamos corrigiendo nuestro atraso histórico. Veamos. El Gobierno prohíbe la carne de cerdo en los menús de todos los alumnos becados en colegios de Ceuta independientemente de la religión que profesen, lo que da una pista de quiénes son en su mayoría los beneficiarios de las becas. Ayer, por cierto, el PP votó a favor de una propuesta en defensa del velo. Total, si son madrileños de Ceuta.