«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

Blanco o negro

22 de enero de 2022

Vivimos tiempos binarios, de adhesión inquebrantable a casi todo. Esto de ser ciego en la lealtad estaba reservada al fútbol y poco más, algún torero quizás (como sufríamos a veces los curristas…). Un caso paradigmático son las vacunas del Covid.

Cualquier crítica a las dichosas vacunas le convierte a uno en anti-vacunas. Un estigma terrible. Para algunos, ser antivacunas es sinónimo de imbécil, o de perverso fascista o comunista para otros.

Veamos los antecedentes, en particular la declaración o comunicación que hicieron las empresas farmacéuticas cuando lanzaron la vacuna. Afirmaban que las vacunas evitarían el contagio en un 95 por ciento de los casos y que era un paso definitivo en lucha contra el Covid. Fueron, a la vista de los resultados, excesivamente optimistas. No pongo en duda que las vacunas hayan servido para evitar hospitalizaciones y casos graves o al menos eso parece que afirman los informes oficiales. Pero no era lo que prometían las comunicaciones iniciales de las farmacéuticas al lanzar las vacunas. 

Pero el Covid pasará, como lo han hecho  las ideologías totalitarias, no hago una comparación, sino que me permite hilvanar con mi siguiente argumento: estas ideologías fueron derrotadas y casi erradicadas, pero siempre queda algo, aunque sólo sea el negativo —que como con el Covid resulta positivo— como fue servir de acicate para el enorme esfuerzo que han hecho los gobiernos occidentales en incorporar a casi todos sus ciudadanos a la clase media con políticas educativas y socio-económicas universales. El bienestar de casi todos es evidente, al menos si lo comparamos con otros tiempos.

Las reglas de caballería deben primar también en la batalla cultural contra el consenso progre

Me hace mucha gracia cuando en un pueblo preguntas por qué se llevan mal dos vecinos y contestan: porque discutieron. Este lacónico «discutieron» está lleno de significados pues la discusión podría ser por una herencia, por una mujer, por un mal vino, por algún suceso cuando eran quintos; qué sé yo. Lacónico misterio. Pero dejemos a la España rural o vaciada y sus cosas. Discutir es un verbo transitivo. Se discute algo, siempre algo, y en España hoy en muchos ámbitos no se discute siempre se riñe, que es intransitivo.

Hay que preguntarse por el origen de este afán que vivimos hoy por cancelar —y no solo desde la izquierda— a quien disiente aunque sea ligeramente. En mi opinión la procedencia es clara: viene impuesta por el consenso progre y su metástasis más extrema que es el wokismo.

Si a ello se añade el terror impuesto por el Covid y la facilidad para dirigir ataques desde las redes sociales nos encontramos con un panorama desolador para la libertad de pensamiento y de expresión.

Muchos creen que son tiempos para perder los estribos, como cuando don Quijote contestó a un insulto de un cabrero con:

—Sois un grandísimo bellaco —dijo a esta sazón don Quijote—, y vois sois el vacío y el menguado; que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió. Y diciendo y hablando, arrebató de un pan que junto a sí tenía, y dio con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachó las narices. (I, LII: 721)

Muchas veces la razón está en el tono y el procedimiento frente a los que nos cancelan y no en asumir los procedimientos de los totalitarios. Las reglas de caballería deben primar también en la batalla cultural contra el consenso progre. No sólo porque es lo correcto, sino porque es lo inteligente para convencer a la ciudadanía del disparate de sus planteamientos y procedimientos.

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