«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Bruselas, la tumba de Europa

20 de junio de 2023

Las comunidades europeas nacieron para asegurar la paz y la prosperidad de las naciones de Europa después del trauma salvaje de la Segunda Guerra Mundial. Durante largo tiempo consiguieron lo esencial de su objetivo, hasta el punto de convertirse en modelo para buena parte del mundo. En el caso de España, obsesionada desde decenios atrás con la «europeización» como bálsamo para los males nacionales, el horizonte comunitario se presentaba además como algo mágico, taumatúrgico, un remedio que nos liberaría por fin de nuestros inveterados vicios hispanoespañoles. Pero eso era antes. Ya no.

De unos años a esta parte, la Unión Europea parece obedecer a una dinámica exactamente contraria a la que animó su nacimiento. Hoy la Unión trabaja expresamente para neutralizar la autonomía europea en materia energética, para socavar la identidad cultural mediante la absorción forzosa de cuotas de población inmigrante, para desmantelar la agricultura y la ganadería continentales, para «reconvertir» la industria propia según criterios que nadie se ha tomado la molestia de explicar (más allá del recurso emocional a la cada vez menos creíble «emergencia climática»). Esta deriva viene en manos de una elite ajena a cualquier criterio democrático, cooptada entre sí misma y cuyos objetivos están cada vez más lejos del interés directo de los ciudadanos europeos. ¿Al menos el monstruo nos garantiza la paz? Tampoco: la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto un alineamiento pleno de la UE con la OTAN y con los objetivos políticos angloamericanos, hasta el punto de vaciar los últimos restos que pudieran quedar de autonomía militar y diplomática.

Al eje París-Berlín, que ciertamente era poco amigable, le ha sucedido un imprevisible triángulo Londres-Varsovia-Kiev en cuyo interior se ventila ahora lo esencial de la política europea. Lo esencial, es decir, la política militar y la política exterior. Y en lo doméstico, en las instituciones de Bruselas y Estrasburgo, quedan todas esas cosas que parecen dictadas por alguien que, sencillamente, odia a Europa: una política migratoria, una política energética y una política agraria cuyo rasgo común es que lesiona a las sociedades europeas y sólo beneficia a los poderosos intereses económicos y políticos (todo ya es lo mismo) de cuño transnacional.

Emmanuel Todd ha trazado una singular sincronía entre la extensión de Internet, la expansión de los paraísos fiscales fuera de Europa y la sumisión de las élites europeas a los intereses norteamericanos. Seguramente es posible tirar líneas que conecten todas esas cosas que, efectivamente, ocurrieron a la vez. En cualquier caso, lo evidente es la plena postración de las instituciones europeas ante los designios del orden global, y ese orden, por su propia naturaleza, aspira a disolver toda soberanía específica, toda identidad singular. Por ejemplo, la soberanía y la identidad europeas.

Hace sólo unos pocos años, el debate europeo estaba entre los que aspiraban a una creciente unificación y los que, al contrario, deseaban mantener el núcleo de las soberanías nacionales. Todo eso ya es agua pasada. Ahora el debate está entre quienes quieren seguir siendo europeos, con formas más o menos flexibles de asociación, y quienes aspiran a convertir Europa en una suerte de parque temático del globalismo. Las instituciones comunitarias están inequívocamente en esta segunda opción. Así la Unión Europea, la Europa institucional, puede terminar siendo la tumba de la Europa histórica, la Europa real. Urge empezar a pensar en otra Europa. Si de verdad queremos seguir siendo europeos.

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