Parece que fue ayer cuando Artur Mas sufrió un profundo revés electoral que estuvo a punto de llevarle a la dimisión. Va a cumplirse, justo ahora, un año de entonces. Dicen que a Mas le convencieron para que no dimitiera quienes sabían que, de hacerlo, también se quedarían en el paro. Puede ser, pero el caso es que no dimitió y la montó. Hemos pasado un año en que la exacerbación del órgano soberanista ha presidido gran parte del devenir político español y se ha enseñoreado por completo de la res publica catalana. En Cataluña no hay otra cuestión política que no sea eso. Sin embargo, tras un año de efervescencia independentista, parece que –esta vez al revés– las lanzas se vuelven cañas, visto –claro está– desde la perspectiva de los separatistas, ya que el armamento de ellos pierde fuelle y se está quedando muy reducido de potencia. Mucha gente ha visto en la baladronada de Oriol Junqueras de la semana pasada en Bruselas, cuando dijo que eran capaces de parar la economía catalana durante una semana, una subida de pulsión o tensión separatista. Yo, sin embargo, aprecio en esta salida de pata de banco del líder independentista una muestra de su creciente nerviosismo. Oriol Junqueras es un hombre que si por algo se ha distinguido hasta el momento ha sido precisamente por ofrecer siempre una cara y un discurso moderados dentro, por supuesto, de su inequívoca postura de ruptura con España. Por eso, estoy convencido de que si ahora ya aumenta los decibelios, no es por otra razón que la de que se da cuenta de que se le escapa el tren o de que se le deshace el sueño independentista entre las manos. Los clarinazos que llegan desde Bruselas (el último es la respuesta escrita de Durao Barroso a un eurodiputado en la que el portugués deja claro que una Cataluña cercenada de España tendría que ponerse a la cola para llegar a la UE) son de marca mayor y no pueden ser por más tiempo ignorados. El mismo Rajoy, premioso y remiso por naturaleza a la hora de afrontar muchos temas, empieza a destapar algunas respuestas en términos más inequívocos. Pero, sobre todo, el último acuerdo del órgano máximo entre congresos del Partido Socialista Catalán, en el que ha quedado claro que no apoyarán sino lo que previamente se pacte con el Gobierno español, ha venido a completar no el jarro sino la ducha de agua helada que le faltaba a los zarpazos del independentismo.
De cualquier manera, que nadie piense que todo está hecho. Aquí todavía hay mucha tela que cortar. Es imprevisible lo que pueda suceder a corto y medio plazo, porque Artur Mas no tiene salida personal y Convergencia y Unió lo tienen también muy complicado. Por otra parte, la tensión subirá a manos de Esquerra Republicana y los ultraístas políticos que están en el filo de lo racional, pero por la parte de fuera, sandalias de diputados aparte, también extremarán su conducta. Así que no hay que echar todavía las campanas al vuelo.