«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
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César o nada

26 de abril de 2024

Vuelve Ferraz cuando los tertulianos advierten a esos españolazos desobedientes que han caído en la trampa de Sánchez: la polarización y el enfrentamiento. Incautos, estos pobres radicalizados en las redes sociales desconocen que las elecciones se ganan en el centro… excepto las del 23 de julio, donde la polarización y el enfrentamiento se impusieron a las acrobacias de Sémper en una playa tan falsa como las encuestas de Michavila.

Entonces apareció Zapatero. Como ahora. Como en los trenes de Atocha o en la incorporación de ETA al régimen cuando el Tribunal Constitucional controlado, como ahora, por el PSOE —Pascual Sala mediante— validó las listas de Bildu que había rechazado el Supremo. Zapatero sabe lo que hay en juego y toca a rebato para movilizar a los suyos en las horas más bajas, maniobra chavista que aprendió durante sus estancias en Venezuela.

De la gigantesca maquinaria propagandística socialista cabe esperar cualquier cosa, incluso balas fake y navajitas ensangrentadas en mitad de una campaña. Nada nuevo, pues Zapatero le confesó a Gabilondo en 2008 que les conviene que haya tensión. Tampoco es casualidad que fuera él quien resucitara el guerracivilismo reivindicando a su abuelo fusilado. Qué diferencia con el PP, que en 2002 condena a los suyos por el alzamiento del 18 de julio y desde entonces no hace más que agachar la cerviz.

Se escribe —y con razón— que Sánchez es el paradigma del tirano y que no tiene escrúpulos. Y todo queda ahí, en Sánchez, y el resto, o sea, Zapatero y la involución histórica protagonizada pasa de puntillas cuando es la figura más importante del primer cuarto del siglo XXI español, el arquitecto de la segunda transición que impone su versión de la historia, legitima el Frente Popular, desentierra a Franco y a un fusilado como José Antonio, planea la voladura de la cruz del Valle e incorpora a ETA no sólo a las instituciones, sino a la dirección del Estado.

Si nada de esto importa es gracias a los somníferos que administran quienes tienen secuestrada a la derecha social. Son los medios que predican cada mañana que la principal víctima de Sánchez es el PSOE porque, ya se sabe: sanchismo malo, PSOE bueno. Así que con este panorama es un milagro que haya españoles que escapen a la propaganda de unos y otros y acudan a Ferraz durante medio año a demostrar que la hegemonía de la izquierda en la calle ya fue.

La tarde del jueves confirma que el miedo ha cambiado de bando cuando coinciden quienes rodean la sede socialista con la manifestación oficial convocada por el PSOE y sus medios afines para defender el honor de Sánchez. Vuelve el «vosotros, fascistas, sois los terroristas» y el «no pasarán», que uno nunca sabe si es del todo acertado cantarlo a escasos metros de Marqués de Urquijo, que es por donde Bobby Deglané subió desde el parque del Oeste narrando la entrada de los nacionales a los que cantaban ya hemos pasao.

Sánchez no tiene la calle, pero sí el apoyo exterior de Bruselas y el interior de Broncanos e Intxaurrondos, los nuevos y carísimos felpudos de temporada que ya eclipsan hasta las carantoñas más amables con el poder de Almodóvar y hasta Évole, el blanqueador de etarras. Ni siquiera son intelectuales orgánicos o la clase de eruditos sin alma que odian España. Son otra cosa, de una raza mucho más baja, la que ejerce de mamporrero, bufón y comisario político a la vez.

Y, sin embargo, hay algo en Sánchez digno de admiración: su arrojo, su perspicacia política, ese estar siempre un paso por delante de una oposición liderada por Feijoo, que cuando denuncia un golpe de Estado tiende la mano o exige, con rictus durísimo, la inmediata comparecencia del golpista en rueda de prensa para «dar explicaciones». Así, lo menos que puede hacer Sánchez es escribir una carta y retirarse unos días a reírse a mandíbula batiente.

Por cierto, al César de Pío Baroja le preguntan si tiene la convicción del triunfo y responde que, sobre todo, tiene la vocación de ser instrumento. «Si llego a triunfar, seré una gran figura; si fracaso, dirán los que me conozcan: ‘Era un canalla, era un bandido’. O quizá digan era un pobre hombre, porque los hombres que sienten la ambición de ser fuertes no tienen nunca un epitafio desapasionado».

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