Ponte en su piel rosácea. Se trata de un bicho de la familia de los faisánidos; triste casualidad del destino taxonómico, historia dorada de la infamia socialista. El pavo no tiene plumas en el cuello ni en la cabeza, en cambio en el resto del cuerpo está bien surtido. Visto en perspectiva, el pavo doméstico no es más que una gallina con ínfulas. Con las alas extendidas mide un metro y medio, como seis Errejones desplumados dispuestos en horizontal. Y aún así, no es capaz de volar. Pesa demasiado, de modo que sus intentos de alzar el vuelo despiertan tanta melancolía como Junqueras tirándose de bomba en un vaso de whisky. Un pavo nunca llega demasiado lejos.
Sus depredadores son zorros, coyotes, gatos salvajes, tigres y alguna lechuza. Aunque en la práctica, el principal depredador es el hombre, porque es poco probable que un coyote entre en la sala del Consejo de Ministros y se líe a mordiscos con la gallinería. A menudo se alimenta de grano, insectos y algunas hojas, pero en ocasiones se ve obligado también a zamparse un proyecto de ley enterito, y esto hace mucha gracia al resto de los pavos que lo contemplan y se pavonean, especialmente si han competido por la misma pareja.
Cuando el pavo siente la llamada sexual, corteja a una o varias hembras, primero con horribles cantos, y más tarde inflando su pecho y plumaje y extendiendo la cola; entiéndase siempre “cola” en términos puramente ornitológicos, como la parte posterior del pavo, la popa si fuera un barco.
No deja de sorprender que el presidente decidiera sacrificar antes a los pavos socialistas que a las hienas comunistas
El peor momento en la vida de un pavo es diciembre. Entonces se vuelve distante, desconfía de amigos y enemigos, no duerme por las noches, y filtra bobadas sin sentido a la prensa. El pavo sabe que está cercana su hora, pero siempre piensa que le va a tocar a otro, por lo que sigue compadreando con el dueño de la granja, a quien trata con asombrosa complicidad, por más que sabe que está en su mano pasarlo a cuchillo y regarlo con brandy en una fuente.
Cuentan los ministros que, durante la última crisis de gobierno, gran carajal creado por Pedro Sánchez en plena temporada playera, todos se sintieron como pavos en Navidad. No deja de sorprender que el presidente decidiera sacrificar antes a los pavos socialistas que a las hienas comunistas, pero tal vez Sánchez no estaba pensando tanto en qué cenar mañana, sino en quién podría defenderle hoy, cuando los españoles tengan ocasión de enviarlo al horno, previo peaje en las urnas. A fin de cuentas, él es el pavo supremo, el más gordo de la granja, y está en celo todo el año, con la cola bien extendida, en actitud que recuerda penosamente a cierto vicepresidente recientemente trasquilado. A diferencia del resto de los pavos, el pavo supremo sí puede volar y lo hace sin descanso, con ayuda de un ejemplar de la familia de los falcónidos.
Hasta el más tonto de los pavos sabe que no puedes traicionar a todo el mundo, todo el tiempo, sin que nadie te toque ni una pluma
En la escabechina cayó también el pavo más singular de la granja, el único que exhibía amplio pelaje en la cabeza. Era, en realidad, el pavo encargado de hacer la lista de aves que pasarían al horno en esta Navidad de julio, pero por las vueltas que da la vida, terminó siendo designado para formar parte del banquete. Como sea, aunque herido, este pavo logró huir, tal vez al extranjero, donde confía en engordar hasta reventar, aunque es probable que tarde o temprano trate de ajustar cuentas por la traición, cosa que habremos de seguir pegados a las pantallas con grandes bolsas de palomitas. De todos modos, antes de ser pavo, fue charrán, y tal vez mañana reaparezca disfrazado de tortuga. Lo único seguro es que no morirá de hambre.
Los pavos salientes y entrantes en el Consejo de Ministros se caracterizan también por su extrañísima complicidad con los zorros, depredadores naturales de su especie. Así, adoran a las zorras castristas, y se les ponen las plumas de colores también ante la presencia de los cerdos vascos, especie autóctona y agresiva, muy fácil de distinguir, por ser muy cerdo y muy poco vasco.
El ritual de la matanza en prime time, una vez más, ha quedado aparente. Sánchez tiene nueva granja y repite, ahora ya sin el pavo Redondo, las mismas gansadas que antaño. No sé qué de resiliencia. Es igual. Nadie le escucha. Hasta el más tonto de los pavos sabe que no puedes traicionar a todo el mundo, todo el tiempo, sin que nadie te toque ni una pluma. Su caída en la cazuela será ardua y lenta, pero lo único seguro es que cuando ocurra, se llevará al horno a todos los demás, y la granja socialista acabará convertida en un solar donde, con suerte, podrán triscar tres o cuatro hienas vegetarianas. Hasta la última gallinácea de Ferraz sabrá entonces que el culto suicida al megalómano no habrá merecido la pena. Pero será ya tarde, sobre todo, y la cena estará ya servida. Y será una cena fría, muy fría. Porque se la serviremos todos los españoles junto con la cuenta de gastos.