Sabíamos que en la campaña de Madrid no veríamos fair play, pero la desesperación de la izquierda ante unas encuestas desfavorables que dejaban a Iglesias fuera de juego antes de comenzar el partido ha distorsionado por completo la campaña electoral. Se ha jugado con fuego en un país que carga a sus espaldas ochocientos cincuenta muertos y miles de amenazados que dejaron una región mutilada por la limpieza ideológica llevada a cabo por el terrorismo de la extrema izquierda.
Con esta sangrienta historia reciente a cuestas, con muchas víctimas todavía vivas para contarnos su vida cotidiana de aquellos terribles años, el exvicepresidente se permite acusar a los demás de frivolizar con las amenazas que él sufre con dieciséis guardias civiles en la puerta de su casa. Para sí los hubiera querido Miguel Ángel Blanco, por ejemplo, secuestrado y asesinado por la banda a la que pertenecía su expresidiario amigo, Arnaldo Otegui. ¿No sentirá ahora un poquito de empatía por las víctimas de ETA? ¿Le seguirá encontrando fundamento político al terror etarra? No, él y sólo él, es la medida de todas las cosas.
Bienaventurados los que dudan, porque todavía creen que en España funciona algo
La gran queja, en realidad, el enorme aspaviento de nuestra eterna ofendida izquierda reside en que se dude de los hechos que ellos relatan, no en la falta de condena de la violencia. Saben de sobra que todos los partidos políticos españoles condenan la violencia, excepto los que la justifican o la alientan: Bildu, ERC, la CUP, entre los más evidentes… ¡y, caramba, Podemos! Sobre todo, la condenan con especial énfasis aquellos a los que les llueven piedras en los actos políticos. Esos partidos suelen ser muy sensibles a la violencia -llámenlos raros- porque no se las mandan en sobres -que también, Abascal tiene colección-, lo cual resultaría mucho más cómodo. Según y como fuera la piedra, se podría colocar en un rincón del jardín o en una estantería colocada ad hoc como trofeo democrático. Llevártela puesta -la piedra- es más molesto, que se lo pregunten a la diputada de Vox, Rocío de Meer. Ah, no, que ya dijo Echenique que no era sangre lo que manaba de su ceja, que era kétchup; pero eso no es dudar, eso es negar.
¿Qué motivo tiene nadie para dudar del Gobierno? ¿Acaso ha mentido alguna vez? Si ante un hecho tan grave y terrible como una amenaza de muerte, la mitad del personal -cuidado que si todo el que ha dudado de la veracidad de las amenazas es de Vox, los de Abascal están al borde la mayoría absoluta- no se cree nada y se parte de la risa en las redes sociales, se puede deducir que el Gobierno de España tiene un gravísimo problema de credibilidad que se ha ganado a pulso.
Todavía hay quien cree que detrás de un Gobierno que sólo se dedica al agitprop, hay alguien que gestiona las cosas y que las gestiona bien
Es probable que detrás de la incredulidad inicial sobre las balas que llegaron al mismísimo Ministerio del Interior y a la directora de la Guardia Civil -que al día siguiente se fue de mitin- o de la navaja ensangrentada -Lastra lo anunció enfervorizada como si de una buena noticia se tratara-, no haya mala fe, lo que hay es una ingenuidad inmensa. Hay optimismo, incluso. Significa que todavía hay quien cree que detrás de un Gobierno que sólo se dedica al agitprop, hay alguien que gestiona las cosas y que las gestiona bien. Como si no hubiéramos visto bastante inutilidad durante la pandemia. ¡No somos incrédulos ni mala gente ni faltones, somos bobalicones! Bienaventurados los que dudan, porque todavía creen que en España funciona algo.
Creíamos que con una alerta antiterrorista nivel cuatro, nuestras cartas se escaneaban y que las medidas de precaución eran extremas en todos los ámbitos. Y todo esto, a la hora que escribo estas líneas, se ha saldado con el despido de un vigilante. Si esto sucede en Correos, qué no estará pasando en otras administraciones. Ésta es una de las peores conclusiones -hay muchas- que debemos sacar de toda esta lamentable situación.
Que Correos no sepa sacar un ticket en blanco para dárselo a la persona que ha votado por correo y le entregue el ticket con el localizador del voto a una tercera persona es alucinante, increíble, impresentable; pero que se trague balas y navajas y las entregue en destino, cuando a mí no me ha llegado la tarjeta de felicitación de mi prima de Suiza, es incalificable.
Si mañana me cuentan que ha llegado un paquete de Correos con un fusil de avancarga con su bola de plomo, su baqueta y el mini cañón a juego con su poquito de pólvora -que los hay monísimos para fascistas nostálgicos- a La Moncloa, me lo creeré a pies juntillas. Cuanto más absurdo sea lo que me cuenten de esta nuestra realidad política nacional, más me lo creeré. Y ahora me acuerdo más que nunca de Tertuliano, que no fue periodista, pero bien pudo haberlo sido en estos tiempos, cuando dijo aquello de credo quia absurdum. Pues eso.