Hoy es día de reivindicación y de celebración. Celebramos que la progresía no ha podido reprimir y desterrar de forma definitiva el debate del derecho a la vida, y que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha dicho algo tan evidente como que el aborto, segar la vida de otro ser humano, no es un derecho. Podrán vestirlo como quieran, podrán legalizar el asesinato, pero al menos queda un mínimo de sinceridad en este asunto: el aborto no es un derecho de la mujer.
Después de años sin debate, silenciados y ridiculizados, los defensores del ser humano no nacido volvemos a ser oídos, que no escuchados. Se nos oye como un ruido molesto de fondo que creían haber acallado en aras del falso progreso, pero se nos oye. Ya nos escucharán.
Jamás se había banalizado tanto el sexo entre los adolescentes y los preadolescentes
Leo estos días cómo se habla del aborto en situaciones límite a los que se puede enfrentar una mujer, como el riesgo de perder la vida de la madre o la violación, situaciones muy complejas como para tratarlas con trazo grueso y que constituyen una proporción ínfima del aterrador número de abortos que se producen en España.
Hablemos de responsabilidad y empecemos por lo obvio: follar puede tener como efecto secundario el embarazo. Nunca hemos tenido más métodos anticonceptivos a nuestro alcance, pero tampoco jamás se había banalizado tanto el sexo entre los adolescentes y los preadolescentes. Parece que la educación sexual que tanto gusta al Gobierno no es muy eficaz.
Me pregunto cuántos padres conocen lo que es el juego del muelle o la ruleta sexual. Tras consumir alcohol, o no, varios chicos se sientan en círculo con el pene erecto y varias chicas juegan a la penetración con ellos cambiando de pareja cada 30 segundos. El juego lo pierde el primero que consiga eyacular. Supe de esta práctica por personal sanitario de urgencias a los que acudían madres con niñas que, pese a la enorme educación sexual que se supone reciben en los colegios, se sorprendían porque habían quedado embarazadas. Esto sin entrar en las enfermedades de transmisión sexual ni en la distorsión que se produce en estos jovencitos —chicos y chicas— de lo que es un sexo sano en lo que se refiere al aspecto emocional. Algo estamos haciendo rematadamente mal.
Es posible reducir la escalofriante cifra de cien mil abortos anuales en España. No existen cien mil casos desesperados
Conductas extremas aparte, más extendidas de lo que creemos, como sociedad damos muestras constantes de irresponsabilidad en todos los ámbitos. Queremos hacer y hacemos lo que nos da la gana en cada momento sin asumir las consecuencias de nuestros actos. Todo tiene arreglo. Esto rige para mujeres y hombres. Que una relación sexual no derive en un embarazo no deseado depende de dos personas por igual. La responsabilidad es exigible a ambos, no sólo a la mujer.
La idea de que el aborto cero jamás va a existir, cosa que es cierta, no puede ser una excusa para que nos importe un bledo la cantidad de abortos que se producen y que se pueden evitar con conductas responsables. Abortar o interrumpir el embarazo, como si pudiera reanudarse cuando a una le venga bien, no es operarse un quiste. Constituye también un riesgo para la mujer, físico y psicológico. Pero como abortar se ha convertido en una conquista social, un derecho fundamental, un trámite de hospital, nos da igual ocho que ochenta.
Es posible reducir la escalofriante cifra de cien mil abortos anuales en España. No existen cien mil casos desesperados. Y a los casos desesperados hay que atenderlos. Cambiemos la industria de la muerte por la educación sexual en la responsabilidad, en el conocimiento y la asunción de las consecuencias de nuestros propios actos. Eso que ahora se llama cambiar el chip. Yo a eso le llamo progreso y madurez.