«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Defensa de la nación española

24 de octubre de 2023

Una nación —toda nación— tiene amigos y enemigos. Normalmente los enemigos no los designa uno, sino que vienen dados por las circunstancias. Los enemigos de una nación pueden ser internos o externos. Los primeros trabajan para debilitar o desmantelar la cohesión interior de la nación. Los segundos, para disminuir o aniquilar la potencia nacional. Las naciones, por naturaleza, tienden a proveerse de los medios para defenderse de sus enemigos, internos o externos. Hay muchas formas de hacerlo: controlar sus acciones, trabajar de modo que sus ataques no hagan daño e incluso, en casos extremos, acabar con ellos. La primera función de la política es precisamente esta. No tiene por qué haber nada moral o inmoral en todo esto; sencillamente, así son las cosas desde el principio de los tiempos. Lo único que no es comprensible es que uno se someta a sus enemigos para mantener el propio poder.

Los enemigos de España como nación, en el último medio siglo, han sido sobre todo dos: en el orden interno, el separatismo, que continuamente ha aspirado a deshacer la unidad nacional, y en el orden externo, la única potencia que de forma continua se nos ha manifestado abiertamente hostil, a saber, el reino de Marruecos. Respecto al separatismo, en particular el vasco y el catalán, es una evidencia que ha trabajado sin descanso, a veces incluso de forma extremadamente violenta, para deshacer la nación española y construir en su lugar otras pequeñas naciones. Y en lo que concierne al enemigo exterior, es igualmente evidente que ninguna de las innumerables cesiones de España a Marruecos desde la Marcha Verde de 1975 ha conseguido aplacar su hostilidad, al contrario: nuestro vecino del sur no ha perdido oportunidad de debilitar la posición de España. Insisto en que no hay por qué buscarle al conflicto una cobertura moral: es la desnuda realidad objetiva de las cosas.

Normalmente, ante un enemigo declarado uno debe reaccionar, como poco, protegiéndose. España, por el contrario, ha escogido el camino de las cesiones. En el caso del separatismo, permitiéndole construir su proyecto. Y en el caso de Marruecos, ayudándole a desarrollar su propia potencia, especialmente a partir de los luctuosos acontecimientos de 2004. La política de cesión y apaciguamiento no tiene por qué ser mala: bajo determinadas circunstancias puede ser incluso la más aconsejable, especialmente si uno se ve capaz de controlar sus consecuencias. Pero la clase rectora española no ha sabido hacer nada de eso, al revés: por su ineptitud, su ausencia de sentido del Estado o su venalidad (que de todo ha habido) ha creado las condiciones para que, hoy, los que controlan el proceso sean precisamente, en política interior, los separatistas, y en política exterior, Marruecos.

A mucha gente le cuesta aún aceptarlo, pero la cruda verdad es esta: los destinos de la nación española están en manos de los enemigos de la nación española. Nunca se había visto con tanta claridad como hoy, con la funesta política de Pedro Sánchez, cuando el propio gobierno de España blasona de su postración. En otros tiempos más épicos, a esto se le llamaba traición. Hoy, más blanditos, preferimos llamarlo «diálogo frente a la crispación», pero el resultado es el mismo: el suicidio de España como realidad nacional.

El próximo domingo, 29 de octubre, acudiremos a la convocatoria de la fundación DENAES en la Plaza de Colón de Madrid. Algunos estarán allí para protestar contra la amnistía a los separatistas catalanes. Pero la amnistía, dicho sea con todos los respetos, no es más que la consecuencia de un mal aún mayor: la entrega de la política nacional a los enemigos de la nación. Otros iremos precisamente por esto último: porque nos resulta insoportable la idea de que el destino de todos los españoles esté en manos de quienes quieren vernos como una nación pequeña, fragmentada, debilitada y reducida a escombros. Dicho de otro modo: iremos para hacer frente a nuestros enemigos. Y que el pueblo haga lo que los políticos han sido incapaces de hacer.

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