«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Deslocalización franciscano-jacobea

5 de septiembre de 2021

«Si voy a Santiago voy a Santiago; pero no a España, que quede claro». Las palabras reproducidas fueron pronunciadas recientemente por el argentino Jorge Mario Bergoglio S. J., Francisco I en su forma pontifical, en el curso de una entrevista realizada por Carlos Herrera para la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE). La larga charla permitió abordar muchos temas de actualidad. Entre ellos, la crisis desencadenada por la retirada de Afganistán de las tropas imperiales norteamericanas, para cuya solución recetó «oración, penitencia y ayuno», sin dejar de reconocer que el Vaticano está «moviendo hilos diplomáticos» para canalizar la llegada de hombres coranizados a Europa desde Afganistán. Francisco puso a Suecia como ejemplo de buena gestión migratoria, acaso recordando que hacia ese destino fueron enviados en los años setenta, décadas antes de que la fumata blanca le otorgara la tiara romana, montoneros y tupamaros que dejaron atrás la guerrilla transitando por la vía clerical, probablemente desbrozada con fondos de la guerra fría, que desembocaba en la socialdemocracia.

El Pontífice esgrimió argumentos que recordaron poderosamente a los empleados habitualmente por el actual Gobierno

Que Bergoglio es conocedor de que Santiago es una ciudad española, es algo que está fuera de toda duda; que Francisco I sabe de la amenaza secesionista que se cierne sobre algunas regiones patrias, también. No en vano a él se debe la designación, hace poco más de dos años, del sacerdote Joan Planellas Barnosell como nuevo arzobispo de Tarragona en sustitución de monseñor Jaume Pujol Balcells, prelado incapaz de atajar la crisis abierta por los casos de pederastia y los abusos sexuales acaecidos en la menguante iglesia catalana que ha procedido a un reajuste, a la baja, de sus parroquias. Antes de su acceso a la silla arzobispal tarraconense, Planellas, a la sazón, primado de las Españas, se había distinguido por colocar la bandera estelada en la torre del campanario de su iglesia, así como por hacer sonar las campanas durante el cuarto de hora establecido por los lazis. En este contexto: ¿a qué podría deberse tan geográficamente extravagante afirmación?

La respuesta se halla en la propia entrevista herreriana, plena de equilibrios y elusiones. En ella, el Pontífice esgrimió argumentos que recordaron poderosamente a los empleados habitualmente por el actual Gobierno, calculadamente amenazante con la Iglesia católica y, a la vez, apoyado en las sectas catalanistas, y por los que se manejaron durante el zapaterato. Asumiendo los postulados memoriohistoricistas, el argentino afirmó que España debe «dar un paso de reconciliación con la propia historia» e incluso se permitió aludir, con porteña ligereza, el ejemplo de Kosovo, tan caro para los secesionistas españoles. Beatíficamente europeísta -no ha de olvidarse el origen mariano de la bandera de la Unión Europea- Bergoglio, a despecho de la falsificación urdida en relación a la Donación de Constantino, apeló a Carlomagno como modelo de construcción continental.

En cuanto al asunto estrictamente compostelano, el papa parece olvidar el hecho de que el Camino de Santiago, cuyo punto final es el sepulcro apostólico, fue abierto por un rey asturiano, Alfonso II el Casto y por el obispo Teodomiro, capaces de establecer una suerte de polo religioso que contrapesó a la propia Roma, único de los cinco patriarcados que sobrevivió al empuje mahometano después de la incorporación de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén a Dar al-Islam. La relativa autonomía jacobea, consagrada a un apóstol, Santiago, que desde tiempos de Mauregato se consideró «cabeza refulgente y dorada de Hispania», permitió el fortalecimiento de la iglesia española, punta de lanza, favorecida por la imprescindible labor política hispana, de la expansión del cristianismo por el Nuevo Mundo en el que vio sus primeras luces Francisco I, 266º papa de la Iglesia católica al que no place España.

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