Es posible que haya quien opine que el eco mediático de la muerte del periodista Manuel Martín Ferrand fue un tanto exagerado, y que sería comprensible en el caso de ABC, que lo contaba como uno de sus columnistas habituales, pero no tanto en otros medios. Discrepo frontalmente de esta opinión, y voy a tratar de explicar por qué.
Con Martín Ferrand se nos ha ido uno de los pocos ejemplos vivientes que personificaban una visión del oficio del periodista que estamos perdiendo a chorros en los últimos años: rigor en la información, exactitud en los datos, solvencia de las fuentes, cuidadosa redacción de los textos y meticulosa selección de las imágenes; y libertad completa en las opiniones, fundando el porqué y sin injuriar a las personas. Y todo ello con la mente puesta en el público más que en el jefe, el empresario, el gobernante o el anunciante.
¿Es reconocible este programa profesional en la generalidad de los medios que tenemos hoy en circulación, sea en prensa, radio, televisión o, sobre todo, Internet? Lamento tener que decir que cada vez menos; o, lo que es lo mismo: cada vez son más, y más patentes, las informaciones insolventes, mal escritas, mal leídas o mal presentadas, las opiniones gratuitas o arbitrarias, y los contenidos de todo tipo generados por el miedo (al poder político, a las presiones empresariales o a las amenazas de retirada de la publicidad, que es como la savia que permite vivir a los medios) o dictados por venganzas o ajustes de cuentas, por la búsqueda del medro o la obediencia a intereses ajenos al servicio del público, que ha dejado de ser “el respetable público” hace ya tiempo.
Las causas de este lamentable estado de cosas son variadas y sólo puedo aquí enumerar algunas: mala educación secundaria y universitaria, precariedad creciente en el empleo, degradación de aspectos morales cívicos muy básicos, emergencia de empresarios que conciben el periodismo como un instrumento para otros fines económicos o políticos; y también una sociedad crecientemente aborregada, cuyos miembros sólo esperan que el poder se haga cargo de sus vidas y les facilite distracción y servicios sociales gratis, como si el dinero cayera procedente de un dirigible mágico sobre sus cuentas corrientes cada fin de mes.
Manuel Martín Ferrand personificaba la oposición a esta degradación profesional y social, y sufrió las consecuencias, a veces muy duramente. Pero demostró que con esa entereza moral, intelectual y profesional se podía alcanzar el respeto de amigos, y no tan amigos, como ocurrió con algún elogio publicado por alguien que había contribuido a desalojarlo de alguna de sus criaturas mediáticas.
Honor a la memoria de un periodista de verdad.