Parece mentira, pero la pesadilla continúa y se acentúa. El eterno chantaje del nacionalismo fragmentario ha cobrado más fuerza que nunca gracias, cómo no, al PSOE. No tienen más votos que hace unos años, pero Sánchez los necesita más que nunca. De ahí su fuerza.
Mientras unos lloran y añoran al PSOE bueno, el Partido Socialista, el que hay, el que es, el que ha sido y el que será, llámenlo sanchista, o lo que ustedes gusten, ha vuelto a hacer con el separatismo lo mismo que Zapatero hizo con ETA: resucitarla para la política cuando estaba vencida, ponerla en el mapa de nuevo. ¿Por qué? Por fortuna no estoy en esas cabezas, pero si nos atenemos a los resultados de sus acciones hay dos cosas evidentes: detentan el poder y satisfacen cualquier ansia hispanófoba, la propia y la ajena. Porque el PSOE es un partido, entre otras cosas, profundamente hispanófobo, dedicado a alimentar y fomentar cualquier movimiento que enfrente y divida a los españoles, que reniegue de nuestra historia y a dar alas a todo aquel que quiera destruir la nación. Si Sánchez puede pactar con el bien y el mal obteniendo el poder de las dos maneras, tengan por seguro que tenderá su mano al mal. Es como el toro que tiene querencia por las tablas. No hay forma de sacarlo de ahí. Y no le sacaremos. No tiene reforma posible. Esto último es un recado cariñoso a Feijoo, a Juanma, a Bendodo y a algún otro cuando les da la vena pastoral de redimir al PSOE de sí mismo. Abandonen.
La única opción es enfrentarse a sus políticas con la misma constancia que él que él las perpetra. No es no, Sr. Sánchez, ¿qué parte del no es la que no entiende?
Si hace seis años nos dicen, superado de aquella manera el golpe de estado de 2017 —ahí está el gran problema, en que fue de aquella manera— que no íbamos a aprender absolutamente nada de ese desafío a toda la nación, y que nos íbamos a ver en estas circunstancias, con unos indultos ya dados y a las puertas de una amnistía y un referéndum, todo hecho desde el Gobierno de España con la bendición del Tribunal Constitucional —también del Gobierno de España—, no lo hubiéramos creído. Aún sabiendo que ese PSOE, ese PP y ese Cs habían firmado un 155 para salir del apuro, no para solucionar nada.
Pero la realidad es esta y lo que exige es resolución, valor, determinación y algo muy molesto: movimiento.
Si alguien cree que el hecho de que se negocie en Bruselas o en Tombuctú con un fugado de la Justicia o con quien sea, si se aplican en España las leyes promulgadas por las Cortes es baladí, está muy equivocado. Vivir sin seguridad jurídica es volver a la dictadura, al capricho de quien detenta el poder. Y si este caso no le afecta a usted ahora, ya llegará otro que sí que haga que le afecte.
Vienen tiempos duros, no todo se arregla en una macromanifestación y, reconozcámoslo, nosotros no somos entusiastas de estar todo el día en la calle. Pero hay situaciones extremas, en las que uno debe pararse a pensar no tanto en el país en el que quiere vivir, sino en el país que va a dejar a sus hijos. Es hora de liberarnos del eterno chantaje del separatismo y que las siguientes generaciones no hereden una España rota.
Mañana, 8 de octubre en Barcelona, manifestación promovida por Sociedad Civil Catalana.
Resolución, valor, determinación y movimiento.