«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

El fracaso de la OTAN

17 de marzo de 2022

2022 debía ser el año del rejuvenecimiento estratégico de la OTAN: atlantistas al mando en ambos lados del Atlántico, una nueva visión, plasmada en el nuevo concepto estratégico a aprobar en la cumbre de Madrid, sacaría a la organización de defensa de su largo letargo. No olvidemos que el anterior presidente americano la sentenció por obsoleta y el actual presidente francés la dio por muerta hace poco.

La invasión rusa de Ucrania ha sacudido como un electroshock a los miembros de la Alianza: la guerra, en tanto que uso racional de la fuerza para alcanzar unos objetivos políticos, lejos de estar desterrada en Europa, la ha hecho bien visible el líder del Kremlin, Vladimir Putin. Contra toda creencia, ha puesto en marcha a sus tanques, misiles y cazas y lleva 20 días bombardeando cuanto puede para lograr la capitulación del gobierno de Zelensky. Aún más, se ataca a objetivos civiles en contra de las leyes de la guerra, se habla de traer mercenarios de Siria y el Oriente Medio a fin de deshumanizar más las acciones contra los ucranianos —y ucranianas, mucho me temo— , e incluso se amenaza con la escalada atómica.

Sobrepasada por los acontecimientos e incapaz de haber disuadido a Putin de iniciar una guerra, la burocracia de la OTAN, desde su nueva sede en Bruselas, con su secretario general a la cabeza, hicieron lo que hacen siempre los militares frente a una crisis: pedir más dinero, más tiempo y más hombres. Alemania revisa su tradicional política de defensa y anuncia que aumentará su gasto en defensa al 2 por ciento, lo que hace cuatro años le exigía Donald Trump; objetivo, dicho sea de paso, ya acordado por los miembros de la OTAN desde hace décadas. Incluso alguien como el presidente Sánchez, quien en una entrevista a un periódico nacional llegó a decir que no veía la necesidad de un Ministerio de Defensa, ahora se sube al carro y también dice que irá aumentando el gasto militar progresivamente.

Sabiendo que la Alianza se comporta voluntariamente como un perro ladrador, nada mordedor, ¿qué puede detener, contener, disuadir a Putin?

¿Pero es más dinero lo que necesita la OTAN? Ciertamente, los aliados sufren de un déficit de cultura de defensa que lleva a muchos a pensar que la seguridad nacional se genera sola y que contar con unas Fuerzas Armadas robustas y eficaces es una excentricidad. Y también es verdad que, por debajo de cierto nivel de gasto, todo cuanto vaya a defensa se lo come la partida de personal. Por lo que no sólo hay que gastar más, sino que hay que saber gastar mejor, de una manera más equilibrada y adquiriendo los sistemas que más potencial tengan para salir victoriosos de una crisis, no necesariamente los más modernos, las plataformas más novedosas o los que mejor desfilan. Pero ese es otro tema. 

Lo que realmente aqueja a la OTAN es el miedo. Miedo al combate. Disfrazado de legalismos (como que Ucrania no es miembro formal de la Alianza y por tanto no está bajo el paraguas de la defensa colectiva), y de jerga pseudoestratégica al uso, como que la OTAN, frente a la URSS, no puede asegurar la dominancia en la escalada. Dicho de otra forma. La OTAN no quiere ir a la guerra. Hasta Boris Johnson lo ha dicho ante las cámaras: “La OTAN no puede luchar contra Rusia”. Sabiendo que la Alianza se comporta voluntariamente como un perro ladrador, nada mordedor, ¿qué puede detener, contener, disuadir a Putin?

La única vez que la Alianza ha activado en toda su existencia el famoso artículo 5 de defensa colectiva, según el cual un ataque armado a una de las partes será considerado como un ataque contra todos, fue justo tras el 11-S. Y eso que el origen del ataque no era ningún Estado, sino una organización como Al Qaeda, que la naturaleza de esta no era militar, sino terrorista, y que la acción defensiva contra ella se iba a ejercer en un país lejano, sin frontera alguna con los miembros de la OTAN. Pero se consideró un ataque armado en parte por solidaridad con el principal socio, los Estados Unidos, y en parte porque se sabía que esa guerra se iba a ganar (craso error, como ahora sabemos).

Que los ucranianos resistan a pesar de nuestras promesas rotas es una derrota moral de la OTAN y de la Unión Europea

Se mire como se mire, Ucrania es un país mucho más próximo que Afganistán. Pero ahora la invasión no se considera un ataque armado contra ningún miembro de la Alianza. Lo que es verdad, pero no es menos verdad que las implicaciones para la OTAN son directas, máxime si se piensa que Putin pudiera seguir su policía de expansión en Moldovia y los países Bálticos, que sí son parte formal de la Alianza. ¿Por qué tendría que detenerse si sabe que el objetivo vital de los aliados es evitar una confrontación directa con Rusia?

El problema último de la OTAN no es el dinero, ni los hombres, el problema de la OTAN es que se aferra ahora a una definición restrictiva de qué es un ataque armado contra una de sus partes, para no tener que activar su artículo 5. ¿Cómo explicar si no, la pasividad de la organización frente a las injerencias en los sistemas electorales de las que se ha acusado sistemáticamente a Rusia? Aún peor, ¿cómo aceptar el uso de armas radioactivas por parte de agentes secretos rusos en sus acciones para asesinar a opositores en pleno suelo de miembros de la OTAN? ¿Son o no son agresiones que, por su naturaleza, deberían activar la defensa colectiva? Pero el miedo al enfrentamiento, a la escalada y a la guerra nos paraliza. Que se le permita a Putin continuar con sus operaciones militares es una derrota estratégica aliada. Que los ucranianos resistan a pesar de nuestras promesas rotas es una derrota moral de la OTAN y de la UE; dos organizaciones que por sus propios intereses han sostenido una narrativa beligerante a sabiendas de que, al final, no se iba a hacer gran cosa. Vergüenza ajena es lo único que nos puede inspirar.

Si la OTAN se asusta porque un bravucón como Putin nos recuerda que tiene bombas nucleares, lo que debería hacer es desprenderse de su autodisuasión, no congratularse por ese famoso 2 por ciento en defensa. Y como español, yo me preguntaría para qué nos va a servir lo que Sánchez incremente en el presupuesto militar si se va a gastar en misiones de refuerzo del Norte y el Este de la OTAN, pero no en el Sur, que es nuestra zona de máxima prioridad de seguridad nacional. 

El dinero no siempre mejora nuestra defensa. La OTAN, tampoco.

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