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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El secuestro del cine español

12 de febrero de 2024

La Gala de los Goya y el entero cine español ya no puede ser visto como algo distinto a lo demás. Al contrario, reproduce en escala mecanismos observables en toda la vida española.

Antes de nada, algunas cosas sobre la gala. No vi yo (el yo es para no ser categórico) referencias a cuestiones candentes de la vida española: la muerte de los guardias civiles o la protesta de los agricultores. Una sola referencia a ello, del ganador de un Goya menor y en catalán: «Viva la pagesia!».

En la gala no solo hubo las habituales referencias o causas de la izquierda actoral (ejemplo, Palestina), más o menos libres, sino una protesta oficial de la academia: el «Se acabó», vinculado al feminismo y los abusos machistas en todas sus formas e intensidades. Planeaba, sin decirse, la cuestión de las denuncias periodísticas al cineasta Carlos Vermut, que de repente parecían oportunísimas, como aparecidas a conciencia y en el momento exacto para justificar el tono reivindicativo de la gala, su leit motiv.

A ese orden del día se remitió Pedro Sánchez, allí presente, para eludir con su tiránico cuajo cualquier otra cuestión, rendida la gala así a una agenda propicia al gobierno, que la copaba: Sánchez, ministros y ministras, Yolanda Díaz… Y aunque la gala fuera, como siempre, sectaria, tendenciosa, y acomodaticia, esta vez lo pareció más por las características de este gobierno, por su extremismo y su acorralamiento… Nunca parecieron los Goya tan pequeños, tan en una burbuja, tan al servicio de un poder tan grosero… Informaciones previas habían hablado de una protección policial de la ceremonia ante la posible aparición de agricultores. Fue una gala blindada, ajena, pequeña, absurda en su ombliguismo, reducidísima a un mundo o un país cada vez más diminuto y autorreferencial, como una gala de Operación Triunfo o un programita cutrewoke de algún canal minoritario: frases como «las mujeres son necesarias», o las inacabables formas de liberación del homosexual hispano en todas sus variantes genérico-territoriales…

Pero allí, entre ministros y una casta cultural adicta y adepta al PSOE, fue muy reseñable la presencia singularísima de García Gallardo. Quizás no Solo ante el peligro pero sí Solo ante el denigro. Su presencia, en sí mismo, fue un hito. Primero, por el mismo hecho de estar, solitario diputado de Vox en un inmenso parlamento contrario. Almodóvar lo aprovechó y, a modo de encerrona, le contestó en su condición de sacerdote de lo almodovariano, papiso y divo máximo del celuloide: el cine devuelve con creces el dinero al Estado, dijo, cosa incierta, como sabemos. Si dejáramos el asunto ahí, la asistencia de Gallardo ya habría valido la pena, pues dejaba en mucha evidencia la falsedad de Almodovar, pero eso hubiera sido poco, muy poco, un resultado muy menor. Lo mejor de García Gallardo vino después, cuando contestó con un hilo de Twitter en el que mostraba respeto al cine español, a sus artistas y trabajadores, y proponía un «ensanchamiento de la cultura».

Por mucho que apetezca oponerse y acabar con una falsa Kultura oficial al servicio, ya no del Estado, sino de quienes lo tienen en sus manos, la postura de García Gallardo fue una interesante superación de esa mirada: dijo sí al cine, por supuesto que sí al cine español (¿cómo pensar de otro modo?); pero pidió otro cine más amplio, más ancho, más profundo, incluso más artístico…

Y esta visión de García Gallardo, más allá de la polémica con Almodóvar y del mero antagonismo, coincidió en el tiempo con algunos detalles vistos en la gala. Por ejemplo, las palabras de José Coronado, que interrogado por una periodista —en tanto sospechoso ya de no ser ‘enteramente feminista’— dijo que Vox tenía el mismo derecho a estar allí que cualquiera, subrayando además su condición apolítica de estricto «cómico». Esto era importantísimo, porque Coronado se limitaba a su papel o estatuto de artista (no palmero político) y, sobre todo, evitaba entrar en la política oficial del gobierno y de todo su sistema de propaganda mediático-cultural: el supuesto antifascismo que ellos, salvaje y abusivamente, sitúan en Vox. Al normalizar o desproblematizar la presencia allí de García Gallardo, Coronado estaba dando un valiente y colosal paso, y se le notó en cierta vacilación al contestar a la periodista.

Solo uno de los actores más importantes del cine español, consagradísimo, puede atreverse a algo así, y al hacerlo aun le tembló el gesto, señal del paso que daba, lo que nos hace pensar en una situación evidente de miedo en el cine, de falta de libertad. Ni en la estricta intimidad se atreven a contrariar al PSOE, a decir lo que piensan porque no se puede. En España no se puede y el cine español es una burbuja enrarecida de España. El cine español está secuestrado por un sistema de subvenciones pervertido y por un mecanismo informal pero institucionalizado de control de la opinión que expulsa al disidente.

Por eso, se trata de liberar al cine; de respetarlo, apreciarlo, entenderlo como sector económico y también patrimonio nuestro y espacio común para el disfrute, la risa y la emoción. García Gallardo está en el camino cuando pide ensancharlo, porque ese hacer que todos entren (para un encuentro en lo más amplio) solo puede pasar por liberarlo. Como al resto de instituciones de España.

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