Le han preguntado a María Jesús Montero y olé por algo relacionado con Estados Unidos y ozú y ha rebautizado al nuevo presidente con ese particular idioma sobreactuado tan suyo en el que escupe las consonantes por las juntas de los dientes mientras pega sellos con la lengua en el culo de las vocales: «El señor Tran…«. Creíamos que el enterrador de los mil géneros sin sexo había nacido en Nueva York y estábamos equivocados, que es de aquí, del mismo Triana, donde también se crio la carterista de Hacienda para bochorno de tantos ilustres trianeros, como Belmonte, Los Morancos, la Lole y el Manuel, o mi querido Rafa Almarcha de Siempre Así. En un camino hacia el cante jondo que ya no tiene vuelta atrás, la que empezó siendo tan sólo la dicharachera y estruendosa Marisú Montero ha devenido en Josema Yuste imitando a Lola Flores después de apretarse media docena de anisetes.
Para el Gobierno, Donaltrán, como le llama la simpática cantaora quirúrgica que te saca los higadillos de trimestre en trimestre, se ha convertido en aquel Isostar del siglo pasado, que se anunciaba como la bebida isotónica que te repone al instante. Y ahora que se les había muerto Franco otra vez, han encontrado un nuevo agente revitalizador con el que cacarear por todo el gallinero dejando una nube de plumas a su paso.
Ocurre que están tan acostumbrados a luchar contra enemigos muertos, que cuando se enfrentan a los vivos se ponen más nerviosos que un pollo en una reunión de KFC, y el espectáculo que nos ofrecen es casi tan divertido como la fingida y extensísima solemnidad del acto oficial de despedida de Twitter de políticos y personalidades, que han organizado estos días los fastos del adiós a Musk olvidando lo más importante del asunto: que nos la trae increíblemente floja, hasta límites de flojera que la ciencia no sería capaz de explicar.
La prueba de que el Señor Tran ha desquiciado a la izquierda, es decir, les ha golpeado exactamente donde había que darles para hacerles frente, es que medio mundo progresista ha querido ver en el infantiloide pero infalible Elon Musk al mismísimo Adolf Hitler, El Adol, para María Jesús Montero, y ha tratado de despertar —otra vez— una ola de indignación global que acabase con la nueva Administración presuntamente fascista a las dos horas de llegar a la Casa Blanca, cuando todavía el zombie indultador estaba intentando salir con las maletas por la embocadura de la chimenea. Hay que contener esa ansia viva, muchachos.
No me dejan escribir tranquilo. Como si no tuviera bastante con el bautizo de la Montero a Donald Trump, y con los pellizcos de monja de Sor Albares al nuevo presidente —«si se nos desafía le haremos frente»; inserte aquí su descojone—, Sánchez ha ido a vengar a los caídos de Twitter a la sentina de Davos, y lo ha hecho con una sentidísima confesión en primicia que ha dejado a todos los asistentes total y absolutamente indiferentes: «Yo mismo me he planteado abandonar las redes sociales». Dijo nadie: «No lo hagas, Pedro».
Propone el inquiokupa de La Moncloa acabar con el anonimato en las redes y, por una vez, me parece una idea brillante, porque así podríamos conocer la identidad de los bots que jalean al Gobierno e insultan a la oposición y a los periodistas que no tenemos planes de boda con nadie del Consejo de Ministros. Así podríamos desvelar la identidad de los perfiles falsos que, al menos en 2020, cifré para una investigación de Abc en un 43% en el caso de las redes de Pedro Sánchez.
Al fin, no lo han entendido aún, pero la diferencia entre el Señor Tran y El Adol Musk, y Sánchez y la coral de tontonarios y pandemiadictos del WEF es que mientras unos están trabajando para que el Gobierno afloje un poco la soga que la izquierda woke puso alrededor del gaznate de los ciudadanos, ellos quieren darle otra vuelta más, en busca supongo de la decapitación, tal vez en un ritual tributo a sus amigos de Hamás y a los honrados contribuyentes del Estado Islámico, quienes gracias a la cercanía y el afecto de la diplomacia del Gobierno, ahora tienen el cariñoso detalle de amenazarnos en español.
Entretanto, al menos que nos dejen divertirnos, no pienso perderme el próximo taconeo del Señor Tran en el Tablao de la Marisú, con el Elon Musk parando taxis en primera fila, Bolaños reponiendo el papel higiénico, Alegría escotada en los carteles de «¡próxima actuación!», Koldo de portero del antro, y Albares de limpiabotas por la voluntad.