«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El siglo de los acrónimos

10 de noviembre de 2021

Fue muy acertada la expresión “el siglo de las siglas” para el siglo XX, acuñada por el escritor Dámaso Alonso. La aliteración sirvió, después, para titular libros y artículos. Ahora, podríamos acordar que el siglo XXI es, con mayor propiedad, “el siglo de los acrónimos”, culminación de una larga trayectoria. Se trata de una herencia del gusto por lo ampuloso, que, en política, llegó a una orgía de vocablos con las iniciales mayúsculas. Así, en Alemania, el partido nazi fue la apócope del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes; en tudesco, NSDAP. En España, no nos quedamos chiquitos. El “Movimiento” de Franco se llamó, oficialmente, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. (FET y JONS). El pueblo se quedó con el resumen de “la Falange”, un partido único de aquella manera.

Resulta muy difícil escribir sobre la vida política contemporánea sin mencionar los múltiples acrónimos con los que se presentan tantas asociaciones públicas y privadas. Algunas iniciales se han hecho tan familiares, que se convierten en sustantivos coloquiales. Por ejemplo, en España, es corriente hablar de las pymes (abreviatura de “pequeñas y medias empresas”). Pero, un empresario puede alardear de que dirige una pyme, lo que parece un contrasentido. ¿Cómo puede ser pequeña y media a la vez? Es algo parecido a lo que ocurre con la manida expresión de “a corto y medio plazo”, que no se sabe a qué lapso se refiere. Si es “corto”, no puede ser “medio”. También, se dice “a medio y largo plazo”.

La auténtica liberación de nuestro tiempo no sería la de las colonias o las entidades oprimidas, sino la de la selva de acrónimos

Bien está que nos acostumbremos a las siglas de los partidos, al referirnos a la vida parlamentaria.  Especificar los nombres completos podría resultar cansino. En España, al PSOE (Partido Socialista Obrero Español) se le dice “el pesoe” como una voz en sí misma. Solo, Jordi Pujol, educado en alemán, se permite decir “el psoe”, con ese sonido “ps” impronunciable en castellano. A veces, el pueblo dice “la pesoe”, normalmente, con un cierto deje sarcástico.

La profusión de acrónimos llena, no solo las crónicas políticas, sino, con más insistencia, los textos referidos a la ciencia. Hasta el punto de que, al lector no especializado, se le hace difícil seguir el argumento. Es imposible retener lo que significan todas las abreviaturas con mayúsculas. La auténtica liberación de nuestro tiempo no sería la de las colonias o las entidades oprimidas, sino la de la selva de acrónimos. Los textos plagados de nombres con iniciales mayúsculas se escriben para que los comprendan los “enterados”.

Me parece que la función real de la jungla de siglas es que se trata de una forma de conseguir notoriedad y prestigio

Un acrónimo de moda es el colectivo LGTBIQ+, una amalgama variable de todas las posibles conductas o inclinaciones no heterosexuales. El signo “+” (un etcétera) puede que incluya, también, el gusto por las relaciones sexuales con animales, la zoofilia o bestialismo. A pesar de lo heteróclito del conglomerado sexual (en el fondo, un encomio del homosexualismo), su influencia es decisiva en la vida política actual. Quien no acepte tal planteamiento se arriesga a ser tachado de “homófobo” o “fascista”.

Lo difícil es explicar la terminante “acronimización” de los múltiples enlaces de naturaleza científica. Una primera interpretación es que, de ese modo, se ahorran muchas palabras. No me convence mucho, pues la economía léxica no es lo nuestro. Me parece que la función real de la jungla de siglas es que se trata de una forma de conseguir notoriedad y prestigio. Las letras mayúsculas se introdujeron con esa finalidad. Recordemos el famoso emblema SPQR (Senatus Populusque Romanus), que portaban los lábaros de las legiones romanas. La réplica fue el INRI (en latín, Jesús Nazareno Rey de los Judíos). El cual se colocó en la cruz de Cristo como escarnio. Más tarde se convirtió en motivo de honra para el cristianismo. Con el tiempo, el irreverente pueblo español ha acuñado la expresión “hacer el inri” como equivalente de hacer el ridículo.

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