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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El simbolismo de Trump

26 de marzo de 2023

Podrán detener a Trump, pero no nos quitarán la alegría de haberle visto reaparecer en las primarias del Partido Republicano. Verle tomar forma de nuevo, salir de Mar-a-Lago. La alegría poco explicable de contemplar su figura en los mítines, de verle charlar con sus compatriotas. Una figura icónica ya con uniforme: el cuerpo algo inclinado, el enorme abrigo negro, la camisa blanca, la corbata roja y su gran tupé dorado.

En 2016 fue una revelación y aprendimos a entender su mensaje nuevo. En 2020 empezó a inspirar una forma de amor («Trump, we love you«) por su soledad y su misión. Pero en 2023 es ya su mera presencia lo que despierta una mezcla de humor, ilusión, confianza y civilización. Es su porte, su caída de hombros, esa silueta reconocible como la del logo de la NBA, y es también el conjunto: el abrigo, la corbata, el tupé doradísimo. Hay algo pictórico, abstracto. Trump mercantilizó antes que nadie su apellido, hizo del Trump un ACME que colocar sobre cualquier cosa, pero ahora ha hecho algo con su figura. Ha desarrollado un motivo icónico poderoso.

Trump era la mercantilización inmediata de una identidad, pero ahora su figura significa algo. Es reconocible y familiar, es como ver a Charlot. Hay algo conceptual, emblemático: dos trazos fuertes, rojo en la corbata, amarillo en el pelo, sobre la gran humanidad oscura del abrigo, que es abrigo de business man, como los grandes abrigos imperiales de Yalta, de empaque yaltiano, abrigo de gran jerarca o estadista, prenda que hace imaginar también cosas ocultas, recovecos o recursos, incluso cierta sospecha de ilegitimidad; y que da tambiénfisicidad, volumen, presencia, pero con dos notas de color como dos pinceladas: el rojo vertical, y el rubio horizontal en saledizo.

Esos colores intensos son siempre los mismos y tienen un efecto poderoso en la sensibilidad, un influjo político y más que político. 

El pelo es símbolo de energía, de fuerzas superiores, de alegría de vivir, de fertilidad y vitalismo, y el suyo además es un tupé que evoca las décadas posteriores a los 50. La gran América (¿no la evoca más que la propia OTAN?). Su pelo es rubio y el dorado recoge el gran simbolismo solar. Es oro, es luz, es fuego hilado.

Como es oro el blanco de la camisa (todo en Trump habla de riqueza), pureza, aspiración central, y es fuego también, desde la antigüedad clásica, el rojo de la corbata. No es el rojo revolucionario. Diríase que es el rojo del Partido Republicano, pero con Julius Evolaconviene recordar el sentido tradicional de ese rojo: rojo jerárquico y poderoso. ¡Rojo de soberanía! No es el rojo subversivo, sino el de los reyes y emperadores. Asociado al romano «simbolismo triunfal» («We are winning, winning, winning«). De rojo vestía el Imperator vencedor que representaba a Jupiter, encarnando la gloria humana, y de rojo escarlata era la túnica de los príncipes de la Iglesia. Ese rojo del poder concreto (tinte nacionalista) está en Trump, sobre una gran corporeidad abrigada, bajo los rayos del sol-oro-fuego, riquezas del espíritu y la materia.

Porque, y esto es lo glorioso de Trump, estos colores no solo simbolizan algo en sí mismos, su combinación tiene un significado. Según Cirlot, Diccionario de Símbolos, la gama trumpiana tiene una correspondencia alquímica. Las tres fases principales de la «grande obra» de la piedra filosofal (símbolo también de la evolución espiritual) eran la materia prima (color negro), el mercurio (blanco) y el azufre (rojo), los tres principios coronados para la obtención del oro (piedra). Los colores de Trump, por tanto, tienen un simbolismo alquímico, describen el proceso de obtención del oro y una evolución espiritual ascendente. Lo resume Cirlot: «El negro (del abrigo) concierne al estado de fermentación, putrefacción, ocultación y penitencia; el blanco (la camisa), al de iluminación, ascensión, mostración y perdón; el rojo (la corbata), al de sufrimiento, sublimación y amor. El oro (su pelo) es el estado de gloria. Esta serie: negro, blanco, rojo, oro expone, pues, la vía de la ascensión espiritual».

Eso es Trump: elevación del ánimo general. Trump no es solo una identidad comercial, es una forma política, y además una gama, una gama cromática que es clave alquímica y espiritual, empuje ascendente, resumen de la piedra filosofal, promesa de soberanía, de riqueza, de esplendor y, finalmente, de felicidad y alegría en la tierra. ¡Pero cómo no nos va a gustar!

Los colores de Trump, en su ropa y su cabeza, son un cromatismo ascendente que simboliza la obtención del oro, la evolución pujante del espíritu, un crescendo de lo oscuro-material a lo oro-espíritual.

Trump no es solo forma e icono, es símbolo de riqueza, felicidad, juventud y la mayor energía. Trump encierra en su forma entrañable el secreto de la gran piedra filosofal: La paz mundial. Hay una mística y una idea de perfección evocadas con su sola presencia simpática, con su simple pinta de comedor de hamburguesas, lo que explica la fascinación por el personaje y también, claro, el miedo y rechazo que en tantos provoca.

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