Hace poco escuché en El Gato al Agua a un joven liberal defender que la democracia interna de los partidos era irrelevante, un señuelo, y que el verdadero problema de la democracia estaba en el tamaño de los distritos y en la ley electoral. Creo que se trata de un error, que, por importante que sea la ley electoral, no se puede olvidar que esa reforma tiene el serio inconveniente de que no tendría apoyo suficiente en el Parlamento, y parece poco probable que pueda llegar a implantarse, pues habría que modificar la Constitución. O sea, bien para una tertulia, pero algo corto en cuanto a posibilidad política real. Ante esta objeción un tanto pragmática, siempre se podrá responder que el mundo debiera ser de otro modo, lo que es difícil de objetar, pero nos saca directamente del plano de la política. Por perfecto que sea el sistema representativo siempre será necesario que los partidos funcionen democráticamente, lo que, además, es ahora mismo un mandato incumplido de la Constitución vigente. Los partidos españoles están tan empeñados en ganar las elecciones que se olvidan de que es bueno tener motivos para ganarlas, que la victoria no es el fin sino un método para conseguir algo. Por eso vemos tan frecuentemente espectaculares cambios de orientación, como el reciente del PSOE que pretende convencernos de que ha vuelto sin haberse ido. En este contexto, la democracia interna les parece a los que mandan una zarandaja, una enfermedad infantil de la democracia. En realidad, mientras no haya democracia interna, no habrá movilidad política y, por tanto, la libertad política real estará muy mermada, y estamos justamente en eso.
Hoy se ha sabido que un partido, que no mencionaré, anda buscando candidato para Andalucía y que su líder nacional ha encomendado a su sociólogo de cabecera que le diga quién debería asumir ese papel. Las malas lenguas dicen que ese ha sido también el sistema de elección de varios dirigentes en las filas del partido. Pues bien, es posible que de tal modo se ganen elecciones, pero se echa paladas de tierra encima del ideal democrático. Si los líderes de un partido no son elegidos por sus militantes, ¿para qué sirven los partidos y los militantes mismos? Si se trata de que salgan en fotos aduladoras o de que peguen carteles, esos servicios se podrían contratar a una empresa de empleo temporal,… y nos saldrían más baratos. Cuando un partido renuncia a elegir a sus líderes en libre competencia de sus miembros está desmintiendo la democracia en su raíz, y a nadie debiera extrañar nada de lo que pueda suceder a partir de ese momento.