«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

En la España de la «corrupción sistémica»

26 de noviembre de 2024

En España siempre ha habido corrupción. Con todos los partidos. En España y en todas partes. La corrupción es inherente a la debilidad humana; es una variante del pecado. No hay sistema político que se libre de su mancha. Por eso todos los sistemas se dotan de instrumentos para descubrir, perseguir y condenar la corrupción, unos más eficaces que otros. Pero lo que está pasando en España es algo de un género distinto, algo que va mucho más allá de todo lo que hemos conocido. La corrupción, en España, se ha convertido en todo un sistema de poder.

Creo que fue el prodigioso Aldama el que, en su declaración ante el juez, habló de «corrupción sistémica». No se puede expresar mejor. En la terminología académica, la fórmula «corrupción sistémica» se emplea para describir la corrupción que brota de las debilidades de una organización. Esto va mucho más allá del robo, y por eso se aplica perfectamente al caso español. Aquí no tenemos sólo a un Gobierno bajo serias sospechas de haber metido la mano en la caja con desaforado entusiasmo. No, lo de aquí es peor. Aquí tenemos un Gobierno que, para mantenerse en el poder, ha amnistiado los delitos más graves contra el ordenamiento legal. Un Gobierno que ha pactado con los herederos políticos de una banda asesina. Un Gobierno que ha roto literalmente el sistema de convivencia tomando al asalto todas las instituciones posibles. Un Gobierno que ha retorcido deliberadamente la ley para actuar contra el bien común. En suma, un Gobierno que ha hecho de la corrupción sistémica su forma de trabajar. Al calor de esa atmósfera ha surgido una rica variedad de formas de corrupción personal que ahora empieza a ventilarse en los casos judiciales que conocemos. Pero conviene no perder de vista lo fundamental: esa cualidad sistémica, que es la que hace del Gobierno Sánchez el más corrupto de la historia reciente de España.

En realidad la pregunta más importante es cómo ha sido posible todo esto, es decir, cuáles han sido las «debilidades de organización» que han provocado tanto disparate. La respuesta no es simple y reside en la evolución institucional del país durante los últimos decenios. Seguramente el factor más determinante es la partitocracia, es decir, la tendencia del sistema a convertir a los partidos políticos en depositarios únicos de todos los poderes formales e informales del Estado. En condiciones normales, los escrúpulos de los agentes políticos pueden limitar los efectos nocivos de la partitocracia porque todos reconocen implícitamente límites que no deben traspasar. Pero si aparece alguien que carece de cualquier escrúpulo, entonces no hay barrera alguna: la corrupción se extiende sobre todas las áreas que controla el poder, y eso va desde la Fiscalía hasta la policía o la unidad nacional, pasando por la compra masiva de mascarillas o cualquier otra cosa, ya sea la actividad parlamentaria o la propia vida (o sea, la muerte) de los ciudadanos. Esto nos lleva a una pregunta subsiguiente: cómo ha podido aparecer ese «alguien». Y aquí las respuestas van más allá de lo político, porque el «alguien» en cuestión no habría podido existir en una sociedad que no estuviera predispuesta a ello. Sánchez no es un marciano que haya brotado súbitamente en nuestro suelo; Sánchez —y su entorno político, mediático, económico, judicial— es el producto de la larga y sostenida decadencia de la sociedad española en los últimos años, una decadencia que se proyecta sobre todos los órdenes de la vida colectiva.

Por eso es ingenuo pensar que nuestros problemas se arreglarán «echando a Sánchez». Al margen de que la empresa es más difícil de lo que parece, la enfermedad de fondo exige remedios mucho más ambiciosos. A España hay que volver a construirla desde la base en una larga e intensa tarea de rectificaciones radicales (o sea, en la raíz). Es un trabajo que llevará, por lo menos, una generación. No hay tiempo que perder.

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