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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Epístola de Solana a los españoles

30 de agosto de 2013

Tiene razón Javier Solana en su artículo de El País titulado Tarde y mal sobre el ataque-interruptus de Obama contra el tirano damasceno. ¿Por qué? Porque no va a resolver el complejísimo avispero sirio (¿si quitamos a Assad, nuestro hijo puta, a quién pondremos? ¿A los señores de guerra en que ha degenerado la turbamulta de los rebeldes?); porque llega con retraso, un retraso de 100.000 muertos y dos millones de desplazados (¿por qué ahora, precisamente ahora, y no hace meses?); porque lo de las armas químicas suena a pretexto (como el pretexto del Maine, de Pearl Harbour, del tiro en la nuca de Sarajevo en 1914). Porque ya nos engañaron una vez, con aquellas armas de destrucción masiva de Irak, que sólo existían en la imaginación del Pentágono (y de Downing Street), como se demostró después, dejando en evidencia a Bush, Blair y el telonero español del trío de las Azores. Porque también aquello fue una excusa para acabar –ejecución ejemplar mediante– con Sadam Hussein (¿por qué entonces y no 10 años antes?). Y por supuesto, por lo de siempre: porque la archianunciada intervención americana en Siria carece de aval de las Naciones Unidas. No es necesario, ya lo ha dejado bien claro David Cameron, pero el plácet de la ONU le daría legitimidad –si es que se puede usar esta palabra en una intervención de una potencia extranjera–.

Hasta aquí bien. El problema es que quizá no sea el ex secretario general de la OTAN la persona más indicada para impartir encíclicas a lo Mahatma. O epístolas. Nada más agresivo que un pacifista, con o sin premio Nobel, llámese Barack Obama o Javier Solana, a quien maliciosamente motejaba Anasagasti en su blog como “un creído en cinco idiomas”, por aquello del tonto y los idiomas de su tío abuelo, Salvador de Madariaga.
Solana ha sabido construirse una leyenda ad hoc, y va por ahí con su aureola de profesor universitario, y su prestigio, pelín inflado, de socialista ilustrado, pero lleno de contradicciones: desde aquello tan hippie de “OTAN, de entrada, no” ascendió a capitán general de la Grande Armée. Nunca fue para tanto, pero como la izquierda no tiene líderes, desde que el Viejo Profesor ascendió a los cielos, han puesto en una peana al sobrevalorado Solana.

Siendo ministro de Cultura se hacía de la cosa un lío con los quebrados y los ordinales (catorceavo por decimocuarto), y luego presumió de ser el Henry Kissinger europeo, dedicándose al frente de la OTAN a jugar a los soldados con los hijos de los demás o a silbar con disimulo cuando lo de la limpieza étnica en Kosovo. El famoso míster PESC ordenó bombardear Belgrado sin contar con la autorización de Naciones Unidas. O sea que no venga ahora dándoselas de florecilla de San Francisco, con un ramo de olivo en el pico.

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