Miguel Ángel Blanco tenía 29 años cuando sacrificó su vida porque España pensaba que no debíamos ceder ante el chantaje terrorista. Miguel Ángel Blanco, concejal del PP, era una de esas caras jóvenes que hicieron que el partido de Aznar multiplicara por cuatro su presencia municipal en el País Vasco. Secuestrarle era fácil, no disponía de escolta, se desplazaba en tren. Así acudía a su trabajo en una consultoría de Irún (era Licenciado en Económicas por la Universidad del País Vasco).
Poco después de que ETA trasladase al entonces Presidente Aznar sus pretensiones de que los presos fueran acercados al País Vasco, le secuestraron y dieron un ultimátum: «Si en 48 horas no les acercan, mataremos al rehén». Fueron horas dramáticas que cocieron la conciencia de los españoles de buena fe. Llegó la hora, el Gobierno no cedió y cincuenta minutos después del plazo, le dispararon dos tiros en la cabeza. Miguel Ángel estaba herido de muerte y fallecía en el Hospital de San Sebastián. Su muerte nos conmocionó a todos y levantó una respuesta en la sociedad española conocida como el “Espíritu de Ermua”.
Decenas de manifestaciones y actos repletos de manos blancas. Seis millones de españoles salieron a la calle y algunos lo harán hoy fieles a la memoria de Miguel Ángel. En julio de 1997, todos fuimos Miguel Ángel, todos repudiamos los actos de ETA, pero ¿lo seguimos siendo? ¿Se acuerdan de que aún tenemos 314 asesinatos etarras sin resolver?
Los españoles se preguntan si el sacrificio de Blanco tiene sentido después de que el Gobierno de Aznar siga los pasos del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, en materia terrorista. Después de la excarcelación de Josu Uribetxebarría Boligana, con el pretexto de que esta terminal, a finales de agosto cumplirá dos años entre potes y quejas porque le custodian unos policías. Sobre todo, de que PSOE y PP hayan consentido que el Tribunal de Estrasburgo tumbara la “doctrina Parot” y que hayamos tenido que digerir el espectáculo de la salida masiva de etarras. Quizá a muchos les haya dolido más los difusos compromisos de los ministros de Justicia “no habrá excarcelaciones masivas” o del de Interior “no consentiremos burla a las víctimas, ni actos de enaltecimiento terrorista”.
Seguro que no han olvidado a Alberto Ruíz-Gallardón, ni a Jorge Fernández Díaz. Seguro que temen el día en que sus asesinos (Txapote y Gallastegui) salgan a la calle sin cumplir su condena de 50 años.
Aunque lo peor sea reconocer que, para millones de españoles “si ETA no mata, y así se consigue” haya sido validado. No importa el sacrificio del pasado, ni si nuestros actos de hoy lo convierten en absurdo. Parece que hemos elegido –colectivamente- no tener memoria.